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Viento del Norte es el contenedor de opinión de elDiario.es/Euskadi. En este espacio caben las opiniones y noticias de todos los ángulos y prismas de una sociedad compleja e interesante. Opinión, bien diferenciada de la información, para conocer las claves de un presente que está en continuo cambio.

Poco a poco... el virus...

Una pareja se besa a través de un plástico

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“…canto, como hace el niño cerca del cementerio, porque tengo miedo

Emily Dickinson

¡Oh, cuántas veces nuestros estados de ánimo obedecen a imposturas que ocultan cobardías o amedrentamientos! Emily Dickinson lo expresó con sencillez y delicadeza, pero su frase encierra todo el misterio y el dolor oculto que contiene el miedo. El miedo es tanto más doloroso y decisivo que nos obliga a huir de la realidad, y esa huida siempre nos ridiculiza porque tendemos a mostrar exteriormente lo contrario de lo que nos agobia por dentro. 

Dickinson escribió la introducción a este artículo en 1862. Lo hizo dirigiéndose a un pastor de la Iglesia Unitaria (T. W. Higginson), a quien le adelantó: “Tuve un terror que no podría contar a nadie —y por eso canto como hace el niño cerca del cementerio—, porque tengo miedo”. Yo también he sentido miedo, de este, alguna vez. La vida nos somete constantemente a sus rigores y nos demuestra que estamos indefensos ante los riesgos y amenazas que tanto nos debilitan. La pandemia que, aún, sufrimos nos ha infligido miedos y temores, nos ha impuesto comportamientos extraños que nunca habíamos pensado que llegaríamos a sufrir… y nos ha hecho cantar en voz baja mientras, temerosos, hemos esperado que un médico, disfrazado de persona de otra galaxia, nos diera el veredicto de un test que ha buscado en nuestras entrañas cualquier resquicio de la presencia del virus.

Porque cuando el virus se muestre menos potente y menos maligno, tendremos que volver a estrechar nuestras manos, a abrazarnos como antes lo hacíamos, a besarnos boca con boca

Ahora que los informadores han rebajado la cantidad de muertos y afectados, a la vez que el virus se muestra menos poderoso, será bueno que saquemos conclusiones juiciosas. Porque este año, ya largo, en que hemos burlado a los destinos de las divinidades, ha supuesto una oportunidad para que ejerzamos conductas responsables. La pandemia —ese virus que parece llamarse COVID— no ha obedecido a una casualidad sin más. Probablemente nada de lo que nos acontece obedece al azar. Da la impresión de que son bastantes los peligros que permanecen ocultos bajo la alfombra del destino, o sobre esos nimbos tan bellos que adornan nuestros atardeceres. Y da la impresión de que el todopoderoso agente que los maneja no es ningún dios benigno, sino un perverso y vengativo acomplejado que se erigió en creador de todo y se ha quedado en perturbador y maltratador de cuanto existe. Si la COVID-19 es obra del algún dios, la COVID-19 es ese dios, y no se merece ninguna alabanza nuestra: en todo caso, el desprecio… Y si no lo fuera, Dios no es tan omnipotente como creemos.

Y ¿qué pensar del hombre, de los hombres y mujeres que completamos el género humano? Más nos vale mirarnos al espejo y sentir la brutalidad de nuestras miradas, imitar gestos de rencor y violencia para ver de qué modo nos pueden llegar a ver nuestros semejantes, amigos o enemigos, para empezar a ensayar miradas complacientes y cómplices de cercanía, y no de lejanía, de complacencia y no de competencia.

La pandemia nos está poniendo a prueba. A los negacionistas por egoístas e insolidarios, y a otros pusilánimes y temerosos en exceso, por desconfiados. Yo prefiero la naturalidad y el respeto: ni me acerco en exceso a nadie ni me separo demasiado. Dejo que el otro tome la iniciativa después, eso sí, de que me haya fijado un código o norma de conducta que garantice mi tranquilidad y, si puede ser, mi salud. Porque cuando el virus se muestre menos potente y menos maligno, tendremos que volver a estrechar nuestras manos, a abrazarnos como antes lo hacíamos, a besarnos boca con boca, a fundir nuestros labios rojos para que ningún resquicio del beso se quede en la intemperie, a amarnos como cuando el virus no nos perturbaba las conciencias.

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