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Las serpientes devoran a la icónica lagartija ibicenca: “Es un desastre ambiental y cultural”

Un ejemplar de ‘podarcis pityusensis'

Pablo Sierra del Sol / Eivissa

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El arcón está lleno de serpientes. Es un congelador grande, tamaño bar. Los reptiles se apilan por medias docenas envueltos en plástico. Parecen paquetes listos para etiquetar y colocar en los mostradores de la sección de frío de un supermercado. En Vietnam, Indonesia o China no sería una imagen extraña: la carne de ofidio es parte del recetario tradicional de esos países. Pero no estamos en Asia. Las decenas de culebras han acabado en este congelador después de pasar meses o años reptando sobre la tierra de Eivissa.

Su libertad terminó al entrar en una de las 2.000 trampas que el Consorci de Recuperació de Fauna de Balears (Cofib) ha colocado en la isla. “Estas serpientes se enviarán a Barcelona, València o Salamanca”, explica Víctor Colomar, el coordinador pitiuso de este organismo, dependiente de la Conselleria de Medi Ambient, mientras cierra la tapa del congelador, “para que las universidades que están colaborando con el Govern sigan estudiando sus hábitos y características: edad, peso, longitud, alimentación…”. Es la dieta de estos reptiles, formada principalmente por lagartijas, la razón de que cazarlos se haya convertido en una de las tareas principales de técnicos como Colomar, que empezó trabajando solo y ahora dirige un grupo de doce personas. En ese lapso –seis años– se han capturado en las Pitiüses unas 15.000 culebras.

Las serpientes habían desembarcado mucho antes de que las instituciones tomaran medidas. En 2003 ya se registraron avistamientos, incluso, saliendo de entre las raíces de los olivos que adornan los jardines de villas y casas de lujo. Informes de técnicos de Medi Ambient del Consell d’Eivissa lo avalan. La culebra de herradura –no venenosa y que puede llegar a medir un metro y medio– se expandió con rapidez y, mientras se multiplicaba, no ha dejado de comer lagartijas.

El único endemismo vertebrado de Eivissa y Formentera se ha convertido en una especie casi amenazada, según los parámetros de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza. Un estudio publicado el año pasado en una de las revistas científicas editada por la Universidad de Oxford es aún más pesimista: la podarcis pityusensis desaparecerá de Eivissa en 2030 como máximo si no se revierte la tendencia.

Los mapas de este trabajo de investigación, en el que participó Elba Montes, doctora por la Universitat de València y una de las mayores expertas sobre el asunto, son claros. Hace una década las serpientes estaban concentradas en el interior del municipio de Santa Eulària (ocupando mil hectáreas) y hoy pueden encontrarse en una superficie treinta veces mayor, llegando a muchas zonas del sur de la isla.

Las culebras llegan desde la Península

Además, pese al problema ecológico que se ha generado, el transporte de árboles y plantas desde viveros de la Península es constante. Como no existe una legislación que lo prohíba o controle –a través de cuarentenas en el puerto de origen, por ejemplo–, las culebras nunca han dejado de cruzar el canal de Dénia. Desde la Conselleria de Medi Ambient aseguran que han instado al Gobierno central “en numerosas ocasiones” para que tome la iniciativa y cree un marco legal que regule el problema. Incluso se ha solicitado a Madrid, dicen fuentes del Govern, permiso para elaborar una normativa autonómica, pero no han podido esclarecer si “Balears, como comunidad autónoma, dispone de competencias para hacerlo”.

En el borrador del Plan Especial para el puerto de Eivissa que ha redactado Autoritat Portuària hay incluida una zona de cuarentena para las especies vegetales que se desembarquen. De momento, es la única lucecita que aparece en un horizonte muy oscuro. “Mientras no se controle la entrada de olivos nuestro trabajo será como intentar vaciar el mar con un cubo”, resume Colomar. Porque la especie invasora no tiene depredadores: excepto la gineta, escasa y localizada en las montañas del norte, y los gatos salvajes, otro problema para la fauna autóctona ibicenca, solamente las trampas (o los atropellos cuando cruzan una carretera) pueden diezmarla.

Un problema internacional

El problema pitiuso no es único en el mundo. Mirar hacia otras islas da pistas para imaginar el futuro de las lagartijas ibicencas. Donde se ha actuado –relativamente– pronto y se han destinado recursos económicos y humanos todavía hay esperanza. Para controlar a la serpiente real de California, un ofidio también introducido artificialmente que amenaza al lagarto gigante de Gran Canaria, “el Cabildo ha destinado este año 800 mil euros [el doble que el Govern en Eivissa y Formentera] y tiene a cuarenta y cuatro técnicos trabajando [cuatro veces más que en las Pitiüses]”, explica Colomar.

Donde, en cambio, no se hizo nada durante décadas, la cascada de consecuencias es devastadora para el ecosistema insular, más frágil que otros al estar desconectado del continente. Así ocurrió en Guam. En la isla más grande de las Marianas, archipiélago dependiente de Estados Unidos, las culebras entraron escondidas en las bodegas de los barcos de mercancías que atracaron durante la II Guerra Mundial.

Seis décadas después la batalla está más que perdida, aunque se apliquen métodos que parezcan sacados de un taquillazo hollywoodiense de los años noventa. “En Guam se han visto obligados a tirar ratones muertos –con un paracetamol dentro del estómago– porque en una isla del tamaño de Eivissa, unos 550 quilómetros cuadrados, se calcula que hay dos millones de serpientes. La densidad es brutal. Seis especies de lagartija han desaparecido y también muchas aves. Ese desequilibrio está afectando muy gravemente a la flora autóctona. Es evidente cuando se compara la situación con otras islas vecinas donde la especie invasora no entró”, cuenta Elba Montes.

En Guam se han visto obligados a tirar ratones muertos –con un paracetamol dentro del estómago– porque en una isla del tamaño de Eivissa, unos 550 quilómetros cuadrados, se calcula que hay dos millones de serpientes

Elba Montes Investigadora

La investigadora aprovechó unas vacaciones para viajar al Pacífico Occidental y conocer de primera mano la situación de Guam. Era 2017. Entonces trabajaba como técnico de Medi Ambient en el Consell d’Eivissa y estaba más que familiarizada con el problema que ya representaban las serpientes. “En el Govern, que es la administración competente, nos decían que no había nada que hacer. Hubo un poco de pasividad. Tengo apuntes en libretas viejas preguntándome qué podíamos intentarnos. Le dimos muchas vueltas y en 2014 encontramos la manera burocrática de poner en marcha un proyecto piloto de control de ofidios. Duró dos años. Ahí conecté con esta historia y con José Manuel Pleguezuelos, catedrático de la Universidad de Granada, que nos asesoró. Decidí hacer mi tesis sobre esta especie invasora y sus efectos, supervisada por él”, dice.

Montes precisa la cantidad de dinero que pudo invertir el Consell en su experimento: “Apenas 36 mil euros. Dos contratos menores de aquel entonces”. El éxito, según ella, no fue tanto –o solamente– involucrar al Govern (desde 2016 se han invertido 1,2 millones –el 70% en los dos últimos años– para financiar el trabajo del Cofib: contratar más personal y conseguir más vehículos, básicamente), sino despertar “entre la sociedad ibicenca la conciencia de que teníamos un problema”. Cazadores, ecologistas y vecinos de zonas rurales empezaron a pedir trampas a la Administración o a fabricárselas ellos mismos para capturar serpientes.

“Estamos perdiendo nuestro patrimonio”

Sebastián Candela vio asomar la cabeza de una lagartija por una grieta del muro y apuntó el objetivo de su cámara. Esperó unos minutos y, poco a poco, por aquella hendidura salieron más reptiles a saludar. “En una de las fotos he contado diecinueve”, dice este periodista que, desde que se jubiló hace cuatro años, pasa muchas mañanas recorriendo los caminos que rodean las salinas. Allí, y en otras localizaciones, ha ido fabricando un archivo en el que hay miles de imágenes de lagartijas: algunas son primerísimos planos, conseguidos gracias a una buena lente y a los pellizcos de fruta que regala a los pequeños reptiles para que se acerquen a la cámara.

Su banco de imágenes es un caramelo para biólogos e investigadores como Antònia Maria Cirer, a quien Sebastián conoció un día mientras hacía fotos en el único parque natural que existe en la isla. “Ella me explicó el valor que tenían mis fotos para divulgar esta realidad y conseguir que los ibicencos nos diéramos cuenta del patrimonio que estábamos perdiendo. La gente de mi edad creció jugando entre lagartijas, incluso dentro de la ciudad. A muchos les parece imposible que este animal pueda desaparecer. Siempre ha estado ahí y ha habido muchas. Quizás por eso, no le hacíamos ningún caso. Fotografiándolas me ha fascinado su comportamiento, la complejidad de sus escamas y, sobre todo, la manera que tienen de mirar a la cámara”.

Los ibicencos tenemos que darnos cuenta del patrimonio que estamos perdiendo. La gente de mi edad creció jugando entre lagartijas. A muchos les parece imposible que este animal pueda desaparecer

Sebastián Candela Periodista y fotógrafo

Algunas de las imágenes de Sebastián Candela se pudieron ver el pasado invierno en una exposición organizada por el Institut d’Estudis Eivissencs que llevaba un título elocuente: Sargantanes. El temps s’acaba. “Las culebras no solamente se las comen, aprovechando que su presa nunca ha tenido un gran depredador y, por norma, es demasiado confiada; también se refugian en uno de los hábitats preferidos de la lagartija: los recovecos que se forman en los muros de pedra seca”, explica Cirer, que dedicó su tesis doctoral, allá por los ochenta, cuando sus vecinos le preguntaban por qué pasaba tanto tiempo estudiando “a esos bichos”, a describir las dieciocho subespecies de podarcis pityusensis que pueblan Eivissa, Formentera y sus islotes.

A alguna de estas islas en miniatura se sabe que han entrado culebras, nadando desde la costa, y, como documentó Elba Montes, en una de ellas, s’Illa de s’Ora, frente a la playa de es Figueral, su principal fuente de alimento ha desaparecido. “Quedarnos sin lagartijas no sería solamente un desastre ambiental, es un animal icónico a nivel cultural e histórico. Es más importante que nunca crear reservorios para asegurarnos de que siempre haya suficiente población de lagartija para poderla reintroducir en las zonas de la isla donde llegara a extinguirse”, dice Cirer.

El oasis de las lagartijas

El Cofib no ha perdido el tiempo: los límites del Parc Natural de ses Salines están llenos de trampas. Los técnicos saben que es inevitable que las culebras se sumerjan en los estanques salineros, amenazando a parte de a su bocado predilecto también a las crías y los huevos de las aves que viven o visitan el humedal, pero con esta medida pueden evitar que proliferen y el desastre sea irreparable.

Fenicios, púnicos y romanos enterraron a sus muertos en es Puig des Molins. La parte de la necrópolis que había sobrevivido al paso de los siglos empezó a estudiarse y protegerse a finales de los años cuarenta. La arqueología evitó que se urbanizaran cinco hectáreas de esta colina situada cerca de la antigua ciudad amurallada que, cuando dejó de ser cementerio, se convirtió en tierra de cultivo y pastoreo.

Sus características –perímetro vallado y separada de las zonas rurales que rodean la ciudad de Eivissa por varios quilómetros de asfalto– han convertido a es Puig des Molins en un lugar interesante para crear la primera gran reserva de lagartijas. Allí será difícil que lleguen las culebras. Un acuerdo entre instituciones lo hizo posible esta primavera. Giros de guion de la Historia: la antigua Ibosim (para púnicos y fenicios) o Ebusus (para los romanos) era un lugar entre fascinante y sagrado porque, a pesar de su clima mediterráneo, estaba libre de serpientes. Las lagartijas no tenían nada que temer entonces. Quien quería olivos los sembraba.

A la caza de reptiles

Alejandro Macías y Beatriz Chica están cargando la parte de atrás de un Dacia Sandero pintado de blanco, sin rotular. Unas camisetas de color verde militar es lo único que les identifica como miembros del Cofib. Dentro del maletero meten varias garrafas de agua, botellas de vino vacías, su caja de herramientas, una jaula llena de los ratones que ellos mismos crían en las antiguas cuadras que quedan a su espalda.

Estamos junto al almacén donde Víctor Colomar nos ha enseñado aquel arcón lleno de serpientes congeladas. Hasta que el Govern y el Consell adecenten un espacio en el antiguo cuartel de Sa Coma, este centro hípico en desuso es la base de operaciones de los técnicos que trabajan con la fauna de las Pitiüses: desde una tintorera o un delfín a los que hay que socorrer porque aparecen heridos en una playa hasta las tortugas domésticas que se abandonan en la naturaleza y que pueden provocar un desastre si logran reproducirse. Pero su trabajo principal, sobre todo durante los meses de calor, es eliminar serpientes.

La pareja de técnicos arranca y conduce hasta el norte: hoy deben revisar la veintena de trampas que tienen colocadas en la carretera vieja de Portinatx. Cada cien o doscientos metros, Álex para el coche y Bea abre el maletero. Cogen el equipo, localizan la caja de madera (dos compartimentos separados por una rejilla, uno para los roedores, que atraen a las serpientes con su olor, y otro para las visitantes) que dejan, cubierta por un plástico y con algo de peso encima de la tapa, en un lugar húmedo y resguardado del sol. Por ejemplo, la ladera de un torrente.

Si tuvieran otro vehículo, un cuatro por cuatro, podrían sembrar también de trampas otros caminos más inaccesibles, los que ascienden entre pinos por colinas escarpadas y rodeadas de bosque, donde intuyen que también debe haber grandes colonias de serpientes. Con mimo se agachan para comprobar si los ratones viven. Les reponen el pienso. También actualizan el bebedero. Si la trampa todavía tiene un tubo de plástico, lo cambian por una botella de vino que rellenan con agua: a las puertas del verano, el cristal evita que el líquido se evapore demasiado rápido. Si el cebo muere, las serpientes no picarán el anzuelo. Si dentro de la caja hay un reptil, con unos guantes de jardinería lo sostienen por la cabeza, lo aturden dándole unos golpes contra una piedra o un muro, y cuando ha perdido el conocimiento lo sacrifican con un martillo.

La sorpresa es grande cuando, trampa vacía tras trampa vacía, descubren que la caza de serpientes será mínima a pesar de que los últimos datos que tienen almacenados en la aplicación que utiliza el Cofib para registrar su trabajo indican que es el noroeste de la isla donde más densidad de culebras hay. Hoy, dos ejemplares. Diez días antes, coincidiendo con la última revisión, fueron treinta y dos.

Álex confirma el número mirando una de las últimas hojas de la libreta que lleva en el bolsillo para tomar apuntes en bruto cuando se mueven por lugares donde el teléfono no tiene cobertura. Son parte de unas estadísticas cada vez más completas que, traducidas, llevaron al conseller de Medi Ambient, Miquel Mir, a admitir el pasado abril, cuando comenzó la campaña de 2022, lo que técnicos y expertos llevan años alertando: a estas alturas, erradicar la culebra de herradura de Eivissa es una quimera. Controlar su densidad -como se ha conseguido en Formentera, donde los reptiles quedaron concentrados en la meseta de la Mola desde el primer momento- se presenta como la única solución. “Hay que encontrar un punto de equilibrio entre serpientes y lagartijas, una ratio que las permita convivir. Entonces dejaríamos de considerar a la culebra de herradura como una especie invasora porque ya se habría integrado en el ecosistema de Eivissa”, dice Víctor Colomar. Hallar esa cifra antes de que sea demasiado tarde parece, sin embargo, la cuadratura del círculo.

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