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Adiós a la gallina de los huevos de oro: la crisis climática acabará con el turismo de 'sol y playa'

Turistas resisten como pueden al calor en Mallorca este verano.

Tomeu Mesquida

Mallorca —
20 de enero de 2024 22:04 h

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Pérdida de playas, veranos tórridos, sequía y eventos climatológicos extremos. Si solo se cumpliera uno de estos augurios científicos sobre el futuro de Balears, ya habría material para una película distópica. El contraste entre el presente y el futuro es fuerte. Sobre todo porque, según los expertos, se van a cumplir todos ellos en mayor o menor medida. Especialmente porque, mientras apenas empezamos a conocer la fuerza del enemigo, la fiesta sigue como si nada. “Nosotros empezamos a estudiar esto partiendo de una intuición”, dice el investigador del Instituto Español de Oceanografía, Gabriel Jordá. Y la intuición era una pregunta. Con lo que sabemos que viene, “¿no vamos a perder atractivo turístico?”. 

Jordá ha participado en varios estudios sobre efectos del cambio climático en las Balears. Por ejemplo, sobre la subida del mar y el efecto en las playas o, uno de los más recientes, donde se abordaba esa pregunta intuitiva de forma literal. Ha sido haciendo este estudio cuando han hablado con “el sector, y se muestran preocupados como residentes, pero no lo perciben como un riesgo para que vengan menos turistas”, dice el físico del IEO-CSIC, porque “una cosa es la percepción de los residentes y otra, la de los turistas”. 

La buena comunicación, la seguridad o la tradición de visitar una zona en concreto pueden hacer que el turista acepte condiciones climáticas que para el residente son malas. “Nosotros no vamos a ir a más de cuarenta grados a una playa masificada; en cambio, ellos sí”. Si hay menos metros de playa o hace más calor “no lo verán de un día para otro, esto va a ser progresivo”. Entonces, por ahora, todo esto no influye y parece que ser un destino sin conflicto, estar a pocas horas en avión o una costumbre familiar son factores más determinantes que lo que Gabriel Jordá resume así, casi sin respirar: “Que la temperatura va a subir y los veranos serán como una ola de calor permanente, que habrá menos agua disponible y la subida del nivel del mar hará desaparecer la mitad de superficie de playas y, por tanto, vamos a ser más vulnerables a tormentas y temporales”. Casi nada. 

Nosotros no vamos a ir a más de cuarenta grados a una playa masificada; en cambio, ellos sí

Gabriel Jordá Investigador del Instituto Español de Oceanografía

Además, según el investigador, la subida de temperatura puede traer efectos menos llamativos a primera vista, “pero no por ello menos peligrosos”. La posidonia oceánica es una planta acuática que, además de tener una gran importancia ecosistémica, es la responsable de las aguas cristalinas de las calas y playas de estas islas del Mediterráneo. Y el aumento del calor del mar podría poner en riesgo su supervivencia. “No sabemos si esto afectará a la hora de elegir destino, si lo miramos por el prisma del impacto sobre el turismo”, pero seguro “que será una pérdida muy peligrosa para nuestras costas y más con la subida esperada del nivel del mar”. Ya que esta planta, en invierno, frena la erosión de las playas protegiendo la arena en los temporales.     

La situación actual y posibles escenarios

El doctor en Geografía por la UIB y referente en el estudio del turismo Ivan Murray explica que a medio plazo interfieren varios factores: “Por un lado, la intensificación de la emergencia climática”, y por otro, “el aumento de los precios”, que en cualquier momento va a acabar afectando a los billetes de avión. Un escenario posible sería el fin del turismo low-cost, ya que actualmente “no existen alternativas económicas al combustible de los aviones”. Pero esta situación combinada podría acabar teniendo un efecto rebote poco intuitivo, donde “o bien se vea disparada o bien se baje muy poco la afluencia turística en espacios como Baleares”, dice Murray, ya que las islas están “cerca físicamente a la órbita de grandes emisores turísticos”.

Un escenario posible sería el fin del turismo low-cost por la intensificación de la emergencia climática y por el aumento de los precios, que acabará afectando a los billetes de avión

En respuesta a la creciente conciencia sobre el impacto del cambio climático, Balears ha implementado en las últimas dos legislaturas de izquierdas medidas significativas a través de la Ley de Emergencia Climática, que busca abordar los desafíos ambientales en la región. Además, la Ley de Turismo ha establecido directrices para un enfoque más sostenible en la industria. Los hoteles, conscientes de estos cambios legislativos y del llamado a la acción ambiental, han avanzado en la adopción de prácticas circulares. Desde la implementación de tecnologías energéticas más eficientes hasta la reducción de residuos y la promoción del turismo sostenible, la industria hotelera demuestra un compromiso creciente con la sostenibilidad.

Por lo que respecta a la subida de temperaturas, algo que los turistas van a ir notando ya en las próximas temporadas, ambos expertos coinciden en señalar la adaptación tecnológica del sector. Jordà explica que los establecimientos turísticos dan soluciones momentáneas para los peores días, “tienen los hoteles climatizados, las piscinas, y en el fondo solo van a estar unos días aquí”. Para Murray, estas soluciones tecnológicas son un ejemplo de algo que llama “getos climáticos”, y es que, según dice, los resorts tienen muchas papeletas de convertirse en eso, “soluciones temporales, que no podrán ser universales”. Un ejemplo de esta tendencia, para Murray, son las ayudas europeas de recuperación económica “Next Generation”, que en el caso del Estado español se han destinado en buena medida a digitalizar y favorecer la transición energética en zonas turísticas, para que puedan ir construyendo ya estos refugios o “guetos” climáticos para los que pueden permitírselo.

Un sector en plena forma y con perspectivas de crecimiento

Treinta y un millones ciento cinco mil novecientos ochenta y siete pasajeros. Un número que, dicho así, cuesta visualizar. Según ha hecho público esta semana AENA, es el número de pasajeros que pasaron, a lo largo de 2023, por el aeropuerto de Mallorca; la isla del archipiélago con más visitantes: 31.105.987. Para imaginarnos la escala: si el aeropuerto estuviera en pleno funcionamiento 24 horas al día, 7 días a la semana, non-stop y los pasajeros se aparecieran en él como si fueran hordas zombis o marcianitos en un videojuego, cada minuto aparecerían por arte de magia 59,15. Y así todo el año. Sin parar. Cada minuto casi podríamos llenar un bus escolar con 59 zombis enteros y una pierna.

El pico de visitantes en Balears sigue siendo en verano, en agosto, en pleno mes de récord de temperatura. Según los datos aún provisionales del IBESTAT, el instituto oficial de estadística de las Islas, en agosto de 2023 llegaron a estar sobre el archipiélago, al mismo tiempo, 2.106.209 personas. Se recuperó el ritmo de crecimiento anterior a la pandemia. Esta cifra, conocida también como índice de presión humana, resulta útil para comprobar otro efecto: no es solo que el pico de llegadas no se achante en verano, sino que en los meses de supuesta temporada baja, en otoño e invierno, el pico va en aumento. Según los expertos, ante posibles intensificaciones de los efectos del cambio climático, el sector podría seguir creciendo en estos meses. Otro efecto rebote.

¿Existen alternativas?

Desde que en Balears se rompió el tabú y empezó un cuestionamiento del monocultivo del turismo, especialmente del turismo masivo, han surgido propuestas que señalan a otros tipos de turismo como posibles salvadores. La presidenta del Govern, Margalida Prohens, del Partido Popular, ha abogado continuamente por el turismo de calidad y sostenible como la ruta más prometedora.

En el fondo de lo que se habla es de substituir el turismo que tiene el máximo esplendor en Magaluf por un turismo de lujo. Para Murray es “imposible plantearse una substitución de esta superespecialización turística” porque el turismo, aquí, “lo abarca absolutamente todo, no deja nada sin aprovechar y está hipersegmentado”, tanto “que no puede quedarse con una fracción tan pequeña como es el turismo de ricos, porque no les bastaría para mantenerse”. “Y supondría una crisis social brutal”, añade. Además, pone de ejemplo que en aquellas zonas donde se ha seguido esta lógica, y que ya se han podido estudiar, se ha visto que la mayoría de dólares turísticos se van a terceros países, es decir, “no quedan en la zona”.

Para Jordà, la sequía y la disminución de acceso a agua van a llevar necesariamente a que la ciudadanía tenga que replantearse la relación con el sector turístico. “Sea mediante ecotasas o con cánones pera el uso del agua en actividades turísticas”, porque “va a llover menos, sin ser una disminución muy severa, pero el problema grande será que habrá más evaporación y no podremos disponer de tanta agua”. Además, apunta, “responsabilizamos de muchas cosas al cambio climático, pero en varios estudios hemos visto que el problema del agua es el derroche que ya sufrimos actualmente” y sobre el que “habría que actuar para estar preparados para cuando sea necesario”.

En esta línea de replantearse la relación con el turismo, para el doctor Murray, sería interesante “construir economías, o maneras de producir y consumir colectivamente” intentando que no estén atravesadas, “como ahora lo está todo, por el turismo”. Según Murray, además, esto no se trata de “una utopía impensable, sino de una utopía real porque hay suficientes casos existentes”. Hasta ahora “los movimientos sociales, o la academia más crítica, nos hemos focalizado en la resistencia y la denuncia porque ha sido un no parar”. 

Por eso, otro melón pendiente de abrir es la “transformación social del sistema de producción turístico”. Dice Ivan Murray que deberíamos ir “pensando otras formas de organizarlo más allá de parámetros hegemónicos” y que es algo que “ya existe también”, y pone algunos ejemplos como “el turismo rural comunitario, el turismo social –que es realmente social–”; la mayoría de experiencias así “ya funcionan en zonas de América Latina” y son maneras de “rescatar colectivamente el turismo del capital, que es una tarea que aquí no nos hemos planteado nunca”.

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