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José Lejarreta, el alcalde con “inquebrantable” lealtad a Franco que mantiene una calle en Vitoria

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Iker Rioja Andueza

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Los automovilistas de Vitoria pueden circular ya nuevamente desde hace unos días por el final de la calle de José Lejarreta hacia Florida. La ciudad eliminó hace tiempo del callejero a Francisco Franco, a José Calvo Sotelo, a la División Azul y a otros símbolos de la dictadura, pero ha mantenido los honores al alcalde entre enero de 1941 y diciembre de 1944 porque, aparentemente, impulsó las fiestas de Vitoria. Cuando se le planteó en 2017 al todavía alcalde, Gorka Urtaran (del PNV, uno de los partidos represaliados en la Guerra Civil), aseveró que, “a pesar de ser alcalde en tiempos de Franco, fue una buena persona que hizo mucho por la ciudad y por los vitorianos”. Y cuando retiró la avenida a Juan Carlos I, anterior jefe del Estado, por sus problemas con la Justicia, insistió en que en el nomenclátor solamente caben personas “ejemplares”.

Ahora hay sobre la mesa una nueva ley de memoria democrática que insiste en que hay que actuar contra “referencias realizadas en el callejero de la sublevación militar y de la dictadura, de sus dirigentes, participantes en el sistema represivo o de las organizaciones que sustentaron la dictadura”, pero Vitoria no parece tener entre sus planes cambiar las placas de la calle recién reformada para el paso de una nueva línea de tranvía. El archivo municipal guarda abundante documentación por el mandato de Lejarreta, un político que portaba un arma corta, y no consta allí ninguna gestión especial en pro de las fiestas de la ciudad y sí que fue un alcalde como el anterior o como el siguiente del franquismo: leal a la dictadura. Como ejemplo, fue él quien envió el listado de todos los electos municipales en la II República al juzgado de “responsabilidades políticas” del régimen, con potestad para retirar a esas personas todos los bienes o para desterrarlas.

El 18 de julio de 1936, en el momento del golpe de Estado en España, la importante plaza militar de Vitoria estaba en manos de Camilo Alonso Vega, nacido en Ferrol y amigo de la infancia Franco, natural de esa localidad gallega. La sublevación se impuso rápido en la ciudad hasta el punto de que el de Vitoria -como le ocurrió a Eibar en 1931 en la II República- fue el primer municipio constituido en lo que los propios golpistas llamaban la “nueva España”. El alcalde legítimo, Tomás Alfaro Fournier -nieto de Heraclio Fournier, fundador de la conocida empresa de naipes, y hermano del aviador Heraclio Alfaro- fue sacado en su silla de la alcaldía y tomó posesión el militar Rafael Santaolalla, que abrió la puerta de la ciudad a los nazis de Alemania y a los fascistas de Italia, desde donde ejecutaron el bombardeo de Gernika. Santaolalla pasó a la historia como el que propuso a Franco que recuperara la Marcha Real como himno de España, que aún es el actual, como publicó este periódico. Pero el 22 de enero de 1941 Santaolalla se despidió y le tomó el relevo Lejarreta, impuesto por el régimen también. Natural de Asparrena, era doctor y o era militante de la Falange o al menos acataba las instrucciones del partido parafascista único autorizado en España. La II Guerra Mundial estaba en curso y Franco era aliado de Adolf Hitler y Benito Mussolini. 

“He aceptado el cargo por disciplina y patriotismo. Sé que en él me esperan trabajo y molestias que desde luego acepto con las miras puestas en los altos intereses que me están confiados”, pronunció el nuevo munícipe mayor, que completó su toma de posesión renovando la “inquebrantable adhesión” al régimen, algo que repitió por escrito en cartas que envió al palacio de El Pardo y a otras instancias, como a Alonso Vega, ya en más altas responsabilidades en el Estado (llegó a ser ministro pero siempre tenía tiempo para visitar regularmente Vitoria), y a los alcaldes de las otras capitales vascas, incluida Pamplona en la época. Un alto cargo de El Pardo le dio las gracias también por haberle regalado al jefe del Estado un pergamino por haber sido designado en la etapa anterior, la de Santaolalla, como hijo adoptivo.

elDiario.es/Euskadi ha consultado las actas de todos los plenos celebrados en el mandato de Lejarreta, así como la documentación de la comisión permanente municipal -órgano ejecutivo entre plenos- y una docena de expedientes de la época, todos ellos facilitados por el Archivo Municipal de Vitoria-Gasteiz. Es una evidencia que los trabajos de memoria histórica en la ciudad no han revisado esta documentación porque se da como alcalde a Teodoro González de Zárate en toda la República cuando hubo otros dos, el derechista Luis Ginés y el propio Alfaro Fournier, protagonista a su pesar durante el estallido de la Guerra Civil. Además, consta como finalizada la alcaldía de Lejarreta en algunos documentos en 1943, cuando tampoco es un dato preciso.

El primer pleno en la etapa de Lejarreta se celebró el 5 de febrero de 1941. Su primera decisión fue nombrar hijo predilecto de Vitoria a Vicente Abréu, militar, gobernador civil y diputado general franquista que también mantiene una calle por su condición de pintor. Y nombró hijo adoptivo a Germán Gil Yuste. Este militar fue ‘fichado’ por Alonso Vega cuando estalló la guerra para liderar el Gobierno civil y controlar el asalto a las instituciones democráticas. Pronto ascendió en el equipo de Franco. El régimen le dio un toque a Lejarreta por ser más papista que el papa. El 6 de febrero le enviaron una carta al alcalde recordándole que tales homenajes estaban “prohibidos” o al menos limitados. “Resulta intolerable la frecuencia con que alcaldes” de todo el país realizan estas acciones con “propósitos adulatorios” o de “satisfacer su personal vanidad” para escalar en el régimen. Si volvía a hacerlo, seria “destituido”, le recordaba el Ejecutivo central en la misiva. 

Es cierto que buena parte del arranque de su mandato estuvo centrada en la reforma de la plaza de toros para tenerla lista para las fiestas en honor a la Virgen Blanca de ese verano, condicionadas en años anteriores por la Guerra Civil. Hay abundante documentación al respecto, incluido el nombre del contratista -elegido ‘a dedo’- y los sucesivos pagos de las obras. Lo que no se menciona en ningún momento en la documentación del régimen es que la reforma venía dada porque el recinto fue empleado como campo de concentración y que en las afueras de Vitoria, en la localidad de Nanclares de la Oca, seguía activo en aquella época un campo similar. Dos expertos en fiestas confirman que este alcalde impulsó también el regreso a las calles de las cuadrillas de blusas (entonces solamente de hombres) y que recibió el apelativo de “el alcalde de los blusas”. Tan en así que aún en el presente en el Día del Blusa (ahora también de la Neska), el 25 de julio, recibe un homenaje en su tumba en el cementerio de Santa Isabel, según 'El Correo'.

Precisamente el 18 de marzo de 1942 Lejarreta propuso crear en ese camposanto en el que en 2022 le rinden tributo un “mausoleo” para honrar a los caídos “en la Gloriosa Cruzada del Movimiento Salvador de España defendiendo los principios de la Patria”. En su alegato, define la sublevación como “gesta inmortal” y a los combatientes en ese bando como defensores del “bello ideal” de las tradiciones “seculares” de la patria frente al “rencoroso materialismo e internacionalismo marxista”. “Sería una mengua para nosotros olvidar a quienes en holocausto de estos santos amores ofrendaron sus vidas”, afirmaba el regidor, que recordaba que si no se actuaba pasarían con el tiempo a un osario común en el que no podría ser cubiertos con rosas. El 19 de mayo de 1944 puso también las primeras 50.000 pesetas para la “erección del monumento a los Caídos”, esto es, a los fallecidos del bando franquista durante la contienda. Mucho antes, casi al llegar al cargo, fue cuando recibió una carta con el sello de “reservado” del juzgado provincial de “responsabilidades políticas” en el que se le pedía un listado de todos los ediles de la Corporación durante la II República a instancias de los órganos centrales de la represión, aunque algunos ediles como González de Zárate habían sido ya fusilados en 1937. En unos pocos días envió la documentación requerida, escrita a máquina, aunque precisando que la adscripción política de cada uno de esos hombres habría que pedirla a otra instancia, aunque se cuidó en diferenciar a quienes habían formado parte de la Corporación en el bienio derechista de la II República.

Lejarreta colmó de atenciones al partido único, que obligaba a sus cargos alaveses a usar su uniforme en actos de relevancia. El 17 de diciembre de 1942, el alcalde, a instancias del jefe provincial de la FET y de las JONS, aumentó el presupuesto para su cantera, el denominado Frente de Juventudes. El 4 de agosto de 1943 accedió a otra petición para equiparar las subvenciones a la coral fascista con las del Orfeón Vitoriano. Unos meses antes, el 10 de mayo de ese mismo año, había accedido a instalar un campamento de falangistas en el kilómetro 6 de la carretera de Bilbao. Por el contrario, el 9 de abril de 1941 no encontró fondos para una ayuda para sopa que demandaba el responsable de la prisión provincial para sus internos. En esa misma sesión se activó una “campaña contra el gamberrismo”: “En el pueblo de Gamarra, durante la temporada de baños, se dan escenas poco edificantes […]. Falange se había ocupado ya del asunto”. Una semana después, el alcalde que aparentemente impulsó las fiestas decretó que quedaban prohibidos “los bailes en el extrarradio” y dio órdenes a la Guardia Municipal “para su debido cumplimiento”. 

El alcalde no parecía destacar como gestor, ya que en febrero de 1943 el partido riñó al Ayuntamiento para que pusiera “celo, patriotismo y disciplina” para resolver el “problema del transporte” en Vitoria y Álava, porque es un “espectáculo desolador”, si bien algunas biografías dicen de él que trajo la canalización hidráulica de Albina o impulsó 116 viviendas. Lejarreta presentó problemas de salud en varios momentos del mandato 1941-1944 y pidió varias “licencias” o bajas de cierta duración. Finalmente, presentó su renuncia en octubre de 1944 y fue relevado en diciembre de ese año por Joaquín Ordoño. Su salida provocó cierta tensión ya que el Gobierno civil recibió el ‘no’ de los tres primeros tenientes de alcalde, que alegaron tener negocios privados que atender. Se llegó a amenazar con “medidas de excepción” si nadie daba el paso. La situación tardó en reconducirse hasta diciembre e implicó incluso al ministro Blas Pérez.

Antes, en 1943, el franquismo quiso blanquearse y creó las Cortes Españoles a modo de simulacro de Parlamento. Eran procuradores, entre otros, todos los alcaldes de las capitales provinciales y, por lo tanto, Lejarreta fue uno de los primeros diputados franquistas. En concreto, era el número 207. Como todos los procuradores, juró el cargo en Madrid brazo en alto. Por su condición tenía derecho a un pase gratuito para viajar en ferrocarril (el número 416) y una licencia de armas gratuita (la 20.369) por la que podía portar pistola. Su carné municipal, la tarjeta de las Cortes Españolas y estos dos documentos están conservados en una pequeña carpeta en el archivo.

Lejarreta falleció en noviembre de 1947 y, en tiempo récord, en diciembre de 1947, el Ayuntamiento decidió honrarle con la calle número dos del nuevo polígono de Judizmendi, una zona de expansión “importante” de la ciudad y que, como Manhattan, solamente estaba numerada hasta ese momento. El procurador-síndico, José Luis López de Uralde, fue quien tuvo la idea dentro de la “norma y tradición” de que “los hijos más preclaros” de la ciudad y que hubieran estado “al servicio de la Religión, de la Patria o de la Ciudad” fuesen homenajeados. Nada se menciona en ese expediente a que la calle no sea por haber sido alcalde y que sea exclusivamente por su dedicación a las fiestas patronales. En esa misma fecha se pusieron nombres a zonas de San Cristóbal o del entorno del ferrocarril Vasco-Navarro, que transcurría paralelo a la calle de José Lejarreta. El historiador oficioso de la ciudad, Venancio del Val, sentó las bases del relato que ha llegado hasta el presente sobre él con esta entrada en su enciclopedia ‘Calles vitorianas’. “Se caracterizó por su cordialidad, su afable trato, su acendrado vitorianismo y su sencillez. Fue médico de la Beneficencia Provincial y director del Asilo. Falleció el mes de noviembre de 1947. La conducción de su cadáver constituyó una de las mayores manifestaciones populares de duelo”, apunta. Es de las pocas calles en la que el personaje al que se le dedica lleva el “Don” en alguna de las placas que se conservan.

“Todos los alcaldes franquistas responden al mismo esquema”

Antonio Rivera es catedrático de Historia, ha analizado en detalle la historia de Vitoria en numerosas publicaciones y ha colaborado en iniciativas relacionadas con la memoria histórica. En su opinión, “Lejarreta, que era católico, no venía con ningún mérito especial y estuvo poco tiempo, así que no pudo hacer demasiado”. “La situación del país y de Vitoria era tan desastrosa que no puede llevar a cabo ningún tipo de reforma. Pero con la restitución de las fiestas, queda para la historia como el alcalde de los blusas y se salva de la quema”, explica el también exviceconsejero de Cultura con Patxi López. “Lo que hace es lo mismo que los alcaldes de 1941 en cualquier otra ciudad de España. Y 1941 es muy poca normalidad. Nanclares [de la Oca] seguía como campo de concentración. Todos los alcaldes responden a un mismo esquema. ¿Por qué algunos se salvan? Porque hay alguna circunstancia que puede tener una proyección de carácter benigno. Pero los alcaldes de Vitoria y cualquier lugar de España son exactamente igual de leales [al franqusimo]”, abunda Rivera, que sí admite que regidores posteriores del régimen como Luis Ibarra tuvieron un papel decisivo en diseñar la ciudad industrializada que ahora es Vitoria.

El alcalde Alfaro Fournier, el depuesto con la sublevación y de ideología liberal, también tiene una calle, pero solamente por ser artista, no por su cargo. “El bueno de Tomás Alfaro en las tardes libres pintaba. Era también un historiador que trasciende con mucho al pintor. Esa condición me parece que le empequeñece”, explica Rivera, que recuerda su iniciativa particular para quitarle esa coletilla aunque su calle esté en el barrio conocido como “Los Pintores”. Otro de ellos es Vicente Abréu. “No firmaría sentencias de muerte pero sí estuvo en tribunales militares. Ahora tiene una calle junto a Alfaro, que estaba expatriado”, ironiza. Solamente el pintor Vera-Fajardo les separa. “Vitoria es relativamente ejemplar en el saneamiento del nomenclátor. No hay ningún escándalo, digamos, aunque hay situaciones que se escapan de los dedos, como la de Lejarreta. La primera calle con nombre de persona en la ciudad fue la del General Álava. Ahora un ciudadano que viva, pongamos, en una calle de Sabino Arana lo más probable es que no tenga ni idea de quién fue. Esto ha perdido el sentido”, concluye.

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