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Sobre este blog

Viento del Norte es el contenedor de opinión de elDiario.es/Euskadi. En este espacio caben las opiniones y noticias de todos los ángulos y prismas de una sociedad compleja e interesante. Opinión, bien diferenciada de la información, para conocer las claves de un presente que está en continuo cambio.

Santander

Gonzalo Bolland

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Tarde o temprano siempre aterrizas en Santander. Basta con que llueva media hora sobre tu apartamento en Noja, Laredo, Argoños, Santoña o Boo de Piélagos para que acudas a la capital de Cantabria a comprarte un chubasquero, a templarte el ánimo con una rabas en la calle Tetúan o a despeñarte por Cabo Mayor. La mañana, algo desdibujada en el horizonte, tiene el color de la monotonía: un gris pálido, leve e indeciso. El mar de la bahía, plano, tiene en su superficie un brillo como de plata recién pulida. En un banco de madera, en la avenida de la Reina Victoria, junto a un busto de Jorge Sepulveda, quien ronco de piedra y humedad y más olvidado que una plaza de toros en invierno, contempla, en la lejanía, la arenosa península de Somo, el muelle de Pedreña, los veleros que enfilan la isla de Mouro y más allá la silueta recortada y parduzca de Peña Cabarga, hablo con Tinin, viejo amigo, topógrafo en paro desde hace años, casi desde los inicios de la topografía, de todo aquello de lo que habitualmente se habla cuando se está mucho tiempo sin verse.

Habla él, sobre todo, de la preocupante situación económica en que ha quedado tras el fallecimiento de su madre durante el pasado invierno. “Mis dos hermanas se han quedado con toda la herencia así que a mí solo me queda esperar a que se venda el piso de mi madre para hacerme con algo de dinero”. Esperar una herencia para solucionarse la vida siempre me ha parecido que era una actitud muy santanderina, acotada, eso sí, a quienes han tenido la prudente precaución de disponer de unos antepasados lo suficientemente considerados como para haberse hecho ricos. No sé si esto es así porque el deslumbrante paisaje de esta ciudad les ha conferido a sus habitantes un carácter contemplativo, muy poco predispuesto para la acción, o porque en esta comarca la burguesía ha estado siempre muy sujeta a la tierra, a unas cuantas parceles de pastos, vacas, casonas de piedra y parientes hoscos, ensombrecidos por años de niebla, soledad y cuotas lecheras, sin que el desarrollo industrial y comercial haya sido hasta hace bien poco una de sus prioridades.

No resulta nada fácil estar a la altura del espectacular paisaje que rodea a la capital santanderina. Tal vez por eso esta burguesía, provinciana y católica, de misa dominical y chocolate con churros en las cafeterías que rodean a la Catedral, minoritaria pero bastante adinerada, muy alejada de las clases populares que pueblan los barrios altos de la capital, ha vivido siempre en un letargo de monotonía marítima.

Un letargo plácido de toldos en las playas del Sardinero, fiestas veraniegas en los clubes deportivos, cháchara insustancial en las reuniones sociales y traslados puntuales a la capital del reino para comprarse camisetas, bragas, corbatas, cuadros, antigüedades o favores y ya, de paso, dejarse ver en los restaurantes de moda. Para combatir el tedio provinciano, muy acusado durante el lluvioso invierno cántabro, en estas familias siempre se ha procurado disponer de uno o dos antepasados peculiares, - pintores, por lo general-, con los que entretener las horas mediante el recuerdo y el relato de las hazañas, los disparates, las aventuras o las barbaridades con las que estos individuos, de una bohemia alcohólica, sensual y mujeriega, lograron escandalizar en vida a sus parientes más allegados.

Este hombre, Tinín, el amigo con quién charlo en este grisáceo mediodía de finales de verano, un hombre enjuto, delgado, ojeroso, con unos profundos ojos azules chispeantes, risueño, siempre erguido como si estuviera pasando revista a la tropa en una parada militar y con una estilizada madurez que en algo recuerda al actor Clint Eastwood, bien pudiera haber sido, en otra época, uno de estos individuos, pero una perenne mediocridad económica y un carácter bondadoso e indolente, como de hippie contemplativo, entusiasta de las motos, del nudismo y de la hierba fumada, le han condenado a ser tan solo un amigo generoso, atento, servicial y arruinado. Un buen hombre, en definitiva. Un buen hombre que, como otros muchos, espera, en Santander, capital de Cantabria, solucionar eso tan tedioso del pan nuestro de cada día con la dichosa herencia que nunca llega.

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