¿De quién es el PSOE?
Orgánicamente, seguro que es de sus militantes, pero social y políticamente es el activo democrático más notable y constante, de la historia española - sin la menor duda - en sus últimos ciento cincuenta años. Pertenece, por tanto al común, pues como instrumento de defensa de los oprimidos nació.
Eran tiempos duros, inhumanos, como escribieran Pérez Galdós y Felipe Trigo, manejados a hierro y fuego – casi al compás de su revolución industrial – por una despiadada burguesía que justificaba los postulados de la explotación del hombre por el hombre. A esa realidad se enfrentaron sus fundadores - en la Taberna de Labra, a un paso de la Puerta del Sol madrileña - arrancando mayo de 1879. Fue el brazo insustituible en la lucha de clases, defendiendo la de los obreros organizados y su pacifica extensión política en el ámbito parlamentario de la primera restauración monárquica, la que instaurara Cánovas unos años antes.
Permanecen aún las emociones, aparentemente dormidas, en los baúles o en los rincones de los trasteros, entre papeles ajados y fotos descoloridas, en los anaqueles y estanterías, arropados por libros repasados, balanceándose siempre al compás de la memoria transferida. Son los recuerdos que nos legaron los mayores, adobados por la esperanza que daba sentido a su trayecto vital, entre los oradores – sus héroes – y una masa enardecida, empeñada en conquistar el futuro, su dignidad, la libertad solidaria, la igualdad….
Y luego, la larga noche, la inmensa tristeza, las lágrimas por los desgarros, la crueldad fría y sistemática, el tiempo eterno, inacabable, de la bota bajo palio.
Llegó la claridad y un nuevo tiempo de promesas, multiplicados los abrazos, junto al deseo compartido de escribir la nueva historia. Ahí estuvo el PSOE, abrazado a la socialdemocracia europea, la que llevaba tres décadas afirmando el Estado del Bienestar, el producto de un período de abundancia. Quizás ahí estuvo la clave: se bajó la guardia, en la supuesta creencia que el capitalismo estaba ya domado y que a la izquierda social le venía bien el rol colaboracionista. A fin de cuentas ya éramos todos ricos, acumulábamos bienes y confort, teníamos créditos bancarios, el paraíso individual para todos. Aquel título, “El fin de la historia y el último hombre”, de Francis Fukuyama, arrancando los noventa, explica bastante del porqué de tantas cosas.
Sin esperarlo, la fiesta se acabó. Nadie sopesó que la globalización de la economía mundial traería consecuencias graves para el viejo mundo. La primera fue que deslocalizar la industria europea a países sin apenas costos sociales ni tradición sindical trajo desempleo, a niveles escandalosos para nuestro continente que siempre estuvo ahormado, y dinamizado para el pleno empleo, por unos costos de producción altos y una dura fiscalidad de vocación social y primordialmente redistribuidora.
Quien se beneficiaba por tanto con la deslocalización industrial era lógicamente el gran capital, las multinacionales, los lobbys, el juego financiero, la ganancia larga de unos pocos. Esa simplista base explicativa demuestra que hay un nuevo escenario de “lucha de clases”, de reparto de los recursos, en este nuevo escenario.
Consecuentemente con ello, la izquierda política tiene que reformular sus estrategias para defender los intereses de su propia clase que, curiosamente, ahora es bastante más amplia de lo que fue en origen. Pero demuestra sobre todo que el capitalismo y su recurrente obsesión por acaparar recursos, reactivando la explotación inmisericorde de los obreros, vuelve a la escena. Y ahí tiene que estar el socialismo, en su papel histórico de evitar la deriva, reponiendo al cuerpo social – a su amplio electorado - la razón de la justicia, por encima de las de caridad o mecenazgo. La redistribución, en suma, es la nueva/vieja tarea que toca otra vez.
Durante los últimos años la crisis derivada de la globalización a escape libre ha ido dejando sus damnificados. Tras el “Brexit” la última secuencia ha sido la de Francia y su solución a la escalada del pensamiento simplista, totalitario. El perjudicado, a pesar de su larga andadura, el Partido Socialista Francés. Algo que inquieta y que quizás parezca irreflexivo, socialmente injusto. Y que obliga a pensar para proponer nuevas salidas: más intervencionismo publico en los sectores básicos, incluyendo el financiero/bancario, más sistemas alternativos/renovables al consumo energético, mas voluntad respecto del calentamiento global y la salud del planeta.
Más empleo, pleno empleo sin excusas. Más inversión en el reto por recuperar los valores del humanismo, la creatividad, la cultura, la ciencia, la salud. Redistribuir los recursos para salvar a los humanos como garantes del equilibrio universal. El propio y el de las criaturas con las que compartimos los espacios comunes de esta esfera cósmica.
Resulta inquietante que el PSOE, esta gran organización política que en la balanza social prestó a los españoles más beneficios – infinitamente más – que perjuicios, se encuentre inmerso en una lucha por la Secretaría General de la organización. Una lucha que, visto lo visto, se desarrolla con dureza. La representación, con visos cercanos a las grandes tragedias clásicas, está en marcha. Ya es inevitable, no hay vuelta atrás. Con sus luces y sombras forma ya parte de este nuevo teatro del mundo, tan doméstico desde el enmarque en el nuevo Olimpo mediático. Es lo que se lleva, algo que quizás perjudique a una organización clásica, de perfil discreto, adusto e íntimo en su historia, que ahora anda algo desmelenado. Pero es lo que toca y hay que pasar el trance, que otros peores sorteó este decano Partido.
De cualquier forma el enemigo no está dentro. No hace falta reiterarlo. Es un problema que el socialismo/ la socialdemocracia debe resolver. Y lo hará desde el reencuentro – otra vez – entre los obreros y los intelectuales. Junto al amplio cuerpo social al que representan. Por esa razón imperativa, en España, en el PSOE, recontadas las papeletas, pase lo que pase, gane quien gane, el objetivo solo puede ser el de la acción única, cerrada, a favor del bloque de progreso de nuestra sociedad. Se trata simplemente de recuperar la Historia, la andadura sin complejos, desde la organización socialista española. Otra vez.