Carlos Lopes, exnegociador de la Unión Africana: “Cuando África logra posiciones comunes, Europa las rompe”
El rostro de una mujer joven africana está apoyado sobre dos manos blancas que siguen el contorno de su cara. Que estas sean blancas sobre la tez de una persona negra y, al mismo tiempo, la fotografía de la portada de su último libro, La trampa del autoengaño: un análisis crítico de las relaciones entre Europa y África, no es casualidad para Carlos Lopes (1960, Guinea-Bisáu), escritor, economista y ex Alto Representante de la Unión Africana para las negociaciones con Europa en 2018. “Son manos que apoyan o que controlan, la definición es extraña, inexplicable… Habla de un autoengaño”, cuenta durante la presentación de su nuevo libro en Madrid.
Tras décadas de cooperación, Europa sigue asistiendo a África y entendiéndolo como un continente con aparentes necesidades de salvación. En una entrevista con elDiario.es, Carlos Lopes, que también ha sido secretario general adjunto de Naciones Unidas y secretario ejecutivo de su Comisión Económica para África (UNECA), habla sobre el cambio de paradigma en la relación África-Europa, el fin de la lógica de “compensación”, la asimetría estructural entre ambas organizaciones y la posición periférica de África en la economía mundial, entre otros temas.
Ha sido una de las figuras más relevantes en los procesos de negociación de la Unión Africana. ¿Cómo describiría, a nivel personal y como negociador, su experiencia en los últimos años? ¿En qué punto estamos ahora mismo dentro del marco de negociaciones?
Creo que estamos ante un cambio de paradigma, no sólo en África sino a nivel global. La relación entre África y los demás ha cambiado profundamente. Todo comenzó con el debate sobre China y la narrativa de una supuesta “invasión china”, un tema que en África siempre se observó de manera distinta. No porque la inversión china fuese enorme, sino porque esta presencia llenaba un vacío dejado por otros actores.
Después empezó la discusión sobre la necesidad de un pacto distinto con Europa, que pretendía basarse en una mayor igualdad. Sin embargo, esa ambición terminó cayendo en los estereotipos habituales, donde prevalecen las declaraciones de intenciones sin cambios reales. Los negociadores africanos empezaron a plantear reivindicaciones mucho más ambiciosas, pero la mayoría centradas en pedir más dinero, lo que refuerza mi visión de África como víctima vulnerable que necesita compensación. Mi trabajo, como el de otros colegas, ha sido precisamente intentar cambiar esa mentalidad hacia otra basada en la transformación, no en la compensación.
Cuando yo era Alto Representante de la Unión Africana para las negociaciones con Europa, quienes tomaban las decisiones no querían reunirse conmigo. Preferían negociar bilateralmente o simplemente anunciar medidas y esperar la reacción africana. Aun así, las cumbres se celebran porque existe una necesidad política de mostrar que hay progreso
Cuando se habla de transformación, no se mira cuánto se va a recibir en ayuda o inversión, sino cómo pueden cambiarse las reglas internacionales que han limitado el desarrollo africano. La dependencia de materias primas, por ejemplo, es consecuencia de una interpretación estrecha de la ventaja comparativa; también ocurre con la narrativa sobre la demografía africana, presentada como problemática cuando, en realidad, el continente vive una transición demográfica similar a la que atravesaron otras regiones. Estos conceptos sostienen una dependencia estructural que condiciona las negociaciones. Cambiar la mentalidad es lo más importante.
Hace apenas unas semanas se celebró una nueva cumbre entre la Unión Africana y la Unión Europea en Luanda, Angola. ¿Cómo funcionan realmente estas cumbres? ¿Qué queda fuera del foco mediático?
Estas cumbres son rituales. La evidencia es clara. Siempre, antes de cada cumbre, la Unión Europea anuncia alguna iniciativa que no ha discutido con los negociadores africanos, aun cuando existe un borrador de declaración conjunta. Con esa última cumbre ocurrió lo mismo. Se presentó un ‘Global Gateway 2.0’ supuestamente centrado en infraestructuras, sector privado y minerales críticos, pero sin ningún diálogo previo.
¿Y qué efecto tiene esa forma de actuar? Porque en el discurso oficial siempre se habla del refortalecimiento de las relaciones, de cooperación, de avanzar juntos… pero en la práctica parece que no se concreta.
El efecto es precisamente ese: un discurso ritualista que no se corresponde con la mecánica real de la relación. No puedes afirmar que estás mejorando la movilidad cuando las políticas de visados, por ejemplo, van en sentido contrario. No puedes prometer apoyo para la transición energética africana mientras adoptas medidas unilaterales como la ley europea sobre deforestación. Además, las personas que negocian los temas más duros no participan en estas cumbres.
Cuando yo era Alto Representante de la Unión Africana para las negociaciones con Europa, quienes tomaban las decisiones en estos asuntos no querían reunirse conmigo. Preferían negociar bilateralmente o simplemente anunciar medidas y esperar la reacción africana. Es un sistema que genera cinismo porque todos lo saben, pero nadie lo dice abiertamente. Y, como resultado, nada cambia ni a corto, ni a medio, ni a largo plazo. Aun así, las cumbres se celebran porque existe una necesidad política de mostrar que hay progreso.
Existe la percepción de que estas cumbres están desequilibradas porque la Unión Europea llega con una institucionalidad aparentemente fuerte y la Unión Africana no tanto. ¿Es realmente así?
En parte, sí. La Unión Europea tiene un mandato extraterritorial y puede representar a sus Estados miembros en áreas como el comercio. La Unión Africana no tiene una capacidad tan clara porque es una organización más joven, con menos medios y con un mandato más limitado. Pero lo más importante no es eso, sino que, cuando África por fin logra formular una posición común, Europa tiene la capacidad de dividirla.
Antes de Donald Trump, lo que ocurría en el Mediterráneo durante un año equivalía a lo que pasaba entre México y Estados Unidos en un mes. Aun así, se presenta como una crisis sin precedentes
¿Dividirla cómo? ¿Con dinero, con presión política, con incentivos?
Con todo eso y más. A veces basta con ofrecer visibilidad política. Muchos dirigentes africanos tienen déficits de legitimidad interna y saben que aparecer en un escenario europeo les da estatus. Europa puede “comprar” a un líder sin gastar un céntimo, solo necesita invitarle a un evento y no invitar a quien defiende la posición común africana. Eso ya basta para romperla.
Un ejemplo histórico son los Acuerdos de Asociación Económica en el comercio y desarrollo entre la Unión Europea y los países de África, el Caribe y el Pacífico. En teoría, este grupo de países debían negociar juntos, pero cuando tocó negociar con África se decidió fragmentar el continente en bloques, mientras que el Caribe y el Pacífico permanecieron unidos. Esa división debilitó enormemente la posición africana y el acuerdo aún no está cerrado, mientras que los otros se firmaron en muy poco tiempo.
Esa fragmentación y presión política y económica en manos de los países europeos sobre el continente africano acaba teniendo consecuencias directas sobre la población civil. Lo vemos, por ejemplo, con la externalización de fronteras: quienes pagan el precio son las personas migrantes. ¿Forma esto parte de las mismas dinámicas de poder?
Sí, y muy claramente. Acabo de publicar un artículo demostrando con datos cómo es falsa la idea de una invasión migratoria africana. Las cifras son ridículas en comparación con la percepción dominante. Antes de Donald Trump, lo que ocurría en el Mediterráneo durante un año equivalía a lo que pasaba entre México y Estados Unidos en un mes. Aun así, se presenta como una crisis sin precedentes.
¿Y por qué prende con tanta fuerza esa narrativa? ¿Es miedo, racismo…?
Es miedo, pero también es demografía y racismo estructural. Europa es un continente envejecido, cada vez más conservador, y eso reduce la tolerancia hacia la diversidad. A esto se suma la persistencia de prejuicios raciales muy arraigados. Los datos lo desmienten todo. Según Frontex, el 94% de los africanos que entran en Europa lo hacen de manera legal, pero la gente cree lo contrario. Y cuando se pregunta cuál es la primera nacionalidad de migrantes en Europa, la mayoría apela a los africanos, cuando en realidad es Rusia. Entre las primeras diez nacionalidades apenas hay una o dos africanas. La distancia entre percepción y realidad es consecuencia directa de ese racismo estructural.
En su libro reflexiona sobre el papel periférico que África ha ocupado históricamente en la economía mundial. Más allá del discurso, ¿por qué sigue ocurriendo esto?
África ha contribuido enormemente a la modernidad mundial. Primero a través de la esclavitud y después como proveedores de recursos fundamentales. El mundo se desarrolló con capital africano y esa lógica no ha cambiado. Hoy hablamos de minerales críticos, pero es la misma dinámica de, por ejemplo, el coltán o el gas. Los recursos africanos se utilizan para impulsar el desarrollo de otros. Como consecuencia, África sigue siendo un exportador neto de capital. Según el Banco Mundial, sale más capital del que entra.
Muchos dirigentes africanos tienen déficits de legitimidad interna y saben que aparecer en un escenario europeo les da estatus. Europa puede “comprar” a un líder sin gastar un céntimo, solo necesita invitarle a un evento y no invitar a quien defiende la posición común africana
¿Incluso con poco desarrollo interno?
Incluso así. Los fondos soberanos y de pensiones africanos suman alrededor de 1,3 billones de dólares, pero el 80% se invierte fuera del continente. Se hace para cumplir con las agencias de calificación, que consideran arriesgado invertir en África. Ningún producto financiero africano tiene calificación de grado A, aunque el continente tenga uno de los mayores ritmos de crecimiento económico del mundo.
Etiopía, por ejemplo, lleva quince años creciendo a un promedio del 10% y aun así está clasificada como “bono basura”. La solución no pasa por aumentar la ayuda al desarrollo, esa es una lógica de compensación. Lo que necesitamos es transformación estructural. Crear nuestras propias reglas, nuestros propios productos financieros y decidir invertir en África, aunque el Fondo Monetario Internacional no le guste. Eso es exactamente lo que hicieron China, Malasia o Vietnam. África debe dejar de evitar lo obvio y empezar a actuar en función de sus propios intereses.
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