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Los votantes de Putin presumen de que él les ha devuelto el orgullo de ser rusos

Putin en la celebración del Día de los Defensores de la Patria el 23 de febrero.

Agustín Fontenla

Moscú —

Uno de los mayores temores del Kremlin es que la participación en las elecciones presidenciales del domingo sea reducida, como sucedió en los comicios legislativos del 2016, que tuvieron, con un 47%, la marca más baja de la historia moderna de Rusia. Sin embargo, Irina Ilyakova, de 61 años, una pensionista de Moscú, dice que irá a votar por primera vez en los últimos 20 años.

“Putin me convenció de hacerlo. Con él, Rusia empezó a restablecerse y a ser fuerte”, afirma sentada en un sofá al lado de su madre, Nina, que cumplirá 85 años y también votará para reelegir al presidente ruso. “En los años noventa estábamos devastados y nadie nos tenía en cuenta. Ahora recuperamos el prestigio y Rusia es escuchada”.

La afirmación resuena como el eco de una de las frases más aplaudidas del presidente ruso durante su reciente mensaje a la Asamblea Federal. Mientras presentaba un misil intercontinental de producción nacional, y único en el mundo, Vladímir Putin afirmó: “Nadie quiso dialogar con nosotros sobre los problemas (económicos, financieros, militares). Nadie nos escuchó. ¡Ahora escúchennos!”.

Ilyakova señala la anexión de Crimea como un hecho clave para que Rusia recuperara su estatus de superpotencia: “Desde que reintegramos la península, empecé a respetar más a Putin. Él nos devolvió el orgullo de ser rusos y logró que fuéramos respetados nuevamente en el mundo”.

La audaz operación que impulsó el Kremlin a inicios de 2014 fue uno de los hitos del presidente ruso. A pesar de haber desatado una guerra diplomática con Estados Unidos y la Unión Europea, en Rusia aumentó su popularidad, que ascendió a niveles superiores al 80%.

Ilyakova sostiene que Crimea supuso un acontecimiento esencial, pero la recuperación de Rusia empezó mucho antes, cuando Putin logró ordenar el caos que produjo la disolución de la URSS (Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas), y la “desastrosa” gestión del expresidente Borís Yeltsin.

A ella le tocó sufrir el colapso de la política de venta de acciones que impulsó Yeltsin para financiar al Estado: “Habíamos invertido todo nuestro dinero en acciones de una empresa de panificación, y cuando se produjo el default (1998) perdieron casi todo su valor”.

Durante los 18 años que Putin permaneció en el Kremlin (14 como presidente y 4 como primer ministro), la macroeconomía mostró un progreso notable. El Producto Interior Bruto (PIB) se multiplicó por seis, la pobreza se redujo del 24% al 13%, y la expectativa de vida superó las marcas obtenidas en la URSS (64 años) hasta alcanzar 72 años en 2017.

En el caso particular de la familia Ilyakova, la economía no ha variado demasiado. Madre e hija residen en un apartamento modesto a las afueras de Moscú, y sus pensiones constituyen su principal ingreso. La pensión de Nina es de 26.000 rublos (equivalente a 370 euros), y es superior a la de Irina porque cuenta con privilegios sociales y un plus por la edad.

La suma alcanza para cubrir la cesta básica de alimentos (12.000 rublos aproximadamente), pero es escasa si se considera la pérdida de poder adquisitivo que ocasionó la recesión durante los años 2014-2016.

Nina, de todas formas, no se queja: “Claro que siempre quisiéramos tener más dinero, pero mi pensión está bien”. Sus deseos son de otra índole: “Yo quiero una Rusia fuerte. Eso lo garantiza Putin, y eso es suficiente para mí”.

Sergei Ivanov se muestra muy entusiasmado con las elecciones presidenciales del domingo. “¿Si he decidido mi candidato? ¡Claro! Putin”.

No niega la crisis económica reciente, y asegura que la inflación (del 15% en 2015) no le afectó. Sobre todo, no le parece tan grave si compara los tiempos actuales con los de Yeltsin. “A comienzos de los noventa me dedicaba a la especulación, y las condiciones para hacer negocios eran muy malas”.

“Lo que admiro del presidente es que cumple con lo que dice”, a diferencia de Gorbachov o Yeltsin, “que decían mucho pero no actuaban”.

Con cada defensa que ensaya sobre las decisiones del jefe del Kremlin, como, por ejemplo, haber intervenido en la guerra de Siria, Ivanov busca aprobación. “No querría una guerra, pero es necesario para defendernos del terrorismo, ¿no?”.

Solo de un hecho se muestra absolutamente seguro: “Putin puso orden en el país”.

La palabra que mejor le define

Vera Falenko tiene 21 años, es profesora de inglés y trabaja de forma particular en empresas o con alumnos adultos. El domingo votará por Putin, al igual que su grupo de amigos del club donde practica boxeo, algunos rusos y otros ucranianos de Lugansk, uno de los epicentros de la guerra en el sur este de Ucrania.

“La mejor palabra que define a Putin es 'fuerte”, dice tras meditar unos segundos. “Él es una persona a la que te gustaría seguir porque puedes ver su fortaleza”.

“¿Viste a nuestros muchachos en Siria?”, pregunta para explicar a qué se refiere con fortaleza. “Putin los inspira de alguna manera”.

Falenko aclara que ser fuerte no significa ser agresivos. “Vamos a continuar desarrollando nuestro Ejército, el armamento militar, y reforzando nuestras fronteras, pero no vamos a atacar a nadie”.

Además de la imagen “de hombre muy fuerte” que refleja Putin, Falenko dice que la Rusia que proyecta el mandatario ruso ofrece “una visión distinta a la de Occidente”, y eso permite que exista un balance en el mundo. Algo que considera “positivo”.

Yulia Kazakova (no acepta revelar su verdadero nombre por razones de seguridad), trabaja en un organismo estatal en Moscú. El domingo irá a votar, tal como lo ha hecho desde las elecciones presidenciales de 1993. Le preocupa que Putin permanezca tantos años en el cargo de presidente, pero destaca que Rusia recuperó la estabilidad gracias a él después de la caída de la URSS.

“Yo vi con mis propios ojos la tragedia que significó el fin de la Unión Soviética”, afirma refiriéndose a la disputa que estalló entre Osetia del Sur y Georgia en 1991, después de que esta última obtuviera su independencia.

Kazakova residía con su hija en la ciudad de Tskginvali (Osetia) y fue testigo de la separación que sufrieron varias familias.

“Un georgiano debió regresar a su país y no podía llevar a su esposa porque era nativa de Osetia del Sur, y allí la consideraban como a una enemiga”, cuenta compungida. “El hombre lloraba porque no podía hacer nada”.

Junto a Transdniéster, Osetia del Sur inauguró la denominación “conflicto congelado” para referirse a las disputas étnicas y territoriales que surgieron en el espacio postsoviético, y que, actualmente, incluye también a Abjazia y Alto Karabaj.

Tratándose de dos pueblos que integraban la URSS, el enfrentamiento entre Osetia del Sur y Georgia recuerda demasiado a la guerra del Donbás, que siguió a la anexión de Crimea. Sin embargo, Kazakova señala que existen diferencias sustanciales porque esta vez “Rusia no es la única culpable”. La responsabilidad recae también sobre el Gobierno de Ucrania, “que ha provocado a la gente para que odie a la Federación Rusa”, dice.

De todas formas, Kazakova no centra su atención en la crisis de Ucrania, aunque la sufre. “Lo más importante es que Rusia recuperó su estabilidad, y eso nos da una buena perspectiva a futuro”, afirma.

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