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Política y políticos

Portada del número 3 de la revista Cuadernos de eldiario.es.

Miguel Álvarez García

En la literatura política española clásica, político era el seguidor de Maquiavelo; persona que dedicada a los asuntos públicos actuaba sin freno en la ética, en lo moral o en lo tocante a lo religioso.

Enfrente había otro modelo de servidor público, el que se dedicaba a la “política de bien” basado en un Iusnaturalismo de honda raíz cristiana. Esa concepción de político bueno/ político malo formulada por Pedro de Ribadeneyra en su ‘Tratado Religioso y Político del Príncipe Cristiano’ ha llegado hasta el siglo XX de la mano de Menéndez Pelayo, Elías de Tejada, Sainz Rodríguez y Fernández de la Mora.

Franco fue protagonista de una anécdota muy comentada. Se quejaba Faustino Alonso Fueyo, director del diario Arriba, órgano del Régimen, de las presiones que recibía de las distintas facciones franquistas. El dictador le cortó en seco: “Haga como yo, no se meta en política”. Ser político en España estaba y está mal visto.

Cuando determinada gente de derechas entra en política es frecuente escucharles decir que ellos no son políticos. Son profesionales, técnicos, catedráticos, jueces o militares. Ellos dicen que van a las instituciones a gestionar, a sacrificarse, y a dotar de dignidad al ejercicio político.

En muchos sectores de la opinión pública española hoy el político es una persona de la que por sistema hay que desconfiar. Al político “malo” se le acusa de vocación de permanencia, de medrar y utilizar el cargo como ascensor social. Esa mala prensa, consumida con avidez por los sectores más populares, es más común en España que en otros países de nuestro entorno. Visto esto no es de extrañar que la abstención alcance mayores cotas en los sectores populares y no tanto en otros estratos de la población. Quien haya ojeado resultados por mesas en cualquier elección podrá ratificar esto.

Y sin embargo hay problema. El CIS, barómetro tras barómetro, nos dice que uno de los problemas principales que tienen los españoles es la clase política (segundo problema). Cuando llegan las elecciones esa percepción se hace más intensa y esa opinión no solo es atribuible a los casos de corrupción

Ahora bien, reivindicar la política la podemos hacer todos pero radica sobre todo en los propios políticos. Podrían empezar porque la competencia técnica y humana fuera norte y guía en la elección de los mejores, en vez de los simplemente populares, famosos o de aquellos otros que cargados de trienios en las sedes partidarias, aspiran al sillón institucional.

También reforzando los mecanismos intrapartidarios de anticorrupción, estableciendo límites de mandatos, regulando la reinserción del político en la vida civil o acabando con la endogamia partidaria que propicia la llegada de fieles servidores personales que acaban formando redes de patronazgos y clientelas.

Otra solución podría ser ampliar por ley las primarias y abrir de ese modo la confección de listas y candidatos a ciudadanos y simpatizantes previamente inscritos. Acabar con esa modalidad del “espectáculo” que llena horas de televisión de tertulias frívolas. Y cómo no, insertar plenamente a los partidos en el marco del derecho civil para que respondan ante los tribunales de su funcionamiento interno que debe ser absolutamente democrático.

Un partido no puede quedar al arbitrio exclusivo de sus componentes/afiliados, no es un equipo de fútbol, tampoco una asociación cultural o un club de montañismo. El sistema de partidos es la columna sobre la que descansa la participación democrática y por lo tanto, el bienestar de todos.

La patrimonialización de los partidos, dejarlos en las manos exclusiva de sus responsables máximos, es una aberración por muy democráticos que digan ser. Cualquiera que lo desee no puede ser miembro de cualquier partido, todos los partidos constituyen en su interior una serie de filtros en niveles intermedios, que manejados hábilmente propician la permanencia, en algunos casos inamovilidad, de sus dirigentes salvo que desde instancias superiores se decida lo contrario.

Los partidos como instrumentos para hacer política siguen siendo, mientras no exista algo mejor que los sustituya, fundamento del sistema democrático. Es precisa una reforma en profundidad de la Ley Orgánica 6/2002 que establece el funcionamiento de los partidos políticos ante el descrédito en el que anda sumida la actividad política, pero claro eso está en manos de los que precisan la reforma con lo cual, la pintan cruda.

 

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