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El vicario Fiquet: el cura ‘Tinder’ que concertó más de mil matrimonios

El vicario Fiquet.

Laura Jurado

Mallorca —

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Hubo un tiempo en Sóller (Mallorca) en que eran pocos los que no conocían al vicario Fiquet. Era un religioso popular, un párroco de misa corta y -escribía el historiador Jeroni Pons- con tantos puros habanos en su armario “que podía hacer la competencia a un estanco de primera clase”. Pero, sobre todo, un hombre que cargó sobre sus hombros y su sotana el peso del futuro de los jóvenes casaderos del pueblo en un momento en que las emigraciones a Francia comenzaban a vaciarlo. “Sin darse cuenta, fue la primera agencia matrimonial del mundo”, asegura el historiador Josep Morell.

Su oficio de matchmaker comenzó hacia finales del siglo XIX. Una enfermedad había asolado los naranjos de medio Sóller y el aumento de precios y la escasez del algodón habían echado el freno a la producción en las fábricas textiles locales. Sobraba tanta mano de obra y faltaba tanto empleo que a muchos sollerics no les quedó más remedio que emigrar. Quienes no fueron a Francia -se calcula que más de 1.500 llegaron a establecerse en el país vecino- acabaron en la otra punta del mundo, principalmente en Puerto Rico.

La mayoría de sollerics que emigraban eran hombres muy jóvenes. Su máxima aspiración -explican Morell y Antoni Quetglas en Aspectes de l’emigració a Puerto Rico a través de la correspondencia de la família Fiquet- era poder montar un negocio propio, pero también formar una familia. Y, mientras el número de tiendas de venta de fruta iba creciendo en Francia, lo cierto es que ninguno quería perder los lazos con su pueblo. “Hasta tal punto que tenían la idea, supongo que equivocada, de que la mejor esposa sería una sollerica, una mujer seria y trabajadora”, señala el historiador. 

El oficio de matchmaker del vicario comenzó a finales del siglo XIX, tras la emigración masiva de jóvenes del pueblo a Francia

El Tinder decimonónico

Los viajes a Mallorca eran escasos y cortos, y las jornadas laborales tampoco dejaban tiempo para citas y mucho menos para noviazgos. Fue ahí donde el vicario Fiquet entró en escena. “Comenzaron a contactarle sollerics emigrantes que querían casarse para que les buscara una buena mujer porque no tenían tiempo y necesitaban alguien que les orientara”, sigue Morell. A veces por carta, otras en sus cortas estancias en la isla. Sabían que, antes de que comenzara su colección de habanos, uno de sus bienes más preciados era la lista de chicas casaderas de Sóller que había elaborado como una suerte de Tinder decimonónico. Algunas solicitaban su propia inclusión en las visitas que habían hecho al confesionario. “Iban a pedirle un marido y le explicaban qué características buscaban”.

“El vicario no los emparejaba en función del dinero o la clase social. Un cura de aquella época conocía mucho más a la gente que ahora, sus gustos, sus características. También tenía psicología y pensaba en que los caracteres encajaran”, afirma Josep Morell. A veces lo tenía tan claro que ofrecía una única opción de pareja. En otras, dudaba y reconocía que tenía varios candidatos. En la mayoría de los casos, los interesados ni siquiera se conocían y el vicario Fiquet se encargaba de poner en marcha su particular sistema de citas. “Le decía al chico que tal día a una hora concreta pasara por tal calle del pueblo y que vería asomada a la ventana a la que él pensaba que era la candidata ideal. El chico pasaba y veía a su posible novia, ¡pero ni siquiera hablaban! Y, si ambos estaban interesados, se concertaba el matrimonio”, detalla el historiador.

El vicario no los emparejaba en función del dinero o la clase social. Un cura de aquella época conocía mucho más a la gente que ahora, sus gustos, sus características. También tenía psicología y pensaba en que los caracteres encajaran

Josep Morell Historiador

La prisa, y ese no perder tiempo por volver a Francia o Puerto Rico y retomar el negocio, marcaban todo el proceso. El novio llegaba a Sóller unos días antes del enlace y la pareja emigraba poco después de la boda. Según Pons, en las crónicas de los enlaces que redactaba el propio Josep Pastor -nombre real del vicario-, las novias siempre eran descritas como “simpáticas y bellas, encantadores y liliales”, mientras que entre los novios el que no era un “experto obrero”, era un “distinguido comerciante” o un “acreditado industrial”. 

En las crónicas de los enlaces que redactaba el propio vicario, las novias siempre eran descritas como 'simpáticas y bellas, encantadores y liliales', mientras los novios eran o un 'experto obrero', un 'distinguido comerciante' o un 'acreditado industrial

Lo cierto es que, en ocasiones, los contrayentes ni siquiera sabían nada del emparejamiento hasta poco antes de la boda porque habían sido sus padres quienes lo habían acordado y gestionado con el vicario. De hecho, hubo veces en que ni siquiera se conocieron para el enlace porque se casaban por poderes mientras el novio estaba fuera. “No conozco casos en los que se opusieran, pero es verdad que la gente entonces era mucho más sufrida y práctica, y menos romántica. Pobres”, señala Morell. Sin embargo, el historiador reconoce que algunos hijos de esas parejas concertadas consideran que el matrimonio no fue válido porque sus padres no pudieron decidir nada.

En ocasiones, los contrayentes ni siquiera sabían nada del emparejamiento hasta poco antes de la boda porque habían sido sus padres quienes lo habían acordado y gestionado con el vicario

26 bodas al año

Los registros del archivo parroquial de Sóller demuestran que la agencia matrimonial del vicario Fiquet funcionó a toda máquina. Entre 1887 y 1933 celebró 1.671 bodas, de las que, según Josep Morell, un 80% correspondían a parejas concertadas. Algo más de 26 enlaces al año. O, lo que es lo mismo, uno cada dos semanas. “La organización fue muy bien, aunque no sé si se puede decir que fue un éxito”, duda. 

Para el propio Fiquet, su labor de casamentero fue un orgullo hasta el punto de que guardó una copia de todos los certificados de los matrimonios que celebró. Además, pedía a las parejas que le mandaran una postal de la iglesia del lugar en el que se instalaran después de haberse casado hasta conseguir una colección muy completa. La otra, la de los habanos, nació a medida que los contrayentes, padres o hermanos iban enviándole puros en agradecimiento a su labor.

Además de su habilidad por decir las misas cortas, su labor de celestino le granjeó no sólo popularidad sino reconocimiento: se le incluyó en la galería de Hijos Ilustres de Sóller donde cuelga su retrato y una calle del municipio sigue llevando su nombre. De haberle descubierto antes, los productores de pelis de tarde no habrían dudado en hacerle un biopic. 

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