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Cuando el franquismo debatió retirar del centro de Vitoria el monumento a la independencia de España

Misa de campaña en la Virgen Blanca con motivo del 150 aniversario de la batalla de Vitoria

Iker Rioja Andueza

21 de agosto de 2022 21:45 h

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La postal principal de Vitoria se enmarca en la plaza de la Virgen Blanca. Con la iglesia de San Miguel al fondo, por donde baja Celedón en las fiestas de agosto, los turistas suelen fotografiar el nombre oficial de la ciudad (Vitoria-Gasteiz) colocado estratégicamente con un seto vegetal desde los tiempos de capitalidad verde de Europa. En medio, se yergue el monumento conmemorativo de la batalla de Vitoria de 1813, que supuso el principio del fin de la invasión de la península por parte de la Francia napoleónica. Inaugurado en 1917, está consagrado “A la independencia de España”, aunque esta última palabra ha sido no pocas veces saboteada. A principios del siglo XXI, con Alfonso Alonso como alcalde, se acometió una polémica reforma del espacio que, finalmente, indultó a la mole conmemorativa aunque el regidor del PP coqueteó con su retirada y la oposición nacionalista pretendió un referéndum. Es menos conocido, sin embargo, que en el franquismo existió un planteamiento formal para el traslado del monumento a Júndiz de modo que “podría construirse una fuente de reducidas dimensiones y estilo apropiado a tan típico lugar” en la Virgen Blanca.

El debate llegó a la sesión municipal el 21 de febrero de 1962, cuando ya se trabajaba en los actos del 150 aniversario de la contienda, previstos para 1963. La denominada “Comisión de Protección Estética”, liderada por Emilio de Apraiz y Félix Alfaro Fournier —hermano del último alcalde democrático antes de la Guerra Civil y nieto de Heraclio Fournier, empresario de los naipes— elevó al alcalde Luis Ibarra Landete un informe en el que concluía que la Virgen Blanca no era el emplazamiento “más adecuado”, como sí lo sería un “montículo de Júndiz, pasado el pueblo de Aríñez y en plena carretera de Madrid”. El modelo que se quería imitar era el de Waterloo, en Bélgica, el otro punto clave para la caída de Napoleón Bonaparte en Europa, y donde hay un gran león coronando una colina desde la que se divisan los campos de batalla.

Los promotores consideraban que ubicar el monumento “donde tuvo lugar la acción decisiva de la mencionada batalla” permitiría dotar a la ciudad de un conjunto monumental más amplio, con “una mesa de orientación y descripción de la batalla que abarque el terreno donde tuvo lugar la misma para que sea conocida la gloriosa gesta española”. En la actualidad, ese espacio de Júndiz ha sido rodeado con una gran polígono industrial.

¿Cómo respondió el Ayuntamiento? Las actas franquistas aseguran que las autoridades pulsaron el ánimo de los vecinos a través de la prensa y de “manifestaciones particulares”, así como de un “coloquio” convocado por “la jefatura del Movimiento”, esto es, por la Falange, el partido único. Tras ese proceso vertical, estimaron que “el sentir unánime” de la ciudadanía fue contrario al cambio, aunque agradecieron la “plausible” iniciativa de Apraiz y Alfaro y su “preocupación” por la mejora de Vitoria. De hecho, continuaron teniendo un papel en el aniversario. La resolución aprobada por la Corporación desestimando el plan remarcaba que no había “motivos suficientes para efectuar el traslado del citado monumento”, y se tuvieron en cuenta para ello motivaciones “de estética y de urbanística”, pero también turísticas y artísticas. No solo eso, Ibarra Landete dio la orden de restaurar el monumento y dado su “carácter nacional”, anunció que pediría los “asesoramientos oportunos” a la Dirección General de Bellas Artes del Gobierno franquista.

Meses después, la Comisión de Festejos remarcó que la batalla fue un “hecho trascendente por demás” en la Guerra de la Independencia, de “resonancia internacional”, y que “las ciudades de Zaragoza, Gerona, Tarragona y San Sebastián” también iban a celebrar grandes actos. “Es de todo punto indiscutible que la Batalla de Vitoria marca un jalón en nuestra Guerra de la Independencia, que es, sin duda, el punto crucial de la terminación de tan desafortunado período para nuestra Patria”, añadía para proponer una gran conmemoración de la mano del Ministerio de la Gobernación. El titular de esa cartera era el militar Camilo Alonso Vega, hijo adoptivo de Vitoria porque era el mando militar de mayor rango en la plaza el 18 de julio de 1936. Amigo íntimo de Francisco Franco —era también de El Ferrol— fue uno de los primeros en sublevarse contra la II República y el primer alcalde franquista, Rafael Santaolalla, se jactaba de haber constituido en Vitoria el primer Consistorio de la “nueva España”. Alonso Vega mantiene una calle con su nombre en el centro de Santander. Se demandaba igualmente al Estado un crédito “extraordinario” de 2.000.000 de pesetas para sufragar los festejos.

El franquismo, en todo caso, quiso modular el cariz del acto. Se enfrentaron cuatro naciones en Vitoria —España, Reino Unido y Portugal por un lado y Francia por otro— pero en 1963 no era tiempo de “discriminaciones” porque todas ellas, también la otrora pérfida Francia, eran “firmes valladares de la civilización cristiana y occidental” y “paladines de una lucha común en defensa de los ideales que tal civilización representa”. Los actos estarían presididos por un deseo de “vivir en paz” con “todas las naciones vecinas” y no de “recordar agravios pasados”, hasta el punto de interesar la colaboración no solamente de la Embajada de “Inglaterra” [sic] y de Portugal sino también de la de Francia.

Y así llegó el gran día del 21 de junio de 1963. El munícipe mayor invitó “al vecindario en general” a “engalanar” los “balcones y ventanas” de las viviendas con banderas de España y prometió iluminar los edificios públicos. La agenda del día incluyó una “misa de réquiem” por los fallecidos en San Miguel y una “misa de campaña” en la Virgen Blanca, junto al adecentado monumento, a lo que seguiría “una gran parada militar”. Era una “evocación fervorosa de aquella importante efemérides” [sic] en una Vitoria “hidalga siempre”.

La gaceta de Vitoria de julio de 1963 recoge un abundante reportaje de los actos, en los que no estuvo presente Alonso Vega, que delegó en Antonio María de Oriol. La comitiva internacional —el general Paterson en nombre del Reino Unido, el mayor Pereira Coutinho de Portugal y el coronel La Casinière de Francia— visitó la tumba del General Álava en el cementerio de Santa Isabel y hubo ponencias historiográficas. Las banderas de los cuatro países fueron izadas en la Virgen Blanca al son de sus respectivos himnos, interpretados por la banda municipal. En el caso británico, las crónicas apuntan a que se izó la enseña de “Inglaterra” y también que el embajador de Irlanda mostró su interés por lo acontecido, ya que el gran héroe militar de la gesta, Arthur Wellesley, primer duque de Wellington y más tarde primer ministro, era originario de Dublín cuando la república todavía no era independiente.

La misa de campaña la pronunció el teniente vicario de la capitanía general, Claudio Laparra. Para la parada militar se montó un graderío decorado de rojigualdo en la calle de Olaguíbel, en la plaza del Gobierno civil, y tomaron parte batallones militares de Burgos, Logroño, Bilbao, Santander y Vitoria (el Flandes) así como la Policía Armada y la Guardia Civil. Miñones forales y policías municipales vistieron de gala. Emilio de Apraiz, en la Casa del Cordón, fue el anfitrión de una fiesta en la víspera de la conmemoración. En El Portalón se inauguró un “museo” donde de nuevo Apraiz y también Alfaro Fournier explicaron a las autoridades una gran maqueta que se estrenó.

Se sirvió un gran banquete en la plaza de toros y luego hubo una corrida conmemorativa. Se organizaron también sesiones especiales en los teatros de la ciudad e Imosa (DKW, actual Mercedes-Benz) organizó un “rallye internacional automovilista, trofeo Batalla de Vitoria”. Heraclio Fournier realizó ediciones especiales, la caja de ahorros regaló tarjetas postales y se distribuyeron copias de 'La victoria de Wellington' de Beethoven, dedicada a Vitoria.

La medalla a Eisenhower

El cambio de postura respecto a Francia no fue el único en aquellos años. En febrero de 1960, el Ayuntamiento concedió la tercera medalla Francisco de Vitoria al entonces presidente de los Estados Unidos, Dwight D. Eisenhower, 'Ike', quien había visitado España en diciembre de 1959 y que simbolizó el viraje definitivo del régimen franquista en materia internacional. Vitoria, como Franco, había tenido durante las años de la II Guerra Mundial como naciones amigas a la Alemania nazi de Adolf Hitler y la Italia fascista de Benito Mussolini —lo que incluyó desfiles, esvásticas, saludos brazo en alto y mucho más parafernalia— y ahora otorgaba su máxima distinción al líder estadounidense.

El pleno municipal justificó la decisión porque el galardón estaba concebido como algo “eminentemente internacional” y “para premiar los trabajos de las personalidades que más han colaborado por el sostenimiento de la paz entre las naciones”. No era verdad. El premio fue instaurado en 1947 a mayor gloria del jefe del Estado, Francisco Franco, que fue su primer receptor. Sin embargo, estando ya en Vitoria, Franco decidió que el galardonado tendría que ser el pontífice de la Iglesia católica, entonces Pío XII. Sin embargo, él no se fue con las manos vacías ya que los ediles, por unanimidad, aprobaron en ese mismo instante que la segunda medalla iría al dictador. Este título no le fue revocado hasta 2009, como el título de hijo adoptivo de Alonso Vega.

En el caso de Eisenhower, no hay ninguna constancia de que acudiera a recoger el premio. “El deseo sincero que mueve al presidente de los Estados Unidos al logro de una paz duradera hace que se desvele por el establecimiento de las condiciones espirituales y materiales de una amistosa convivencia entre los pueblos, propulsando el mejoramiento moral y económico de las naciones. [...] En la persona de Don Dwight David Eisenhower concurren de un modo especial las circunstancias que le hacen acreedor a dicha distinción por su constante labore en pro de la paz, convivencia y mutua comprensión de las naciones, puestas de manifiesto en grado sumo en su reciente viaje de buena voluntad”, entendía el Ayuntamiento vitoriano.

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