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Manuela, la vida de una mujer gallega

Manuela

Alicia Díaz

Cáceres —

Nos encontramos en Mouzós, en el centro de la región, Sarria, Provincia de Lugo . Corría el año 1936, a Punto de estallar la devastadora y sanguinaria Guerra Civil . Gómez Román y Castelao acaban de entregar al presidente de las Cortes Generales, Diego Martínez Barrio , el texto del Estatuto donde se señala que Galicia será organizada como región autonómica en el Estado Español con arreglo a la Constitución de la República que se aprobó en referéndum, y fue recibido por el presidente de la República, Manuel Azaña, que inicia los trámites para su aprobación.

Aquel no fue un Estatuto de máximos ni de exclusiones, sino de ilusiones, de realidades y de conformar siempre un marco constitucional republicano que se atenía a la legalidad vigente de aquellos años, sin pretender rebasarlo, sin buscar irredentismos absurdos y diferenciadores. Sin embargo, aquel Estatuto no pudo entrar en vigor debido al golpe militar fascista del general Franco ya que las Cortes de la República, una vez dividido el país, dieron prioridad a otros intereses.

Manuela acaba de contraer matrimonio con Pedro, un jornalero gallego que trabaja la tierra a cambio de pocas monedas. Era época de miseria, de pobreza y enfermedades. Sin duda, estarían ante una etapa que marcará sus vidas para siempre.

Manuela luce un pequeño pañuelo que le cubre la cabeza, lo anuda finalmente a la garganta y cae en forma de pico sobre la nuca. Ata su negro cabello formando un moño que queda perfectamente camuflado bajo la tela de su cabeza ; sus manos largas y bastas tienen la textura que tiene el trabajo, y sus ojos , pequeños y oscuros, se hunden en las cuencas ; su cuerpo acaba de convertirse en una fábrica de vidas condenadas a padecer hambre. Los labios tienen forma de fina vaina y cuando sonríe sus dientes brotan como guisantes.

Mouzós lo componen cinco casas rodeadas de verde intenso ; las finas hierbas bailan coquetas al compás del viento húmedo y fresco. La alpaca, hacinada, rompe la armonía de la estructura y las casas nacen robustas desde pilares de piedra, las mismas que forman el enlosado de eras y caminos emponzoñados por el barro.

Pedro, el esposo de Manuela, trabaja las tierras de un gallego de buena estirpe y durante años volverá a casa tras interminables jornadas a las que acompañará la precariedad y, a veces, el sol.

Manuela está embarazada, como siempre, se encarga del cuidado de los hijos , la limpieza y de mantener la casa lo más caliente que puede. En la cocina de leña bulle un guiso de patatas con bacalao . El bacalao es un manjar que ni Manuela ni sus hijos encuentran en los platos , por lo que se hacían una idea de cuál era su sabor con el simple goce de la patatas hervidas derritiéndose en sus bocas.

Manuela perdió a su segunda hija que había enfermado a causa de una neumonía en 1942. Los partos son un peligro de muerte debido a las condiciones precarias de la época , el alumbramiento es el limbo que mantiene a todas las mujeres de la época en una constante incertidumbre.

En la casa de Manuela viven dos cerdos, una vaca lechera , un puñado de gallinas ponedoras y un orgulloso gallo.

Todos los años Manuela hace matanza y vende las piezas a otros vecinos de la zona. Guarda el tocino entreverado conservándolo en sal que le servirá como condimento para futuros caldos.

A punto de parir a su octava hija, Manuela siempre tuvo claro que la culpa de traer a casa “otra boca más a la que alimentar ” la tenía Pedro.

– Non quería facelo con Pedro, sabía que ia quedar preñada. Fun violada. ¿ Que é cando lle dís ao teu home que no queres máis e faino á forza ?.

Marina está a punto de nacer, es la octava hija; el hambre y la pobreza es muy severa y cada vez más agudizada. Manuela sufre por no tener suficiente alimento para todos.

En el momento del parto llega a casa la parteira, no tenía estudios médicos ni tan siquiera era matrona, pero en la época era muy común la presencia de estas figuras que ayudaban a asistir a las mujeres durante el parto.

Al nacer Marina la parteira propuso a Manuela matarla para que la necesidad no fuera aún mayor.

 – Nadie o vai a saber, decimos que naceu morta. Dijo la parteira.

Pedro , que se encontraba en el pasillo, entró a la habitación de forma agitada y contrariado por lo que estaba escuchando. -  –- Non vou matar unha filla miña. Dame igual o que fagan os demais.

Manuela no dijo nada, ni siquiera era decisión suya matar a su hija neonata , o dejarla morir de hambre.

La parteira , tras la decisión de Pedro, relata de manera normalizada todos los casos que conocía y en los que había participado. A la mañana siguiente, tras haber dado a luz, Manuela envolvía a Marina en una manta a modo de mortaja, como hacía con el resto de sus hermanas y hermanos al nacer , se la echaba a la espalda recorriendo cinco kilómetros para cortar hierba y poder dar de comer a los pocos animales que tenían.

– Xa podía quedar desgarrada que así quedaba.

Manuela hacia su propio jabón en casa y decía que era el mejor cicatrizante, con él curaba las heridas de cada parto. Para la fábrica del jabón aprovechaba el agua de lluvia, nunca las primeras gotas, utilizando grasa y sosa que removía durante horas dentro de un barreño con una pala de madera y al día siguiente, cuando la mezcla se solidificaba , cortaba el bloque con un alambre.

Manuela quedó huérfana de madre desde los cinco años de edad y fue enviada por su padre al monte a cuidar ovejas. No sabía leer ni escribir, pero lo que más le gustaba de todo era que le leyesen . Quién sabe, quizá era una manera de soñar.

Murió hace pocos años a la edad de 99, con aquellos ojos oscuros dentro de las cuencas hundidas y su boca de vaina de guisantes.

 

*Este relato ha sido posible gracias  a la generosidad de nuestra amiga y compañera Ana, nieta de Manuela, la cual ha confiado la vida de Manuela en mis manos y a la que estoy enormemente agradecida por dejarme formar parte de su familia durante unas horas.

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