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Mediocridad

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Laureados científicos aseguran que lo único que nos distingue del resto de los animales es nuestra capacidad para pensar, para anticipar hechos; causa, por otra parte, de nuestra principal angustia: la conciencia de la muerte. Tengo mis dudas. No porque hablando con los animales domésticos haya conseguido descifrar los misterios más inescrutables del universo, sino porque con el transcurrir de los años he llegado a la conclusión que aquello que verdaderamente nos distingue de los animales, las plantas y los estúpidos es nuestra capacidad para reírnos. Reírnos sobre todo de nosotros mismos, de nuestra miserable importancia y también de todas aquellas cosas por las que, de pronto, estallamos en sonoras carcajadas, cuando, en realidad, ya sabemos que tal como marcha el mundo, apenas queda nada por lo que reírse.. Philiph Roth escribió, hace ya muchos, muchos años, que “la gente está siendo educada de una forma muy poderosa para no pensar, lo cual constituye la máxima aspiración de todos los poderes establecidos”. Cierto.

El pensamiento ha sido sustituido por la propaganda. Bueno no solo por la propaganda sino también por los púlpitos mediáticos donde Dios – o sea Florentino Pérez – habla por boca de numerosos tertulianos y por el fútbol. Aunque esto del fútbol tal vez tenga tantos seguidores porque es una pasión inútil, lo mismo que la vida: todo cuánto acontece en un campo de fútbol puede llegar a vivirse con la misma intensidad dramática con la que se relacionan los personajes de Breaking Bad, por ejemplo, pero en realidad no nos conduce a ninguna parte: o sea lo mismo que la vida. Hay muchas maneras de estar en el mundo. Muchas. La más extendida en nuestra época es aquella según la cuál no tenemos más derechos ni más deberes que pensar en las prestaciones del próximo teléfono, el próximo ordenador, el próximo coche o el próximo monopatín que nos tenemos que comprar para resultar contemporáneos. No parece que haya tiempo para nada más. Ni ganas. Las largas horas que pasamos trabajando, buscando trabajo o haciendo como que trabajamos apenas nos dejan fuerzas para nada más; ni siquiera para percibir de dónde procede la desgracia más dañina de nuestra época: la ignorancia, el oscurantismo, el mal gusto y la estupidez, cualidades ya ampliamente extendidas en nuestra sociedad occidental, no son fruto de simples carencias personales, sino de fuerzas furiosamente activas que no permiten ningún desafío a su despótico dominio. El talento, la belleza, la inteligencia y la bondad son un insulto a la mediocridad reinante, de tal manera que, para defendernos de cualquier esplendor que nos desafíe, lo habitual, en nuestra mediocre sociedad occidental, es desfigurar, ridiculizar, desacreditar y rebajar a nuestro miserable nivel a cualquier persona que por su talento, su belleza, su inteligencia o su bondad se eleve por encima de nosotros.

Laureados científicos aseguran que lo único que nos distingue del resto de los animales es nuestra capacidad para pensar, para anticipar hechos; causa, por otra parte, de nuestra principal angustia: la conciencia de la muerte. Tengo mis dudas. No porque hablando con los animales domésticos haya conseguido descifrar los misterios más inescrutables del universo, sino porque con el transcurrir de los años he llegado a la conclusión que aquello que verdaderamente nos distingue de los animales, las plantas y los estúpidos es nuestra capacidad para reírnos. Reírnos sobre todo de nosotros mismos, de nuestra miserable importancia y también de todas aquellas cosas por las que, de pronto, estallamos en sonoras carcajadas, cuando, en realidad, ya sabemos que tal como marcha el mundo, apenas queda nada por lo que reírse.. Philiph Roth escribió, hace ya muchos, muchos años, que “la gente está siendo educada de una forma muy poderosa para no pensar, lo cual constituye la máxima aspiración de todos los poderes establecidos”. Cierto.

El pensamiento ha sido sustituido por la propaganda. Bueno no solo por la propaganda sino también por los púlpitos mediáticos donde Dios – o sea Florentino Pérez – habla por boca de numerosos tertulianos y por el fútbol. Aunque esto del fútbol tal vez tenga tantos seguidores porque es una pasión inútil, lo mismo que la vida: todo cuánto acontece en un campo de fútbol puede llegar a vivirse con la misma intensidad dramática con la que se relacionan los personajes de Breaking Bad, por ejemplo, pero en realidad no nos conduce a ninguna parte: o sea lo mismo que la vida. Hay muchas maneras de estar en el mundo. Muchas. La más extendida en nuestra época es aquella según la cuál no tenemos más derechos ni más deberes que pensar en las prestaciones del próximo teléfono, el próximo ordenador, el próximo coche o el próximo monopatín que nos tenemos que comprar para resultar contemporáneos. No parece que haya tiempo para nada más. Ni ganas. Las largas horas que pasamos trabajando, buscando trabajo o haciendo como que trabajamos apenas nos dejan fuerzas para nada más; ni siquiera para percibir de dónde procede la desgracia más dañina de nuestra época: la ignorancia, el oscurantismo, el mal gusto y la estupidez, cualidades ya ampliamente extendidas en nuestra sociedad occidental, no son fruto de simples carencias personales, sino de fuerzas furiosamente activas que no permiten ningún desafío a su despótico dominio. El talento, la belleza, la inteligencia y la bondad son un insulto a la mediocridad reinante, de tal manera que, para defendernos de cualquier esplendor que nos desafíe, lo habitual, en nuestra mediocre sociedad occidental, es desfigurar, ridiculizar, desacreditar y rebajar a nuestro miserable nivel a cualquier persona que por su talento, su belleza, su inteligencia o su bondad se eleve por encima de nosotros.