Desde que el siglo pasado empezó a celebrarse el Día Internacional de las Mujeres, éste nunca ha sido un día de celebración, sino de reivindicación. Desde las sufragistas del siglo XIX hasta nuestros días, la lucha por la igualdad siempre ha puesto el acento en los cambios que deben producirse en la sociedad para que las mujeres sean sujetos de derechos igual que los varones. No queremos sostener la mitad del cielo. Queremos disponer de la mitad de la tierra.
Hoy, cuando han pasado más de cien años desde aquellas primeras manifestaciones, las mujeres de todo el mundo tenemos poco que celebrar. En todos los países del mundo, sin excepción, las mujeres tienen menos derechos que los varones de su entorno y una presencia pública menor, así como una mayor responsabilidad en lo que al ámbito privado se refiere.
Algunas nos ilusionamos con la IV Conferencia Mundial de la Mujer, en la que bajo el lema Igualdad, Desarrollo y Paz los países de la ONU se comprometieron a luchar por sociedades más igualitarias. Leer la Plataforma de Acción que se aprobó en Pekín en 1995 fue como un soplo de aire fresco. Hoy, veinte años después, el planeta tierra sigue siendo un lugar hostil para la mayoría de las mujeres del mundo. Y es precisamente por ello por lo que el movimiento feminista sigue y seguirá luchando por una sociedad más justa e igualitaria.
Este 8 de marzo, por otra parte, estoy viendo mensajes en los que se apela a lo maravillosas que somos las mujeres, lo buenas, lo fuertes y decididas que somos. No caigamos en la autocomplacencia. Que no nos confundan con cantos de sirena, porque, a veces, precisamente quienes hablan de lo especiales que somos nos marginan de determinados espacios. No queremos ser excepcionales (aunque algunas lo sean), sino iguales, y compartir con los hombres el ámbito público y las responsabilidades de la vida privada: labores domésticas y cuidado de la prole, así como de las personas mayores y dependientes.
Las mujeres de todo el mundo estamos hoy mejor que hace 100 años, pero es evidente que esta lucha será muy larga, porque no todos los avances se consolidan. Es más, como estamos observando durante los últimos años, los retrocesos son posibles. Las declaraciones del europarlamentario polaco Janusz Korwin-Mikke son una buena muestra de ello. En ellas, defendía que las mujeres cobraran menos por el mismo trabajo, apelando a que eran “más débiles, más pequeñas y menos inteligentes”. No hablaré de su estatura física, pero con su estatura moral y su inteligencia este señor no debería tener derecho a presentarse a unas elecciones. Lo que no se entiende es cómo sigue representando a los ciudadanos de su país en una Europa que se pretende democrática.
Pero a pesar de esas muestras del machismo más rancio, las feministas creemos que hay mucha gente que piensa que hombres y mujeres debemos compartirlo todo. Que quede claro: ésta no es una lucha contra los hombres; el feminismo critica un sistema que defiende la superioridad del varón, que trata a las mujeres como menores de edad y que las utiliza como objetos sexuales, al mismo tiempo que remarca sus funciones de esposa y madre. Este 8 de marzo, por tanto, no hay nada que celebrar. Este 8 de marzo la lucha continúa.
Begoña Muruaga es filóloga y una comprometida militante feminista. Forma parte del Fórum Feminista María de Maeztu.Begoña Muruaga
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