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Opinión - Vivir sobre un polvorín. Por Rosa María Artal

Paola Obelleiro

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Deshojar margaritas para aprender a calcular contando los pétalos. Descubrir el trabajo en equipo para plantar todo tipo de semillas en un huerto. En las pequeñas escuelas unitarias del rural gallego, las actividades escolares al aire libre son esenciales. Y más con las exigencias que impone la pandemia del coronavirus. Los niños de los 26 Colegios Rurales Agrupados (CRA) de la comunidad autónoma, repartidos en más de un centenar de pequeñas escuelas de otras tantas localidades, han comenzado el curso con una gran ventaja sobre sus otros compañeros de Infantil y Primaria de la red pública de Educación: todos deberán acostumbrarse a la mascarilla y aprender a mantener la distancia mínima de metro y medio, pero serán privilegiados en cuanto a la recomendación de intensificar las actividades al aire libre para limitar las posibilidades de contagio. La naturaleza es la aula principal de los 2.000 alumnos de escuelas unitarias. 

“Llevamos años cumpliendo el protocolo de la COVID en ese aspecto, salir a la calle es lo nuestro, tenemos los árboles en la puerta”, comenta, entre risas Rosa Barreiro, directora de uno de los CRA de A Costa da Morte que agrupa nueve escuelas unitarias de los municipios coruñeses de Ponteceso, Malpica y Cabana de Bergantiños. Preside también la asociación de maestras y maestros de estos colegios rurales de Galicia (Amcraga) y confirma que, tras muchos años en el alero y con su continuidad constantemente en entredicho, este modelo de escuela pública en el que niños de entre tres y ocho años (Infantil y primero y segundo de Primaria) comparten aula “vuelve a ponerse de moda” a raíz de la incertidumbre que causa la pandemia. 

El caos de la Administración autonómica en organizar el regreso a las aulas también contribuyó a disparar el interés por este tipo de colegio rural de dimensiones reducidas pero con un nivel de enseñanza que nada tiene que envidiar al de las zonas pobladas. Se está registrando un repunte de las matrículas en las escuelas unitarias. Sobre todo en las que están situadas en la periferia de ciudades como Santiago de Compostela o A Coruña. Si en el sector inmobiliario, se ha detectado un relance de la demanda de casas con jardín, en el ámbito educativo también “hay una apuesta por volver al rural”, ratifica Beatriz Paredes, directora del CRA de Teo, municipio vecino de la capital gallega. Arrancó el curso con 103 escolares. Son diez más que el anterior. La menor proporción de alumnos por aula y la prevalencia de actividades en el exterior llevaron a aumentar este verano el interés de madres y padres residentes en Santiago por escolarizar sus pequeños en aldeas limítrofes. Este centro suma cuatro escuelas que cuentan todas con un jardín propio, de uso exclusivo. La ratio es de 20 alumnos por aula. “Y ya es bastante”, apunta Paredes, “pero mientras el tiempo lo permita, vamos a estar un máximo de horas en el exterior”. 

Los responsables de los CRA gallegos estuvieron todo el verano preparando virtualmente una vuelta al colegio “distinta, con mucha incertidumbre” pero repleta de actividades al aire libre. “Ya veremos lo que nos permite el invierno, pero hay muchas cosas que se pueden enseñar fuera, como geografía, cálculo, educación física, trabajos en equipo”, enumera la responsable del colegio rural agrupado de Teo, el primero de este tipo que se creó en Galicia, en 1988. Todo será cuestión de llevar botas de agua y chubasquero cuando empiecen las lluvias. O abrigarse como cuando cada año los niños viajan desde A Costa da Morte hasta las montañas de O Cebreiro, en Lugo, para descubrir la nieve. La pandemia, no obstante, ha puesto en suspenso la excursión trimestral con los padres. “Habrá que cambiar la fórmula”. 

La menor proporción de niños por aula en estas escuelas unitarias —la media es de tan solo diez o once escolares— atrae a cada vez más familias. Pero, en la mayoría de los casos, los centros carecen de comedor o transporte. Unas desventajas que desaniman a los residentes en aldeas. La conciliación con la vida laboral es difícil. En la costera y muy rural localidad de Rianxo (A Coruña), el CRA cuenta con ocho escuelas. Media decena de madres y padres, “pese a vivir algunos a cien metros” de una de ellas, prefirieron decantarse por enviar a sus hijos al colegio del centro de la localidad, a unos cinco kilómetros. Por mucho que esté bastante más masificado. “Allí hay más amplitud de horario, de 9 de la mañana a 2 de la tarde, y por encima vuelven a casa habiendo almorzado”, cuenta Marcos Bermúdez. Su pequeña, de cuatro años, cursa Infantil en la pequeña escuela unitaria de Rañó. Situada en una aldea, en la ladera de un monte sin vecinos alrededor, este centro del CRA de Rianxo, con jardín y huerto, acoge a tan solo a ocho alumnos que cursan juntos los tres niveles de Infantil así como primero y segundo de Primaria. Este padre teme que este tipo de colegio exclusivo acabe por desaparecer. 

Entre 2003 y 2017, se suprimieron en Galicia 323 escuelas unitarias, tres cuartas partes de las existentes entonces. El alumnado en esos 15 años se mantuvo, sin embargo, estable. Pero fue el éxodo del medio rural hacia las ciudades y sus periferias las que llevaron a echar el cierre a esos colegios. “Pelear por salvar la escuela rural es nuestra cruzada”, asegura Rosa Barreiro. Estar en continuo contacto con la naturaleza y las tradiciones gallegas es una de las grandes riquezas de este modelo educativo, además de permitir un mayor desarrollo individual de los alumnos. La coordinadora de los CRA es una ferviente defensora: “estar mezclados todos los niveles en una misma clase, y no encasillados por edades, da lugar a una simbiosis maravillosa, el nivel de madurez de los pequeños es más avanzado, se espabilan antes”. Es cierto, reconoce Barreiro, que la pandemia lo complica todo, también en pequeñas aulas donde hasta ahora se primaban las actividades y participaciones de los padres y también los abuelos de los pequeños. “Ahora se tienen que quedar en la puerta, no pueden entrar, y eso es duro”. Este año no habrá la tradicional fiesta de los abuelos que se celebra cada curso en las unitarias. Son escuelas “con una fuerte dosis de educación emocional” y socializar manteniendo la distancia no es fácil. 

Barreiro asegura que la brecha digital tampoco es un problema en el rural, ni siquiera durante el duro confinamiento de la primavera pasada. Hace años que en las unitarias trabajan con encerados virtuales. Y si algún escolar tenía problemas para acceder a un ordenador o a conexión a Internet, el Ayuntamiento de Ponteceso, a través de Protección Civil, le llevó, durante el encierro de marzo y abril, los deberes y actividades impresas hasta casa. El teléfono y las videoconferencias vía WhatsApp suplieron muchas carencias tecnológicas, asegura la directora del CRA de Ponteceso. En las aldeas de Baralla (Lugo), un colegio público se las ingenió para paliar la ausencia de Internet o de ordenador a través de comunicaciones con walkie-talkies. Fue un socorrido “parche” para acabar el curso durante el estado de alarma. Pero nada que valga las clases presenciales que se retomaron estos días en las pequeñas escuelas del rural “con mucha ilusión y ganas, mucho mejor de lo esperado”, remarca Rosa Barreiro. En este tipo de colegios, “todo es sumar, no hay un reproche. Se trabaja en positivo, siempre hay una solución ante cualquier problema”, asegura. Los niños, estos primeros días, van a aprender a manipular mascarillas, incluso los más pequeños que hasta los seis años no tienen obligación de llevarla, y a tratar de no compartir sus estuches. Las clases de lectura, más que antes, serán al aire libre. “Los poemas se leerán debajo de un árbol”. 

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