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Viento del Norte es el contenedor de opinión de elDiario.es/Euskadi. En este espacio caben las opiniones y noticias de todos los ángulos y prismas de una sociedad compleja e interesante. Opinión, bien diferenciada de la información, para conocer las claves de un presente que está en continuo cambio.

Sin ti no soy nada

Isabel Camacho

Seis mujeres asesinadas en siete días. 23 en lo que va de año. La última punzada nos deja noqueados: mientras escribo estas palabras una mujer agoniza en Bilbao tras ser torturada por un psicópata maestro en artes marciales.

¿Alguien se pregunta cómo reaccionarían gobiernos, partidos y sociedad si en tan solo siete días seis personas fueran asesinadas en un ataque terrorista? Hay un dato preocupante que debería alertarnos a todos. Tan solo el 0,4% de la población española considera la violencia machista como una de las tres lacras principales. Parece que los malos tratos aún pertenecen al ámbito de lo privado.

Hoy quiero escribir sobre las víctimas de la violencia machista. He conocido algunas. Por eso, voy a contar mi historia.

Una mañana de invierno inglés de hace más de 30 años, ignoraba que estaba viviendo una experiencia única. En Chiswick, un barrio de Londres, no lejos del Hammersmith de los conciertos, se acababa de abrir el primer refugio del mundo para mujeres maltratadas.

Muchos años después, pensé en los cuerpos quebrados de las mujeres, en la tristeza infantil de sus hijos, en el aroma a desamparo. Solo fueron un par de semanas, mientras empezaba el curso. Leía cuentos a los niños, escuchaba a las mujeres. No mucho.

Ese azar que me gusta pensar envuelve mi vida, me regaló una familia excepcional. Un reportero audaz de la BBC y una mujer valiente y única que se empeñó en una lucha de titanes: abrir casas para mujeres maltratadas y sus hijos. Un hogar en el que pudieran cobijarse de lo que tantas décadas después se ha dado en llamar violencia machista. Una entelequia en la todavía España negra de entonces.

Una España oscura que tardaría demasiados años en descubrir que cientos de generaciones de mujeres silentes guardaban un secreto marcado a fuego ‘no grites, que los vecinos te pueden oír’ cada vez que un tipo violento, que juraba amarlas, les propinaba una paliza o sometía a vejaciones.

Un país de machos en el que si alguna heroica mujer se atrevía a denunciar al maltratador, solía encontrarse con una respuesta alentadora del comprensivo policía.

- Señora, váyase a casa con su marido, que eso son riñas de matrimonio. Ya verá cómo se pasa.

Tan solo hace una veintena de años, con una multa de menos de 800 pesetas se cerraba el caso.

Tantos años y bagajes después, el infierno de los malos tratos sigue impregnando la realidad cotidiana. En España, el año pasado fueron asesinadas 57 mujeres por sus parejas o ex parejas. La semana pasada, como si de un récord siniestro se tratara, murieron seis. En lo que llevamos de año la lista mortal lleva 23 nombres escritos. Sin embargo, solo cinco habían denunciado malos tratos.

¿Por qué no denuncian las mujeres la violencia? ¿Por qué callan? ¿Por qué esa cantinela de vecinos y familiares de que el agresor, el asesino, era una buena persona y amable? ¿Esa a menudo sorpresa por el crimen?

- Nunca lo hubiéramos sospechado.

- ¡Solían ir de la mano!

- ¡Pero, si jamás denunció al marido!

Nadie quiere escuchar tras las paredes de la intimidad.

En la película ‘Te doy mis ojos’ de Iciar Bollaín la protagonista es una mujer atemorizada, sola ante el peligro de un hombre que la desprecia, atormenta y machaca para después pedirle perdón y jurar que no puede vivir sin ella.

Junto a la víctima, una madre consiente, una hermana no comprende y un hijo calla.

Y, esto es lo que les ocurre a muchas mujeres diezmadas por el maltrato. Víctimas convencidas de que no valen nada, de que sin ellos no son nadie.

Mujeres con miedo, que empiezan olvidando un grito, quitando importancia a una bofetada y perdonando una paliza.

Mujeres que, cada vez más, logran huir de la cárcel de sufrimiento que habitan. Pero que también, con peligrosa frecuencia, repiten el perfil en la elección de pareja y vuelven a caer en las redes de un nuevo maltratador.

Mientras esto suceda, mientras las mujeres no salten las barreras del miedo y rompan su silencio, mientras no huyan y denuncien a su agresor, de poco servirán las lamentaciones y las pancartas de protesta tras la tragedia.

Si las mujeres permiten a sus parejas o ex parejas romper la orden de alejamiento, siquiera por una fracción de segundo; si les creen cuando sollozando les dicen que han cambiado; si les perdonan al oírles jurar que nunca volverá a ocurrir, la lista de crímenes no cesará.

Por eso las campañas preventivas de información son tan indispensables. Por increíble que parezca en estos tiempos, hay mujeres que ni siquiera son conscientes de que sufren maltrato. Otras se sienten culpables o tienen miedo a la familia del agresor. Estas víctimas, como otras, deben saber que no están solas y que si lo necesitan, tienen un lugar donde refugiarse.

Es esencial que conozcan que para huir, solo necesitan saberse protegidas. No necesitan más equipaje. El Estado y sus instituciones tienen la obligación de ampararlas, de perseguir policial y judicialmente al agresor.

Y, si se probara la existencia de denuncias falsas, aunque solo fuera una, por venganza o con el fin de obtener un beneficio económico, la Policía y la Justicia deberían darlo a conocer. He escuchado a ertzainas contar con preocupación que han aumentado las denuncias falsas.

- Y, ¿por qué no se dan a conocer?

- Es un tema delicado. Políticamente incorrecto. Nadie quiere cogerlo. Se echarían encima.

El machismo está inmerso en la sociedad. Bromas, chistes, actitudes denigrantes para las mujeres salen de la boca de los hombres más insospechados. Y, también de algunas mujeres.

Hay machismo para rato, sentenció el sociólogo Javier Elzo en la clausura del II Congreso contra la Violencia de Género celebrado la semana pasada en Bilbao. Y, apeló a la educación como herramienta para combatirlo. Como en casi todo, la educación es prioritaria.

Un chaval de 15 años que amenaza a una chica de su edad es un maltratador en potencia. Una adolescente envenenada por el modelo cinematográfico y televisivo de que tras una bofetada llega un beso apasionado, una probable futura víctima.

Los estereotipos más rancios se repiten a la vuelta de la esquina.

En el mismo encuentro, una fiscal experta en casos de violencia contra la mujer advirtió de este riesgo. “Hay chicas muy jovencitas que asumen el rol de sumisión y dependencia con los chicos. Y, consideran que determinadas conductas de su pareja se deben al amor en vez de a la voluntad de someterla”.

Las mujeres maltratadas son víctimas del terrorismo machista. También ellas necesitan reparar su dolor. Necesitan una sociedad, un refugio que les acoja. Muchas mujeres de las que conocí en aquella casa de Chiswick recuperaron la alegría de vivir. Otras, los supe más tarde, no lograron salir del túnel. La clave está en gritar, aunque te oigan los vecinos. En denunciar los malos tratos. El 70% de quienes lo hacen triunfan.

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