Viento del Norte es el contenedor de opinión de elDiario.es/Euskadi. En este espacio caben las opiniones y noticias de todos los ángulos y prismas de una sociedad compleja e interesante. Opinión, bien diferenciada de la información, para conocer las claves de un presente que está en continuo cambio.
La normalidad educativa vasca (y III)
“Era él (el profesor Bal) un gran matemático? Y el curso siguiente, ¿era la señorita Gi una gigantesca historiadora? Y durante la repetición de mi último curso ¿era el señor S. un filósofo sin par? Lo supongo, pero, a decir verdad, lo ignoro; sólo sé que los tres estaban poseídos por la pasión comunicativa de su materia. Armados con esa pasión, vinieron a buscarme al fondo de mi desaliento y solo me soltaron una vez que tuve ambos pies sólidamente puestos en sus clases, que resultaron ser la antecámara de mi vida. No es que se interesaran por mí más que por otros, no, tomaban en consideración tanto a sus buenos como a sus malos alumnos, y sabían reanimar en los segundos el deseo de comprender. Acompañaban paso a paso nuestros esfuerzos, se alegraban de nuestros progresos, no se impacientaban por nuestras lentitudes, nunca consideraban nuestros fracasos como una injuria personal y se mostraban con nosotros de una exigencia tanto más rigurosa cuanto estaba basada en la calidad, la constancia y la generosidad de su propio trabajo.”
Este fragmento de 'Mal de escuela' (1) sirve para iniciar el compromiso docente en la educación renovada que faltaba por analizar. Conocidas las consecuencias del confinamiento pandémico era necesario también volver la vista hacia los horizontes de mejora para el profesorado del siglo XXI.
Mucho se ha escrito, y seguirá haciéndose, sobre esta cuestión. ¿Estamos en la antesala de su desaparición y sustitución por el docente virtual? ¿Es necesaria la presencialidad docente visto el confinamiento? ¿Podemos seguir educando del mismo modo que en marzo? ¿Estamos formadas/os para formar?
El colectivo docente también necesita pasar por el sillón del/ la analista, si quiere reducir su rechazo al cambio educativo. La abrupta irrupción del confinamiento nos ha puesto en el espejo deformante de una realidad más compleja de la imaginada. El tremendo esfuerzo mayoritario por suplir la actividad presencial en los nuevos tiempos, por investigar en múltiples variantes nuevos métodos de aprendizaje no puede llevarnos a olvidar algunas carencias. La tecnológica, por ejemplo, suplida con horas de ensayo-error, pero aún no dominada. O la formación emocional, aún en fase prematura de aceptación mayoritaria. Sigue siendo un discurso socorrido que el manejo de los afectos no es responsabilidad docente, que forma parte de ese mundo privado, de incumbencia sólo familiar. Buscamos con insistencia una mejora formativa en herramientas pedagógicas y didácticas, a costa de constreñir nuestro lado humano, empático, cercano.
Mientras sigamos viendo en la educación únicamente una profesión de servicios curriculares, de formación en destrezas y competencias disciplinares, estaremos construyendo personas incompletas, fallando al mandato recibido de la sociedad: formar ciudadanía, no encumbrar el saber del puñado más capacitado.
Jaume Carbonell (2) señala acertadamente que la escuela debe ser el lugar de encuentro relacional y grupal donde socializar la experiencia humana, donde fraguar vínculos sociales y emocionales a través de la palabra y del cuerpo, de la conversación y de todo tipo de manifestaciones gestuales y sensoriales. Y ahí, en ese cometido, es clave la figura del docente.
Debemos mejorar nuestro espíritu crítico, no el personal, sino el formativo, el que insuflamos en las aulas, el que exponemos al alumnado para su conocimiento y aprendizaje, sin dar ningún valor por definitivo; mostrar las distintas opciones, así como los pros y contras de las disciplinas para que la elección les haga crecer y mejorar en su proceso formativo.
Pero, tenemos una laguna en riesgo continuo de crecimiento en lo que es el trabajo colaborativo; el profesorado está a gusto en el intercambio de aprendizaje y formación en el espacio de sus departamentos educativos, en su mejor versión. A partir de ahí, la ampliación a lugares de intercambio intercentros queda reducido a colaboraciones del personal más osado y comprometido en chats y páginas especializadas. Lo señalaba no hace mucho el último Informe Talis: somos reactivos/as a compartir el aula con nuestras compañeras/os, con argumentos que van desde la sensación de propiedad personal del lugar hasta el temor a conocer los análisis de otros/as por nuestro trabajo.
Una educación que deseamos completa, diversificada, atendiendo la complejidad de los mundos y realidades actuales del alumnado exige cada vez en mayor medida este trabajo colaborativo, aún en proceso de adaptación en nuestro sistema educativo vasco, tan sólo a través de programas experimentales, que no acaban de extenderse ni de ser suficientemente apoyados por la administración educativa. Francisco Imbernón (3), por ejemplo, señala que no podemos seguir obviando el entorno que tenemos alrededor de la educación: la participación en la cultura, el trabajo en redes y el ser (definitivamente) un agente social activo en la comunidad.
Hay que ir abriendo paso a la docencia compartida, porque como señalaban Lore Aretxaga y José Manuel Palacios (4) los beneficios son amplios: mayor atención y aprendizaje del alumnado facilita su autonomía, mejora la convivencia y el clima escolar y dota de nuevas herramientas de trabajo al profesorado para atender la diversidad del aula.
Un párrafo, al menos, para mencionar la controvertida y ocasionalmente oportuna autonomía docente. Venimos de una experiencia reciente en que ha sido utilizada como mantra por las instituciones educativas. Acudían a ella ante la falta de iniciativas que resolvieran el tremendo problema convivencial del confinamiento y de la vuelta a la presencialidad. Colocar la autonomía de los centros y la autonomía pedagógica de las y los docentes en la vanguardia de las medidas del Departamento de Educación, cuando lleva veintisiete años -Ley de Escuela Pública Vasca- ignorada por los distintos departamentos de educación vascos, sonaría a chiste, si no fuese, en el fondo, dramático.
Pero no debemos perder la oportunidad de mantenerla presente, cuando los focos parecen ya girar y dirigirse hacia otro lado. Era, es y seguirá siendo necesaria, si queremos conseguir la formación integral de nuestro alumnado. Nos lo recuerdan FAD, BBVA y Educación Conectada, en su reciente informe Panorama de la Educación en España tras la pandemia del COVID-19. La opinión de la comunidad educativa, en la segunda de sus cuatro principales conclusiones:
La comunidad educativa reclama instrucciones claras que vayan más allá de la autonomía de los centros, pero al mismo tiempo reclama confianza y autonomía para que los centros puedan dar respuesta a los retos y problemas de su contexto particular. El recurso a la autonomía de los centros genera desigualdad si no se articula dentro de un marco de instrucciones claro y globalmente coherente, que considere todos los aspectos centrales de la situación de pandemia en la cual vivimos. No obstante, el profesorado y los centros son quienes mejor conocen la realidad de sus estudiantes y sus familias y saben cómo dar respuesta a sus necesidades; mantener ese espacio de actuación flexible es necesario para no imponer medidas estandarizadas que generen nuevos problemas.
Por último, el profesorado tiene que ser capaz de asumir sistemas diversos de evaluación y calificación del alumnado, más allá de la prueba testimonial del examen presencial. Es un proceso de implantación temporal largo que, además, no es de su absoluta responsabilidad; en esa evolución deben participar también familias y administración con un cambio de mentalidad evidente, que aún n o se ha producido.
La normativa educativa establece que la evaluación será continua, formativa y orientadora. A partir de ahí deja un amplio espacio de intervención, que suele reducirse en la mayoría de los casos al examen, y, dentro de esta modalidad, a la prueba escrita. No es mi intención criticar a lo que es la principal prueba documental de la evaluación en nuestro sistema educativo. Tan sólo pretendo insinuar otras, también conocidas, y que no cuentan hasta el momento con el apoyo social necesario para su extensión: el portafolio y la autoevaluación. Si el primero permite recopilar gran cantidad de datos que ahondarán en una visión más amplia del trabajo y el nivel competencial conseguido por el alumnado, la autoevaluación provoca que el alumnado se involucre en el proceso, tome conciencia y saque provecho de la experiencia. Queda mencionado, ya habrá tiempo y momento para incidir en esta idea.
Si queremos desembarazarnos de lo que Mariano Fernández Enguita (5) llama la “Educación burocrática” solo nos cabe cambiar, dejar atrás los efectos de esa escuela neoliberal que citábamos, para dar paso a una educación renovada, con características que la sitúen correctamente en el siglo en el que estamos. Familias, profesorado e instituciones tenemos un compromiso con la sociedad vasca que no puede seguir por más tiempo convertido en un campo de batalla desde el que se anuncien periódicamente vencedoras y vencidos.
Concluyo con estas inteligentes palabras de Imbernón que definen perfectamente el sentir hacia el que deberíamos caminar como docentes de este siglo tan extraño que estamos viviendo:
Parece necesario un rearme estructural, moral e intelectual, una reestructuración desde posturas críticas, pero nuevas, para recuperar lo que una vez se soñó y que a pesar de las conquistas nunca se alcanzó, aunque se continúe reivindicando.
(…) Ese rearme del profesorado pasa por la recuperación del control sobre su proceso de trabajo, devaluado como consecuencia de la fragmentación curricular, de las políticas reformistas neoliberales, del poder como establecimiento de mecanismo de decisión y no de relación, del aislamiento, de la rutinización y mecanización laboral.
Sea, pues.
(1) Daniel Pennac. Mondadori, 2008
(2) Tres modelos escolares: tres maneras de entender la educación. El Diario de la Educación 10 junio 2020
(3) 'Ser docente en una sociedad compleja'. Graó,2017
(4) Primer Congreso estatal de Compensación Educativa. Sevilla, 2011
(5) Más escuela y menos aula. Morata, 2018
Sobre este blog
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