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Sobre este blog

En este espacio se asoman historias y testimonios sobre cómo se vive la crisis del coronavirus, tanto en casa como en el trabajo. Si tienes algo que compartir, escríbenos a historiasdelcoronavirus@eldiario.es.

Una sindicalista al otro lado del teléfono, entre los ERTE, los despidos y el cuidado de su hija de un año

Beatriz junto a su hija.

Beatriz Alonso

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Me llamo Beatriz, vivo en Leganés (Madrid). Antes de la crisis del Covid-19 mi profesión era asesora jurídica en Comisiones Obreras de Madrid. Hoy me podría definir como una especie de bombero de la ley en mitad de un edificio en llamas.

Desde que CCOO habilitó un número 900 para resolver dudas laborales relativas al coronavirus, mis compañeras y yo pasamos la mayoría de las horas de confinamiento atendiendo llamadas. Este es el trabajo de miles de sindicalistas en nuestro país que no han colgado el teléfono más de 30 minutos desde que comenzó la crisis. Nuestro trabajo es sindical, legal, y muchas veces, por desgracia, no podemos evitar sentirnos como el teléfono de la esperanza.

La actividad es frenética y tenemos la sensación de estar caminando continuamente sobre arenas movedizas. Cada mañana temprano miramos el BOE…¡otro nuevo Real Decreto! Casi no tenemos tiempo de estudiar la nueva normativa que sale y ya hay otra nueva, todo mientras atendemos llamadas de todo tipo. La mayoría de nosotras llevamos años trabajando en el sindicato y tenemos mucha experiencia en el ámbito laboral, pero no podemos evitar sentirnos muchas veces desbordadas.

El whatsapp echa humo. “¿Se os ocurre una forma de presentar denuncia a inspección para un trabajador que no tiene impresora?”. “¿El fin del periodo de prueba se podría demandar como despido?”. “¿Qué hacemos con las suspensiones de contrato de las ETT?”. Siempre hay un compañero que ha leído algo en algún sitio, que te manda la última directiva de la Seguridad Social, que acaba de atender a alguien con el mismo problema...

Estamos tapando con las manos las grietas de una presa a punto de romperse. Desde nuestras casas, intentamos parar lo imparable, pero el coronavirus ha destapado de una forma brutal las carencias que nuestro mercado laboral arrastraba durante años: precariedad, temporalidad, bajos salarios, pobreza… es muy difícil que un Real Decreto, o varios, puedan detener la magnitud de algo que lleva años fraguándose.

Y mientras, cada una con nuestras vidas. Yo tengo una niña de 18 meses encerrada en casa desde hace semanas. Algunas personas que atiendo por teléfono me dicen “oigo por ahí a tu niña, estamos todos igual”. Otras compañeras tienen familiares enfermos, situaciones económicas complicadas y así es difícil concentrarse en estudiar unas normas que cambian casi a diario. Ahí estamos, agobiadas y sobrepasadas, pero con el sentimiento de estar poniendo nuestro humilde granito de arena para que esto no se desborde todavía más.

Esta semana atendí a una trabajadora de la sanidad pública de baja por Covid-19. A su marido le iban a hacer un ERTE. Antes de colgar me dijo: “No sabes lo que te agradezco lo que estáis haciendo” Y a mí, en la locura de mi cuarto lleno de papeles y notas, se me saltó una lágrima. “Sois vosotras las que os estáis jugando la vida, no yo”.

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