Periodista. Entre rebote y rebote 'cambió' el baloncesto por la actualidad.
30 de febrero, Día de Euskadi
Este país nuestro es amigo de los debates de altura y de las guerras de símbolos. Todo cuenta para construir un imaginario común donde solo quepa una forma de ser, sentir o entender lo vasco. La última solemne ridiculez en la que andamos metidos es la discusión sobre cuál es el día de Euskadi, la fiesta ‘nacional’.
El anterior Gobierno, presidido por el socialista López, determinó que a imagen y semejanza de otras Comunidades celebraríamos el 25 de octubre como aniversario de la aprobación del Estatuto. Pero como a los nacionalistas se les ha quedado pequeño, clamaron con ‘txistus’ y ‘albokas’ ante tal colonización. Es inasumible que en Euskadi celebremos algo igual que los demás. Así que se pusieron a pensar o lo que sea que hacen cuando algo les chirría.
En este festival de fechas llegó EH Bildu y propuso que la gran fiesta vasca sea el Día internacional del euskera, es decir, el 3 de diciembre. Y la idea no es mala dada la cercanía del puente de la Constitución. Aunque, claro, eso puede generar un problema que agrava lo que se pretende evitar ¿Se imaginan a miles de vascos de pura cepa en pleno diciembre disfrutando en Benidorm del puente eusko-español? ¿El puente de la Konstituzion? Unir la ‘Carta Magna’ con nuestra lengua puede generar un efecto perverso.
Y entonces apareció el PNV y dijo que ni el 25 de octubre ni el 3 de diciembre. Su apuesta es el 7 de octubre, el día en que José Antonio Aguirre, “humillado ante Dios”, juró su cargo como primer lehendakari. Un ejemplo, dicen, que marca “la relación de pluralidad” de este país. Y tan plurales.
Por ahora, entonces, tenemos tres propuestas: 7 y 25 de octubre y 3 de diciembre. Pero debería haber más opciones que reflejen la verdadera pluralidad vasca. A saber: el 30 de marzo, aniversario de la primera liga ganada por el Athletic en 1930; el 26 de abril, jornada en la que la Real se proclamó campeona de primera división en 1981; o el 18 de junio, día en el que Baskonia consiguió su primera liga ACB en 2002. Porque esos días sí que los vascos y vascas salieron a la calle a celebrarlo juntos. Bueno, la verdad es que tampoco. Lo hicimos por territorios ya que bien poco le importa a un taxista de Otxarkoaga que cinco extranjeros vestidos de corto y dando saltos se alcen con la liga de baloncesto en Vitoria.
La guerra de los símbolos es tan vacua como trascendental en un país como Euskadi. Todo se mide en términos vasquistas. Así, en el utópico nacionalista, ser euskaldún es vestir con ‘kaiku’, la ‘txapela’ calada, la ‘q’ avasallada por la ‘k’ y el paisaje uniforme y bucólico de verdes praderas con un mar encendido al fondo surcado de balleneros y traineras. En el ideal centralista, Euskadi es la suma de tres provincias castellanas, algo afrancesadas, que dan salida al mar al puerto de Burgos donde por cosas de lo casual tienen costumbres ancestrales y un idioma extraño que se debe guardar en museos. En el punto intermedio, como casi siempre, está la realidad. Euskadi es un país de abarcas y Armani; de montaña y ciudad cosmopolita, industrial y avanzado, moderno, de verdes valles y dorados trigales, de txistu y guitarra eléctrica, de balleneros y viticultores, donde la ‘q’ y la ‘k’ pueden convivir a pesar de la política excluyente. Euskadi es un país donde los debates absurdos y estúpidos los mantienen las personas absurdas y estúpidas y los problemas reales siguen al acecho, cuando no han asaltado ya la cocina.
Hagamos debates sobre los problemas reales. La consigna de ‘¡Democracia real, ya!’ no se ciñe a la representatividad exclusivamente, también alcanza al nivel de los debates y las propuestas. Al papel que debe tener la clase política de solucionar y unir, de acordar y proponer. Pero viendo el panorama, y si me lo permiten, podemos rizar el rizo de lo absurdo y proclamar el 30 de febrero como Día de la unidad vasca. Esa fecha y ese concepto sí que están real e intrínsecamente unidos.