Brasil afronta su peor ola de la pandemia sin recursos contra al virus y supera los 300.000 muertos
Desolación y muerte. Son palabras que suelen abundar en las crónicas de guerras, terremotos y tsunamis. Pero ¿cómo usar esos términos en el trazado de los rastros que deja una pandemia? Esta vez, sin embargo, describen en forma precisa el escenario creado en Brasil por la COVID-19. Con los 3.158 fallecimientos en las últimas 24 horas, el país roza las 300.000 muertes y ha llegado al primer puesto de un ranking mundial nada deseable: ha desplazado a Estados Unidos en el registro de la mayor cantidad de personas muertas por día. La tasa de letalidad del coronavirus alcanza las 11,2 muertes por millón de habitantes; la más alta del continente americano.
El gobierno de Jair Bolsonaro ha decidido este miércoles tomar las riendas de la crisis. El presidente, ha anunciado la formación de un comité de emergencia integrado por los gobernadores, por el titular del Senado Rodrigo Pacheco y por ministros del gobierno federal. La decisión ha llegado tras una reunión que mantuvo con algunos mandatarios de los estados provinciales en el Palacio de la Alvorada, la residencia oficial. “Ese comité se reunirá todas las semanas para decidir la reorientación del combate al virus”, ha declarado el jefe de Estado.
La tragedia de la COVID-19 en Brasil se ha visto engrosada con la saturación de camas en el sector público y privado, los médicos no logran atender la totalidad de los pacientes, que entran en listas de espera para acceder a las unidades de terapia intensiva (UTI). La batalla contra el virus es desigual: faltan utensilios indispensables para intubar a los enfermos, sedarlos y proveerles oxígeno. Escenas filmadas por profesionales de la salud atestiguan el desborde del sistema sanitario, con personas contagiadas que mueren debido a la falta de medicamentos y kits respiratorios. El Ministerio de Salud ha reconocido que ha llegado el colapso a los estados de Acre, Rondonia, Mato Grosso, Ceará, Río Grande del Norte y Amapá; localizadas en el norte y en el oeste brasileño, estas regiones son parte de la Amazonía legal. “La situación es muy crítica” para sus gobiernos, han admitido en Brasilia.
Pero hay otros territorios donde también se advierten serias complicaciones: São Paulo, Paraná, Santa Catarina y Río Grande del Sur. En la capital paulista han denunciado que los materiales necesarios para mantener las UTI en funcionamiento se acabarán en una semana. Médicos paulistanos de terapia intensiva, han dicho que carecen de medicamentos bloqueadores neuromusculares y sedantes indispensables para entubar los enfermos graves. Por eso se ven obligados a racionarlos, con la esperanza de atender a la mayor cantidad posible de infectados. Los resultados, han asegurado fuentes hospitalarias, “son el sufrimiento y la angustia de los enfermos, que no se adaptan a los respiradores mecánicos. En consecuencia, aumentan las muertes”.
Bolsonaro y cacerolazo
El pasado martes, a las 20.00 hora local, Bolsonaro usó la red de radio y televisión brasileña durante 15 minutos para inducir la calma en la atemorizada población brasileña. Esta vez, el jefe de Estado no intentó disimular la realidad, como suele hacer en sus intervenciones diarias. Admitió: “Estamos en un momento donde la nueva variante del coronavirus desgraciadamente ha arrebatado la vida de muchos brasileños”. Y enfatizó: “Estamos haciendo, y vamos a hacer, que 2021 sea nuestro año de la vacunación”. Por eso, apeló al sosiego popular: “Quiero tranquilizar al pueblo y afirmar que las vacunas están garantizadas. A finales de este año terminaremos de aplicar 500 millones de dosis, con lo que se asegura la inmunización de todos”. El presidente relató que debió interceder personalmente “para lograr que el laboratorio Pfizer anticipe 100 millones de dosis”. Estos viales “serán entregados entre abril y septiembre próximos”. Más tarde recordó que “desde un comienzo dijeron que enfrentábamos un doble desafío: el virus y el desempleo. En ningún momento el gobierno ha dejado de tomar medidas para combatir la COVID-19 y evitar el caos en la economía”.
En cuanto los medios transmitían la imagen y las palabras presidenciales, en las principales ciudades brasileñas estalló el cacerolazo. Desde las ventanas de edificios se escuchaba corear a los brasileños, al compás de los golpes metálicos: “Fuera Bolsonaro, ¡genocida! ¡asesino!”. La protesta fue especialmente fuerte en los barrios de clase media carioca y paulista; también en la capital federal Brasilia.
Hacía tiempo que no se veían este tipo de manifestaciones en Brasil. A finales del año pasado parecía reinar la quietud, probablemente por las vacaciones de verano. Lo cierto es que, al retornar a sus actividades en marzo, todo el mundo se encontró con una situación dramática. Una encuesta de Datafolha, realizada los días 15 y 16 de marzo, reveló el estado anímico de la población: el 79% de los encuestados declaró que ven a la epidemia fuera de control. Otro 18% cree que está “parcialmente” frenada. También ha crecido rápidamente el miedo al contagio, con un 55% que declara “gran temor a ser contaminado” y 27% dijo que “temía” al coronavirus “pero no tanto”.
La desesperación se adueñó de los secretarios de Salud de los gobiernos regionales. En una reunión del consejo que los aglutina, decidieron entregar una carta al nuevo ministro de Salud, el cardiólogo Marcelo Queiroga, quien el pasado martes asumió el cargo. Le pidieron que se imponga el toque de queda nacional, el cierre de las escuelas y universidades y que obligue a bajar las persianas a los centros comerciales y negocios que no realizan actividades esenciales.
El presidente de la entidad, Carlos Luna, dijo que a lo largo de 2020 “alertamos reiteradas veces sobre los peligros de la ausencia de una dirección unificada. Las consecuencias se sienten en los hospitales abarrotados, en las filas para la atención y en el luto de un número creciente de familias”.
Pero tal vez lo más llamativo de estos días ha sido la carta firmada que banqueros, empresarios e inversores bursátiles entregaron al presidente Bolsonaro y al ministro de Salud. En ella, cuestionan al gobierno nacional por no tomar las medidas necesarias que garanticen el control de la epidemia y su reversión, como única manera de asegurar la recuperación económica. Uno de los firmantes, Persio Arida, el que fuera presidente del Banco Central durante el gobierno de Fernando Henrique Cardoso, ha asegurado: “Ha habido una postura negacionista y de falta de seriedad del gobierno para enfrentar la pandemia”. Para él, todo ha ocurrido a raíz de “una mezcla de ideología, de incomprensión y de falta de preparación”. El documento ha sido apoyado, también, por los ejecutivos de los grandes bancos brasileños.
6