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Sanxenxo espera al rey Juan Carlos: efusividad en los despachos y el club de yates, indiferencia en la calle

El barco de vela Momo en Sanxenxo, donde el rey emérito viajará para participar en una regata

Víctor Honorato

Sanxenxo (Pontevedra) —

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De los súbditos se ha dicho históricamente que, si la institución funciona, sienten por sus monarcas emociones intensas, del temor a la reverencia, del amor leal al odio decapitador. En una tarde de lluvia y viento, clásica estampa primaveral de la costa pontevedresa, lo que se percibe en las calles de Sanxenxo es un sentir más liviano, mezcla de indiferencia y cachondeo, a cuenta de la anunciada visita a la localidad de Juan Carlos I, una vez archivadas por prescripción o inviolabilidad las investigaciones sobre el origen su ingente patrimonio. El humor de vecinos y paseantes llega a ser casi negro y contrasta con el frenesí celebratorio de las instituciones públicas, de la Xunta de Galicia al Ayuntamiento de esta localidad turística de las Rías Baixas.

“Al rey emérito se le quiere aquí. Estamos encantados de demostrar el cariño que sentimos por él”, presumió el alcalde, Telmo Martín, del PP, constructor de profesión, que domina la corporación municipal con amplia mayoría absoluta en su segunda etapa con el bastón de mando. Para el flamante nuevo presidente de la Xunta, Alfonso Rueda, la aparición monárquica “sería una magnífica noticia” tanto para Sanxenxo como para el conjunto de Galicia “desde el punto de vista del turismo, de la afluencia y de ponernos en el mapa”.

Fuera de los despachos ese optimismo se matiza, sobre todo en la temporada baja y día nublado, sin mucho veraneante a la vista y con la flota de recreo mayoritariamente amarrada. En la jamonería Charra, restaurante en el mismo paseo, el cocinero, Carlos, charla con unos comensales que acaban de pagar. “Este es un país muy hipócrita”, dice sobre las celebraciones del advenimiento monárquico. “Viene a tantear las aguas, por eso entra por Galicia”, sospecha. Rocío, detrás de la barra, recuerda otros tiempo, cuando el hoy rey era príncipe, y don Juan Carlos comía en Combarro (el pueblo de los hórreos, también en la ría, en Poio, cerca de Pontevedra). El personal, cuenta, se conocía el menú al dedillo: “arroz con bogavante y huevos con patatas”.

Eran otros tiempos, los de la crónica rosa y las paradas solemnes; hoy el debate es diferente, como confirma el comensal Emilio, que se identifica como exlegionario “de tiro y escolta”, natural de Serra de Outes (A Coruña) pero que vive en Basilea (Suiza) trabajando de soldador. Aunque primero se contiene, acaba interrumpiendo, casi a voces: “Es un matador de animales y un ... [usa uno de esos calificativos que suelen traer problemas legales a los periódicos]”. Luego no querrá salir en la foto de grupo. Nadie le lleva la contraria; solo Rocío alza los brazos y dice que “jurídicamente” el rey emérito no tiene causas pendientes. Leonor, acompañante de Emilio, concede: “A mí el hijo me cae de puta madre”. El camarero, Costy, es de Rumanía, donde no hay rey desde 1947. Sigue la conversación con aparente interés, pero luego dice que no entiende nada. 

Para Fortunato, alias Nato, y Milagros, matrimonio de cabello blanco venido de Salceda de Caselas, donde no hay playa, y que se aventura a dar un paseo después de comer, cuando parece que amaina, la cuestión es de menor calado. “Si ya se va a morir, que disfrute”, ríe él, lo acompaña ella, después de hacer una referencia al “golfo de El golfo”. 

También sonríe extrañado Magec, tinerfeño de 20 años, que toca la flauta travesera, solitario, apoyado en el paseo marítimo de Silgar, la principal playa urbana del pueblo, donde tienen casa Mariano Rajoy o el alcalde. “¿Que va a competir? ¿Y la cadera?”, se alarma el músico, estudiante de vacaciones.

La pompa y el boato real no acaban de calar en un primer vistazo a Sanxenxo, con 17.500 habitantes en invierno, hasta 100.000 en verano, volcado en el turismo, y que durante las últimas semanas ha dado lugar a bulos diversos sobre una supuesta estancia clandestina del anterior monarca en la villa. Las pistas, que llegaban a través de Internet hacían referencia a supuestos cortes de la cobertura de móvil y un aumento de patrullas policiales. La especulación hizo fortuna en algunos espacios televisivos.

Entre las “ganas tremendas” y el “me da un poco igual”

Los sondeos a pie de calle no tienen valor estadístico porque el rey emérito también cuenta con incondicionales en Sanxenxo, evidentemente. El puerto deportivo lleva su nombre por decisión del alcalde, y en el real club náutico le tienen mucho aprecio. “El club, el pueblo y el resto de Galicia están encantados de que venga. Es una cosa muy positiva. Como organizadores y deportistas tenemos unas ganas tremendas de que vuelva a disfrutar de una de sus pasiones, aunque tendrá más”, señala un portavoz del Real Club Náutico, cuyo presidente, Pedro Campos, es compañero de regatas del monarca emérito.

Por allí andan el martes una decena de jóvenes deportistas, que no salieron al agua porque venteaba mucho. Son adolescentes, de Sanxenxo y alrededores, que dicen que lo del rey no va con ellos. “Me da un poco igual”, señala uno, con el bozo en plenitud. “Todos son bienvenidos”, despeja otra. Los adultos vienen detrás y dicen que no quieren opinar. Unos metros más allá está a punto de desplegar la vela la tripulación del Momo, de armador alemán, como dos de sus tripulantes, que participarán en la regata del fin de semana. Al preguntárseles sobre su opinión sobre las tribulaciones de la monarquía española, intercede raudo Víctor Mariño, vigués, habitual del circuito internacional de vela, campeón ocasional: “Bien, les gusta, están a favor”. No deja de sonreír.

En la política local solo el BNG, entre las formaciones formalmente republicanas, rechaza abiertamente la visita del veterano rey. Ya propusieron infructuosamente quitarle el nombre del monarca al puerto deportivo y ahora cuestionan el retorno económico de la aparición, más allá de señalar que éticamente es poco decoroso aplaudir a Juan Carlos I, visto su historial financiero. “Es curioso que sea noticia que un señor español vuelva a España”, ironiza la portavoz nacionalista, Sandra Fernández, que cree que el amor del viejo rey por Sanxenxo aumenta “desde que cae en desgracia en los ambientes mallorquines”. Recuerda que Sanxenxo es un municipio extenso, con varios núcleos de población, más diverso que los “100 metros a la redonda de Silgar”, donde se concentra lo que llama “un lobby del Opus Dei”, que hace de caja de resonancia de un sentir monárquico que la edil nacionalista (gallega) considera menor.

Por una de las calles interiores del pueblo, la vista del paseo bloqueada por el cemento y el ladrillo, fuma un pitillo después del turno en el restaurante Adrián, pontevedrés de 23 años. ¿Qué opina sobre el rey emérito? “Me tiene que dar igual”, responde, porque, aunque la monarquía en España esté “muy mal”, no ve que sus conductas irregulares tengan grandes repercusiones. “Supongo que a nivel empresarial algo traerá”, cavila. A unos metros de allí aparece, con un trozo de tarta en un envase de plástico, José Ramón Gómez, de 39 años, profesor de Física y Química en el instituto y este sí, a todos los efectos, sanxenxino. “Por aquí poca gente de Sanxenxo verás”, avisa. Sobre el rey y sus potenciales efectos benéficos sobre la economía local no tiene especial opinión. “Lo único que me molesta es que va a haber muchos más controles de carretera”. Se despide y se pierde detrás de la esquina, y la calle vuelve a quedar vacía.

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