Miguel Ángel Blanco que estás en nuestros corazones
Me da miedo recordar aquellos días en los que el dolor nos envejeció a todos a la vez. Temo que su herida vuelva a sangrar y que no pueda taparla. Me culpo de no haber podido detener los disparos que atravesaron su cabeza. Lamento tanto no haber podido hacer nada por salvarle que recordar su muerte hace que recuerde mi inutilidad. Recuerdo los poderosos gritos, la fuerza que daba estar juntos, las lágrimas a lo largo de aquellos días que nos sorprendían haciendo cualquier cosa; pero continuábamos gritando, intentando que Miguel Ángel nos oyera, que supiera que íbamos a salvarle, que nadie le arrancaría su vida sin arrancar primero la nuestra. Todo resultó inútil, todos fuimos inútiles, de nada sirvió nuestra colosal fuerza frente a la más miserable de las cobardías. Los que debíamos haber puesto nuestra mano en la herida no llegamos a tiempo. Dispararon a Miguel Ángel Blanco y nos dispararon a todos. Y malheridos, salimos a la calle sangrando, y ayudándonos unos a otros continuamos gritando, pero esta vez fue para decirle a ETA y a sus cómplices que nunca más volveríamos a ser cobardes.
El día de su asesinato hubo una dolorosa catarsis, toda la sociedad se transformó de repente, todos nos avergonzamos de haber tardado tanto tiempo en unirnos contra los asesinos y contra su brazo político, verdaderos cómplices y responsables del asesinato más asqueroso que se pueda cometer: asesinar al que piensa de manera diferente. Ese día Miguel Ángel nos dijo al oído una frase que lo cambiaría todo y para siempre: «Si continuáis juntos, seréis invencibles». Y así fue como continuamos juntos día a día, en las calles, en el trabajo, en los medios de comunicación, en el ejército, en la policía, en el gobierno, en las tiendas... todos entramos en el corazón de todos, y continuó así hasta que ganamos la paz con nuestra nueva actitud. Sin aquella catarsis, ETA seguiría asesinado ahora mismo. Sólo con los éxitos policiales no habríamos acabado con el terrorismo. Hizo falta que todas las personas pacíficas diéramos un salto de gigante y dejáramos de pensar que éramos unos inútiles para pensar que podíamos ser unos héroes, y eso fue lo que hicimos a partir de ese espantoso y revelador día. Nos convertimos en gigantes.
Gracias, Miguel Ángel; hoy continuamos juntos porque tú sigues y seguirás entre nosotros. Hoy recordamos desolados que no te pudimos salvar porque llegamos tarde, pero con tu ayuda les vencimos, derrotamos la violencia con la gigantesca fuerza de la no violencia y de la justicia, y tú nos salvaste a todos, y nos salvaste para siempre.
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