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Europa olvida los 'cordones sanitarios' y normaliza las coaliciones con la ultraderecha

La primera ministra italiana, Giorgia Meloni; la ministra de Hacienda y líder de el Partido de los Finlandeses, Riikka Purra; y el líder de Demócratas de Suecia, Jimmie Åkesson.

Javier Biosca Azcoiti

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En octubre de 1999 el Partido Socialdemócrata de Austria ganó las elecciones. Tras varios meses de negociaciones, el Partido Popular Austríaco, conservador, llegó a un acuerdo con el Partido de la Libertad de Austria (FPÖ) –fundado en 1956 y cuyos dos primeros líderes fueron dirigentes nazis de las SS– para formar un acuerdo de coalición con la formación de extrema derecha, entonces presidida por Joerg Haider, hijo de dos miembros del partido nazi.

La noticia fue un palo para toda la UE, que entonces estaba formada por 15 países. En febrero de 2000, la presidencia de turno de la Unión, en manos de Portugal ese semestre, publicó un duro comunicado en nombre de los demás socios: “Los Gobiernos de los 14 Estados miembros no promoverán ni aceptarán ningún contacto bilateral oficial a nivel político con un Gobierno austríaco en el que esté el FPÖ. No habrá apoyo para candidatos austríacos que busquen puestos en organizaciones internacionales y los embajadores de Austria en las capitales de la UE solo serán recibidos a nivel técnico”. La UE sancionaba y aislaba por completo a un socio por formar Gobierno con un partido de la derecha radical populista.

Dos décadas después, una respuesta similar es impensable. Partidos de ultraderecha gobiernan en coalición en Italia (como socio mayoritario) y en Finlandia (como socio minoritario). En Suecia apoyan y sostienen al Ejecutivo desde fuera, pero ejercen una enorme influencia en sus políticas. También se han dado multitud de acuerdos a nivel regional y local con la derecha radical populista por todo el continente. En Hungría y Polonia, la extrema derecha gobierna en solitario desde hace años.

Los expertos argumentan que estos partidos han sido normalizados y creen que habrá más coaliciones de este tipo en los próximos años. En España, que celebra elecciones generales el 23 de julio con el Partido Popular como favorito, pero sin mayoría absoluta, Vox y PP han formado coaliciones en decenas de ayuntamientos y en el Gobierno de la Comunitat Valenciana.

“Hay una normalización evidente de la extrema derecha por parte de la derecha tradicional. El caso alemán del 'cordón sanitario' es prácticamente la última excepción porque en Francia y Bélgica cada vez es más débil”, dice a elDiario.es Steven Forti, profesor de Historia Contemporánea de la Universitat Autònoma de Barcelona y autor de ‘Extrema derecha 2.0: qué es y cómo combatirla’. “Pero no es solo el tema de las alianzas, el discurso y las propuestas políticas de la derecha tradicional también se han radicalizado. La derecha mainstream ha ido asumiendo, por una razón u otra: ya sea por convicción o por táctica, los postulados de la derecha radical populista”, añade.

Finlandia e Italia: el regreso de la ultraderecha

En Finlandia, los conservadores del Partido Coalición Nacional (48 escaños y la fuerza más votada) llegaron a un acuerdo con los ultras del Partido de los Finlandeses (46 escaños) –antiguamente Verdaderos Finlandeses– tras las elecciones de abril de 2023 y se han repartido siete ministerios cada uno, dejando Hacienda, Interior, Justicia, Comercio Exterior y Sanidad a la extrema derecha. La formación presume de dar “un giro radical” en política migratoria. El Gobierno, considerado el más derechista de la historia, tomó posesión hace unos días, pero no es la primera vez que la formación ultra entra en el Ejecutivo, ya que entre 2015 y 2017 también lo hizo, aunque con mucho menos peso. El Partido de los Finlandeses es abiertamente euroescéptico y aboga por salir del euro y por abolir el espacio Schengen tal y como está configurado actualmente.

El ministro de Asuntos Económicos del país, Vilhelm Junnila, del Partido de los Finlandeses, superó por un estrecho margen una moción de censura presentada por Los Verdes y que ha generado las primeras divisiones en la coalición. La justificación son los vínculos del ministro con grupos neonazis y sus referencias elogiando a Hitler. Junnila intervino en 2019 en un evento de una coalición que incluye grupos neonazis y ha presumido de su número electoral en las pasadas elecciones, el 88 –cifra usada para referirse al saludo nazi Heil Hitler–. Finalmente, el ministro dimitió el viernes pasado tras el estallido de una nueva polémica. Junnila había propuesto en 2019 apoyar el aborto en sociedades pobres de África para combatir la crisis climática.

En Italia, por su parte, gobierna desde octubre Giorgia Meloni tras ganar las elecciones generales de septiembre. Su partido, Hermanos de Italia, es el socio mayoritario de una coalición conservadora. Esta formación, cofundada por Meloni en 2012, tiene sus orígenes en el Movimiento Social Italiano, heredero del fascismo. 

Tampoco la coalición con la extrema derecha italiana es una novedad. En 1994, la alianza liderada por Berlusconi fue la primera en el continente en llevar a la extrema derecha al Ejecutivo desde el final de la Segunda Guerra Mundial. Berlusconi se hizo con el poder gracias a un pacto con la Liga Norte y con la posfascista Alianza Nacional (predecesora de Hermanos de Italia). Los tres repitieron la fórmula en 2001 y 2008. Sin embargo, años después el equilibrio de fuerzas cambió radicalmente y la extrema derecha ha superado ahora a la derecha tradicional. En el Gobierno, Meloni ha tratado de transmitir una imagen de moderación a nivel internacional, intentando dejar atrás el rostro que mostró hace un año en Málaga con un duro discurso durante un mitin de Vox.

“Estos partidos tienen claramente dos objetivos. El primero es marcar el debate público y mover la llamada ventana de overton (lo que es aceptable decir) hacia la extrema derecha, cosa que han conseguido. Muchas veces en los medios se habla de sus temas y de la manera que ellos quieren”, dice Forti. “El otro objetivo es tocar poder. Aunque les gustaría gobernar solos como en Hungría y Polonia, eso no se da todos los días. Su objetivo es conseguir alianzas, por lo que hay unas líneas rojas que no les conviene pasar, pero la moderación de la extrema derecha en el Gobierno es una utopía”.

Mette Wigen, profesora de la Universidad de Leeds especializada en tendencias de derecha radical con el foco en los países escandinavos, coincide: “Ellos han influido más en el mainstream que el mainstream en ellos”.  

Suecia: de partido paria a sostener el Gobierno

El mismo mes de las elecciones en Italia se celebraron comicios en Suecia. Los Socialdemócratas fueron la fuerza más votada por delante de los ultras Demócratas de Suecia (20,5%) y los conservadores del Partido Moderado (19%). A pesar de ser la principal fuerza del bloque de derecha en el Parlamento, el partido aceptó apoyar desde fuera un gobierno de coalición liderado por el Partido Moderado y otras dos formaciones conservadoras. Demócratas de Suecia, que tiene un papel fundamental en sostener al Ejecutivo, aboga por “reevaluar seriamente la pertenencia a la UE”.

Demócratas de Suecia –cuyo primer líder era miembro del Nordiska Rikspartiet, una formación abiertamente neonazi–, entró en el Parlamento en 2010 y desde entonces se le consideraba una formación paria. La línea se fue diluyendo a medida que aumentaba su apoyo e intentaba mostrar una imagen de moderación –en los 90 prohibió los uniformes en los encuentros del partido, se distanció explícitamente de la ideología nazi y se deshizo de los elementos más radicales–. En 2018, el líder de los moderados y actual primer ministro (a pesar de ser tercera fuerza), Ulf Kristersson, decía: “Mis valores no son los Demócratas de Suecia. No trabajaré con ellos, no hablaré con ellos y no gobernaré con ellos”.

El partido de la derecha radical populista ha conseguido introducir buena parte de su agenda migratoria y, aunque no controlan ministerios, miembros de la formación ocupan cargos en oficinas de Gobierno. Es la primera vez que un Gobierno en Suecia depende del apoyo de un partido de ultraderecha. Para Wigen, en el caso sueco parte de la culpa la tiene el partido socialdemócrata: “Se han negado incluso a reconocer que la gente tiene determinadas preocupaciones y, finalmente, cuando lo hacen, sucumben ante la extrema derecha, como por ejemplo cuando cerraron las fronteras a refugiados en 2015 después de asegurar durante mucho tiempo que no existía ningún problema con la inmigración. Entonces Demócratas de Suecia presumió de que el Gobierno había hecho lo que ellos le habían dicho y se atribuyeron el mérito”. “La llamada izquierda no ha sido lo suficientemente clara o lo suficientemente de izquierdas”, añade.

“Los partidos de la extrema derecha son tan fuertes en muchos países que la derecha tradicional no puede gobernar en solitario”, dice Wigen. Faltan pocos países en los que no exista una coalición de gobierno con una formación ultra en algún nivel, explica Forti. “La tendencia parece clara”, añade.

Las encuestas dan a la derecha radical populista un papel clave en muchos países en los próximos años. En Austria, que acudirá a las urnas en 2024, los sondeos sitúan al FPÖ como fuerza más votada (28%) y con cinco puntos de ventaja sobre el segundo, los conservadores del Partido Popular Austríaco. En 2017 el partido volvió a entrar en el Gobierno gracias a un nuevo acuerdo con los conservadores. “El FPÖ hoy es mucho más radical de lo que lo era cuando entró por última vez en el Gobierno en el año 2000, pero como toda la sociedad se ha movido hacia la derecha, no parece tan obvio”, dijo entonces Andreas Peham, analista en el Centro de Documentación de la Resistencia Austríaca. La coalición se rompió en 2019 tras un escándalo de corrupción que implicaba al líder del partido de la extrema derecha.

En Alemania, aunque quedan más de dos años para las siguientes elecciones, las encuestas sitúan a la formación ultra Alternativa para Alemania (AfD) como segunda fuerza con un 20% de intención de voto y por encima incluso de los Socialdemócratas. Este fin de semana, el AfD ganó las elecciones a gobernador del distrito de Sonneberg, en Turingia, al candidato de la Unión Democristiana (CDU). “En Alemania parece muy difícil una alianza de AfD y CDU porque tiene una posición excesivamente radical y, además, Alemania tiene un pasado histórico peculiar”, concluye Forti.

“Los extremistas, de derecha o de izquierda, miran atrás y temen cualquier tipo de cambio”, decía esta semana la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, en una rueda de prensa conjunta con Pedro Sánchez. “Nosotros, el núcleo del grupo democrático, debemos demostrar que tenemos ideas claras sobre cómo lidiar con los cambios que están ocurriendo”.

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