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Viento del Norte es el contenedor de opinión de elDiario.es/Euskadi. En este espacio caben las opiniones y noticias de todos los ángulos y prismas de una sociedad compleja e interesante. Opinión, bien diferenciada de la información, para conocer las claves de un presente que está en continuo cambio.

Josep Pla. El dandismo con boina

Gonzalo Bolland

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Ser un articulista de largo recorrido que se levanta por la mañana, se pone la boina, se asoma a la ventana para cerciorarse de cual es el viento predominante e inicia la minuciosa descripción de lo que la vida le muestra, fue el propósito de Josep Pla durante toda su larga existencia. Tanto en sus inicios en la prensa ejerciendo de corresponsal en las principales capitales europeas y, más tarde, de cronista parlamentario en Madrid durante los turbulentos años de la Segunda República, como en su posterior retiro en la masía familiar de Llofriu, a Pla más que la literatura de imaginación, o sea la literatura supeditada a la anticuada superstición de la novela, siempre le interesó mucho más el dietario, la crónica, las memorias, la biografía o el anecdotario de altura salpicado de vientos, aguaceros, tertulias de café, catedrales, burlas políticas, cigarrillos liados, cosechas, floraciones, horizontes marinos envueltos en una leve bruma de barcas encalladas y viajes en autobús para palpar la estatura exacta de un país devastado por la guerra, el miedo, la pobreza, el resentimiento y la falta de un alcantarillado decente. No hay nada imaginado en Pla sino observado. Lo inadvertido, lo minúsculo es lo que le interesa: olorosos frutos de cada estación, paseos solitarios por pequeñas ciudades provincianas, comentarios sin importancia, agudezas, melancolías...

Mucho más cerca de Montaigne que de su admirado Pío Baroja, el adjetivo adecuado, preciso, es la gran preocupación narrativa de Pla y no hay amargura ni autocompasión en su narrativa sino ironía, un cierto escepticismo de sabio oriental, una cadencia poética basada en la minuciosidad y un dandismo de boina, como acertadamente escribiera Francisco Umbral, de quien ya sabe que más que proponerse algo hay que partir del grado cero de la escritura para rellenar cuartillas con la sencillez necesaria que logre el milagro de que un lector, cualquier lector, además de no aburrirse, te entienda.

Pla, con la falsa modestia del hombre del campo, pequeño propietario rural y viajero ocasional, presume de que no sabe nada de nada pero lo describe todo. Tanto la marcha de las camisas negras fascistas hacia la ciudad de Roma como el paso de los barcos o las chimeneas de los pueblos que expulsan tenues humaredas blancas que se disuelven en un cielo mortecino con una lenta e indiferente morosidad, Pla lo describe todo desde su feroz individualismo de hombre solo y solitario. “Yo escribo lo que me parece, del modo que me parece y donde me parece. Jamás me pasa por la cabeza leer o escribir ninguna novela. Lo que me interesa es la historia, vivir la historia, estar lo más posible dentro de la historia. Entre los amores de un barbero y los sentimientos de un fogonero de tren, y la política de Azaña, me quedo, como interés humano, con esto último. La cuestión es escribir sobre cosas que tengan un interés humano”. Las cosas vistas, el humor honesto y vago de los payeses, lo infinitamente pequeño, lo que hemos comido, las cervecerías de Madrid, los restaurantes caros y rococós de Paris, la huida del tiempo y la indumentaria, por ejemplo, con la que los ateneístas, precursores de la República, se engalanaban los días de fiesta, le proporcionan a Pla mucho del material con el que irá labrando una gigantesca obra narrativa que, salvo en Cataluña, en este país ha tenido una limitada, impropia y descuidada difusión.

Tal vez si hubiera escrito en una lengua menos minoritaria que el catalán, - ilustre pero minoritaria -, este escritor ampurdanés hubiera sido distinguido con muchos de los honores literarios que en vida le escamotearon, pero no parece que esto tampoco le preocupara mucho ya que con la sutileza y la sabiduría de quien ya sabe que la vida es una minucia, a Pla lo único que realmente le interesó fue describir todas las minucias de que se compone la vida con una maestría, una precisión y una agudeza que, en este desquiciado país de fanáticos, iletrados, tele adictos, poetas funcionarios y ruidosos borrachos de fin de semana, nadie ha igualado.

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