Viento del Norte es el contenedor de opinión de elDiario.es/Euskadi. En este espacio caben las opiniones y noticias de todos los ángulos y prismas de una sociedad compleja e interesante. Opinión, bien diferenciada de la información, para conocer las claves de un presente que está en continuo cambio.
Mil años de Ipuscua: los valores que nos unen
“Izena badu, bada” (todo lo que tiene nombre, existe), reza un dicho en euskera. Izena eta izana. Nombre y existencia. Se trata de dos conceptos que suelen ir de la mano en nuestra cultura.
A la luz de esta expresión podemos afirmar que las y los guipuzcoanos ya existíamos hace mil años, ya éramos comunidad. Y es que la mención escrita más antigua de Gipuzkoa, conocida hasta el momento, data de 1025. Aquel año, un escribano plasmó la palabra 'Ipuscua' en un manuscrito. En dicho documento, el señor de Ipuscua, Gartzia Azenariz, y su esposa, la señora Gayla de Iputza, donaban a los monjes de San Juan de la Peña el monasterio San Salvador de Olazabal, situado en lo que hoy sería Altzo, junto con otras tierras bajo su protección.
Esta efeméride nos ofrece a los guipuzcoanos y guipuzcoanas una gran oportunidad para conocernos mejor: por un lado, para hablar de la evolución, la institucionalización o los hitos históricos del territorio histórico de Gipuzkoa; y, por otro lado, para hablar de los eslabones de valores que unen a los 'ipuscuanos' de hace mil años con los guipuzcoanos del presente.
Con el fin de celebrar dichos valores comunitarios, las y los representantes públicos de Gipuzkoa nos reunimos a comienzos de julio en la plaza Euskal Herria de Tolosa, en un acto institucional lleno de simbolismo. Allí nos unimos en la tradicional soka-dantza de honor: el presidente de las Juntas Generales, decenas de alcaldesas y alcaldes, y la diputada general.
La soka-dantza nos recuerda que estamos unidas, que los problemas de cada uno son de todos, que queremos trabajar y vivir en comunidad. Y que también queremos celebrarlo conjuntamente. Deba, Urola, Oria, Urumea, Oiartzun y Bidasoa. Desde Hondarribia hasta Leintz-Gatzaga, de Mutriku a Ataun: ciudadanía y representantes de toda Gipuzkoa, ciudades, barrios y pueblos unidas y unidos por un nexo que compartimos de punta a punta.
Por superficie, somos un territorio pequeño. Y, sin embargo, somos cuna de muchos hitos y personajes históricos, que han dejado huella en el mundo. Tenemos mucho que compartir. También hemos vivido momentos difíciles, algunos de ellos no tan lejanos en el tiempo.
Con todo ello en la memoria, al celebrar el milenario de la palabra Gipuzkoa, reivindicamos con orgullo ser guipuzcoanos y guipuzcoanas, reivindicamos los sólidos valores que colectivamente hemos ido desarrollando y trabajando durante siglos. Los que unen a Gipuzkoa. Un fuerte sentido comunitario que se ha ido arraigando generación tras generación, y que nos ha permitido avanzar incluso en los momentos más difíciles, en cooperación con los demás territorios vascos.
En las últimas décadas, esa fuerza comunitaria ha impulsado en Gipuzkoa la puesta en marcha de numerosas iniciativas transformadoras en ámbitos como la economía, la educación, el euskera, la sanidad, la protección social, el deporte o el sector público. En la actualidad, miles de ciudadanos y ciudadanas se comprometen a diario con la comunidad a través de asociaciones y entidades de diversa naturaleza. Todas estas iniciativas se basan en los valores. Los valores de una comunidad guipuzcoana viva y fuerte.
Pero, en el mundo tan incierto y cambiante como en el que vivimos, se están extendiendo el individualismo, el autoritarismo y la violencia. Gipuzkoa y Euskal Herria no son una isla.
De cara al futuro, es imprescindible fortalecer los valores comunitarios. Porque eso nos ayudará, como hasta ahora, a sostenernos mutuamente. En ese contexto, igual que los tres tejos de nuestro escudo, quiero poner el foco en la necesidad de seguir arraigando muy especialmente tres valores.
El primer valor es el euskera. Tal como dijo Joxe Azurmendi, escoger el euskera es “escoger la reconstrucción de un pueblo destruido”. El euskera es un rasgo que cohesiona la comunidad y que está en el corazón de nuestra identidad, como territorio y como país. Pero el euskera necesita compromiso y cooperación para disipar cualquier peligro del retroceso, más si cabe en la actualidad, cuando tanto la lengua como quienes la hablamos nos encontramos en una encrucijada.
El segundo valor es la solidaridad. Porque los guipuzcoanos y las guipuzcoanas tenemos un fuerte sentido de la igualdad y de la justicia. Eso nos ayuda a ser innovadores, a emprender, a encontrar vías más justas de organización social y económica, a reivindicar y labrar el lugar que merecemos las mujeres en la sociedad. Solidaridad con los pueblos que están sufriendo injusticias, opresión y cerrazón por todo el mundo, especialmente en los últimos meses con Gaza y también con Ucrania. Solidaridad con las personas con más dificultades que se encuentran entre nosotros y nosotras, sin dejar a nadie atrás.
El tercer valor es la firme voluntad de gobernarse a sí mismo. Si nuestro país ha sabido avanzar, ha sido porque tiene una identidad propia, ha sabido organizarse, desarrollar y defender leyes e instituciones propias. También en los tiempos más difíciles. Por ello, aprovechamos el milenio de Gipuzkoa para reivindicar que los símbolos que nos hemos dado, tanto a nivel territorial como local y, en particular, la ikurriña, representan la identidad de este pueblo. De dónde venimos, qué somos y por qué.
Estos tres valores, entre otros, nos unen al resto de territorios vascos. Unámonos, tomando como base la comunidad, para desarrollar y defender nuestras instituciones propias, para seguir construyendo país.
La forma de avanzar hacia el futuro es agarrar firmemente el nexo que nos une como comunidad, arraigados a nuestra tierra, con un rumbo claro. Hay mucho en juego. Porque cuando se debilita la cohesión comunitaria y los valores compartidos, se debilita la democracia misma.
Un pueblo, un territorio, no puede ser una mera suma de individuos. Necesita valores compartidos, necesita un sentimiento arraigado de comunidad. Identidad propia. Es lo que nos ha traído hasta el presente y es lo que tenemos que mantener para tener un futuro como vascos y vascas, guipuzcoanos y guipuzcoanas.
Queremos que ese sentimiento comunitario tenga continuidad en Gipuzkoa. Para que sigamos siendo una comunidad que forma parte de un mismo pueblo: responsable, igualitaria, que vive en euskera, equilibrada y equitativa, que cuide el bienestar integral de todas las personas. Cojámonos de la mano y avancemos, como dice Juan Antonio Urbeltz, “guztiok garelako soka berekoak”. Compartimos los valores de una misma comunidad.
Y, por qué no, para que, dentro de mil años alguien diga que aquí sigue en pie una comunidad, desde las montañas de Aralar y Aizkorri hasta las tierras de la costa, entre los ríos Bidasoa y Deba. Y que a ambos lados del Pirineo existe un pueblo que, a través del canto y la danza, celebra su nombre y su existencia.