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Hay un español que quiere

José Juan González Gómez

Estos días en que la incertidumbre política había alcanzado las más altas cotas de ignominia y sinrazón, cuando la arenga política había degenerado como lo hacen todas las caricias, en un vaivén lascivo; estos tristes días en que la sociedad española, la de los españolitos de a pie, no soportaba más la situación a la que habíamos llegado con este persistente bloqueo de gobierno, esos días parecen haber llegado a su fin. Caminantes vacuos, sombras atenuadas perseguidas por la fatiga de los que han perdido la esperanza; algunos políticos, espectros fantasmales, van quedando atrás, en el vacío del tiempo, en su lejana cobardía; y otros parecen resurgir de entre la niebla.

Un tiempo nuevo está llegando, según dicen, tras haberse alcanzado la cima máxima del hastío político. Pero ese tiempo nuevo está también jalonado de peligros, sazonado con una profunda pena al ver cómo los cimientos de nuestra democracia se intentan remover por algunos políticos advenedizos, y por la corrupción política en nuestro país. Algunos desean liquidar esos principios que tanto costaron a nuestros muertos, a nuestros padres que pusieron en marcha el motor de la libertad, del respeto y de la tolerancia tras largos años de dictadura. Esos principios que representan lo que nos une, y no lo que nos separa. Y todo ello porque no ven más allá de los intereses de sus organizaciones políticas, de sus sectas y de sus ganancias personales; están ciegos y creen ver en su escaso discernimiento. Pretenden la eterna reedición de las “dos Españas”, las que puso en verso el poeta D. Antonio Machado: Ya hay un español que quiere / vivir y a vivir empieza, / entre una España que muere / y otra España que bosteza.

Hemos soportado durante días la inexplicable y cobarde táctica de Rajoy, escondiendo su cabeza bajo la tierra, llorando su soledad y bostezando su cansancio, enrocándose en su tablero de ajedrez, sin asumir su responsabilidad de presentar la candidatura a la presidencia del Gobierno. Hemos aguantado su postureo y el tacticismo caciquil, amenazando acá con el fin de España, y acullá con su mayoría en el Senado. ¿Pero es que no queda ningún político cuerdo en este país? Rajoy nos asusta con los otros versos de Machado: Españolito que vienes / al mundo te guarde Dios / una de las dos Españas / ha de helarte el corazón.

Ya el filósofo griego Diógenes de Sinope, buscaba un hombre, buscaba un hombre honrado que ni con el candil encendido puedo encontrarlo, y España parecía no hallarlo. Pero el Rey encargó por fin al líder del PSOE, Pedro Sánchez al que yo llamo “el valiente”, intentar formar Gobierno, tras la negativa cobarde de un Rajoy que ya huele a “cadáver” político.

Así ha conseguido desbloquear una de las situaciones políticas más enrevesadas de toda la democracia, y ha logrado que se ponga en marcha una verdadera negociación entre los partidos políticos, salvo el PP y los independentistas.

Es seguro el escoramiento a la izquierda de Ciudadanos, que visto lo visto no encuentra otra salida que negociar la investidura con Sánchez y, como mínimo, abstenerse. Será más difícil, dado el resultado del cónclave celebrado el pasado sábado en el comité federal del PSOE, que con las exigencias y el poco tacto de Pablo Iglesias se logre un acuerdo con Podemos. Él mismo se ha encargado de dinamitarlo antes de que comenzase, no sabemos si por torpeza e inexperiencia, o por buscar realmente unas próximas elecciones que irían en detrimento del PSOE y en pos de su formación.

Pedro Sánchez y su equipo negociador, debería tentarse bien las ropas antes de hablar con quien hace gala de un ansia y ambición desmesuradas por aprehender los resortes del apetitoso poder, y con un programa claramente revolucionario. Los “barones” del PSOE lo saben, sería como meter a la “zorra en el gallinero”, con una más que segura inestabilidad en el gobierno por la desconfianza previa, que derivaría en una catarsis y con una duración muy limitada del gobierno.

No obstante, el anuncio de Pedro Sánchez de consultar a las bases del PSOE cualquier acuerdo ha conseguido muy oportunamente frenar la ofensiva de ciertos sectores del partido. Algo por otra parte lógico y sensato en una organización moderna que se precie, y que intenta dar voz también a los militantes, sin desautorizar a los órganos del partido, pues el resultado no es vinculante.

En su estrategia negociadora, el PSOE parece haber priorizado a Ciudadanos frente a Podemos; de entenderse, sin tener en cuenta a otras formaciones que unirían sus votos al PSOE, como Izquierda Unida-Unidad Popular y PNV, la pelota estaría claramente en el tejado de Podemos y, a posteriori, del autoexcluido PP. Dado que Pablo Iglesias jamás participaría en un gobierno con Ciudadanos, en una clara muestra de exclusión arbitraria y partidista ampliamente anunciada; y que el PP jamás se abstendrá en un hipotético pacto PSOE-Ciudadanos, lo que se pretende es poner a Sánchez ante una tesitura insoportable: o conmigo o sin mí. En el peor de los escenarios, nos veríamos arrastrados inevitablemente a unas nuevas elecciones que con seguridad repetirían el resultado de fuerzas que no suman, siguiendo la aplicable teoría de los vasos comunicantes. Y créanme, es lo que algunos están deseando.

El elegido, el valiente Pedro Sánchez, deberá echarle arrojo y decisión infinitas para alcanzar la victoria parlamentaria, esa que el destino le negó en las urnas. Estará obligado a comenzar una travesía por el desierto, incierta y a marchas forzadas, caminando entre el país de los cansados. Como cantaba Joaquín Sabina en su canción “Gulliver”, le acusarán de ser el tuerto en el país de los ciegos y de ser quien habla en el país de los mudos. Pero al menos lo habrá intentado.

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