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Los conservadores intentan dejar fuera del nuevo Gobierno al partido de ultraderecha en Suecia

El líder del partido Demócratas de Suecia, Jimmie Akesson, después de una rueda de prensa en Estocolmo.

Òscar Gelis Pons

Copenhague (Dinamarca) —

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Cuando Jimmie Åkesson, líder del partido ultra y anti-inmigración Demócratas de Suecia, apareció bailando encima del escenario celebrando la noche en que catapultó a su partido como segunda fuerza del país, con más del 20% de los votos, dejó un mensaje claro en su discurso: “Si va a haber un nuevo Gobierno, vamos a tener una posición central... Nuestra ambición es ser parte del Gobierno”.

Sin embargo, las negociaciones para formar el nuevo Ejecutivo después de las elecciones generales en Suecia las lidera el cabeza de lista del partido de derecha más tradicional, llamado Partido Moderado, Ulf Kristersson, que, pese a haber visto cómo el partido ultra le ha arrebatado el segundo puesto como mayor fuerza política, se perfila como nuevo primer ministro del país escandinavo. 

El encargo que ha recibido Kristersson por parte del presidente del Parlamento para formar Gobierno no es fácil, ya que tiene que negociar con los cuatro partidos que conforman el bloque de derechas (Demócratas de Suecia, el Partido Moderado, el Partido Democristiano y el Partido Liberal) y que en total suman una mayoría de 176 diputados en la cámara. Los temas de negociación sobre la mesa son espinosos para las formaciones conservadoras, e incluyen las ayudas por desempleo, las políticas de asilo de refugiados y la cooperación internacional al desarrollo.

En las últimas elecciones generales de 2018 en Suecia, los partidos tardaron 143 días en formar una coalición de Gobierno de centro-izquierda liderada por los socialdemócratas. Ahora no se espera que las negociaciones se demoren tanto, mientras el país debe afrontar con urgencia un otoño difícil entre la inflación, la crisis energética y las negociaciones con Turquía para entrar en la OTAN.

Un Gobierno con los votos de la ultraderecha

Suecia, el país considerado durante años bastión de la socialdemocracia, la tolerancia y el Estado del bienestar, aún se encuentra sacudida por los resultados de los comicios. La primera ministra socialdemócrata, Magdalena Andersson, dimitió tras el recuento final: su partido fue el más votado, pero perdió la mayoría para gobernar.

Las encuestas lo habían predicho, pero el temor de la mitad de los suecos se confirmó cuando el partido de extrema derecha Demócratas de Suecia consiguió 73 de los 349 escaños en el Parlamento. El cordón sanitario, que hasta la mitad de la anterior legislatura llevó a todas las formaciones a aislar al partido xenófobo, ha quedado enterrado. Pero a pesar de esto, el partido de ultraderecha puede no tener un lugar asegurado en el futuro Gobierno.

“Ninguno de los otros tres partidos del bloque de derechas quiere a Demócratas de Suecia en su Gobierno”, dice Jan Teorell, profesor de ciencias políticas en la Universidad de Estocolmo. “El Partido Moderado y los democristianos saben que el nuevo Gobierno debe afrontar temas de política exterior como la entrada en la OTAN, y no quieren un partido de este tipo, que podría desestabilizar el país”, explica Teorell. Además, “el Partido Liberal también se ha marcado como una línea roja no dejar que la ultraderecha entre en un Gobierno”. 

Sin embargo, los votos de los diputados ultras son determinantes para formar un nuevo Gobierno conservador, que probablemente estará configurado por el Partido Moderado (liberalismo conservador) y los democristianos.

De momento, en la sesión inaugural del año parlamentario de este lunes, los cuatro partidos del bloque de derechas se pusieron de acuerdo para reelegir como presidente de la cámara al moderado Andréas Norlén, que ya ocupó el puesto en la pasada legislatura. Los partidos del bloque de centroizquierda temían que la presidencia de la cámara acabase recayendo en uno de los diputados ultras, por lo que el candidato del Partido Moderado recibió también el apoyo del Partido Socialdemócrata “para contribuir constructivamente a un presidente que pueda unir y no dividir”, dijo la diputada socialdemócrata Gunilla Carlsson. Los analistas políticos coinciden en que esta designación aleja al partido Demócratas de Suecia de la posibilidad de entrar en el próximo Gobierno conservador.

Endurecer las políticas de inmigración 

Lo que sí ha trascendido de las conversaciones, según publicaba el periódico Aftonbladet, es el acuerdo entre las cuatro fuerzas conservadoras para endurecer las políticas de inmigración y las penas a los criminales relacionados con delitos por armas de fuego. El avance de la ultraderecha en el país escandinavo se ha explicado en parte por la subida en los últimos años de los homicidios por tiroteos y en particular de la violencia relacionada con las disputas entre pandillas de los suburbios de las principales ciudades del país.

Este tema ha centrado buena parte de la campaña electoral, con medidas propuestas por Demócratas de Suecia para restringir la acogida de solicitantes de asilo a los países geográficamente cerca de Suecia, o las deportaciones para los criminales reincidentes.

“Sin embargo, lo que puede causar más tensiones en el bloque de derechas no es la inmigración, sino el mantenimiento del Estado del bienestar”, explica Anders Sannerstedt, politólogo en la Universidad de Lund. “Demócratas de Suecia ha hecho bandera por defender las prestaciones sociales y las pensiones, un tema que choca con los planes del Partido Moderado de recortar las ayudas”, dice Sannerstedt. Por otro lado, la ultraderecha también choca con su propuesta de reducir el gasto en ayuda exterior al desarrollo, que actualmente representa el 1 por ciento del PIB del país, y que liberales y cristianodemócratas defienden como una de las mayores aportaciones globales de Suecia.

Michal Grahn, investigador de ciencias políticas en la Universidad de Uppsala, también piensa que las negociaciones se resolverán en las próximas semanas con el partido de ultraderecha fuera de la coalición de Gobierno, lo que supondría, según el investigador, no una derrota para la formación, sino una posición mucho más cómoda para ellos: “Podrían reclamar como suyos los cambios en políticas de inmigración y a la vez criticar el resto de políticas, ganando poder político sin desgastarse”, dice.

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