La Florida de Trump, el vecino que quería cambiar el rumbo de los aviones
Uno de los disfraces de moda para Halloween este año en Florida ha sido el de Hillary Clinton. Pero esposada y con traje de prisión, en dos versiones: el de barras negras y blancas de presa común y, algo más atrevido, con el naranja de Guantánamo. En las fiestas privadas y en los festivales callejeros del día del terror, los republicanos vestidos de la presa Clinton gritan por la calle “lock her up, lock her up!”, algo así como “encerradla” o “metedla entre rejas”. Es un cántico que Donald Trump viene oyendo en sus mítines por todo el país, también en el que pronunció en Miami, y ante el que hace poco dijo: “¿Sabéis qué? Estoy empezando a estar de acuerdo con eso”.
De Washington a Detroit, de Chicago a Nueva York, es complicado encontrar grandes muestras de apoyo público a Donald Trump en conversaciones entre extraños. Muchos votantes conservadores se distancian del candidato, como han hecho muchos otros dirigentes del Partido Republicano. “Estas elecciones nos dan mucha vergüenza”, suelen decir, aunque vayan a votarle. Pero Florida es diferente. Y Florida es decisiva para la batalla electoral.
Donald Trump tiene un palacio en Palm Beach. 126 habitaciones, más de 10.000 metros cuadrados y todo el lujo que puede caber en ellos. La mansión está un par de horas al norte de Miami, y se llama Mar-a-Lago, un nombre en supuesto español que probablemente quiera en realidad decir “Mar en el Lago”.
Mar-a-Lago, además de ser una de las residencias predilectas de Trump para sus fiestas privadas, es también un complejo turístico de lujo. Michael Jackson y Lisa Marie Presley, la hija de Elvis, pasaron allí su luna de miel. El origen de la casa se remonta a 1924 y sus primeros dueños intentaron sin éxito que fuera una residencia de verano para el presidente de Estados Unidos. Cuando Trump la compró por 10 millones de dólares, en 1985, nadie esperaba la paradoja que puede estar a punto de suceder.
El vecino Trump, habituado a poderlo todo en una multimillonaria carrera empresarial, mantiene abierto un litigio contra Palm Beach y su aeropuerto. Desde hace 20 años, el hoy candidato republicano ha presentado varias denuncias contra diferentes administraciones para conseguir forzar que los aviones usen otra trayectoria para aterrizar porque molestan con el ruido en sus instalaciones. En la última intentona, pide 100 millones de dólares de indemnización.
Según el gobierno del condado de Palm Beach, los abogados ya han costado a las arcas públicas más de medio millón de dólares. “Llevamos con esto desde 1995 y Trump tiene que entender que el aeropuerto estaba antes que él y por encima de él”, dicen fuentes del gobierno municipal.
Las zonas privadas de los ricos
En muchas zonas de Florida están de moda las comunidades privadas de vecinos. Al estilo de una gran urbanización de lujo o zona residencial, calles perfectamente cuidadas e iluminadas serpentean entre casoplones y coches caros. En estas miniciudades valladas se gestionan casi autónomamente algunos aspectos que en la mayoría de países de Europa son tarea del Ayuntamiento. De hecho, hay comunidades de miles de vecinos que ni siquiera pertenecen a ningún Ayuntamiento y sus representantes dependen directamente del condado u otras administraciones.
Una comunidad privada puede contratar seguridad privada pero también puede llegar a un acuerdo con el sheriff del condado. Si paga lo suficiente, una patrulla de policía pública se hará cargo de la comunidad privada. La seguridad pública tiene precio en Florida. Y el sheriff tiene mucho poder. Elegido, también, por elecciones, Ric Bradshaw se ha convertido en “el político más poderoso de la zona”, según explica un asesor de campañas electorales. Su presupuesto es casi la mitad del que se gasta el Gobierno de Palm Beach.
Pero no es solo esta Florida rica la que será más determinante para una posible victoria republicana en las próximas elecciones. Y tampoco solo depende de la posible subida del voto latino contra Trump, del que ya hablamos en eldiario.es. Como en otros estados, Trump confía en movilizar al trabajador y empresario medio que vive de la agricultura más al norte y en el interior.
Granjero busca político
La sensación del granjero medio de Florida de que el negocio familiar se les va de las manos por culpa de la globalización y la falta de protección de las empresas y trabajadores locales va en contra de la imagen liberal, conspiradora, globalizadora y elitista de Hillary Clinton. Y ese es el cultivo de votos para Donald Trump, que reivindica que “los americanos primero” y que utiliza su historial como magnate para prometer la creación de puestos de trabajo.
Los granjeros están enfadados con la globalización, a pesar de que muchos contratan a inmigrantes mexicanos por ocho dólares la hora, el salario mínimo que ningún norteamericano quiere aceptar. En algunas fincas medianas y grandes, los jornaleros viven en barracones compartidos y en condiciones muy pobres, parecidas a las de algunas zonas de las huertas de Murcia o Almería.
La principal queja de las empresas familiares del campo de Florida, que es la despensa de verduras y fruta de Estados Unidos, es el exceso de burocracia y la competencia sin reglas de otros países como México. Por un lado, tienen que competir con la importación desde América Latina a precios a los que ellos no llegan; por otro, sufren como en Europa la tajada de los intermediarios, que se quedan con margen de beneficios mucho mayores que ellos sobre el precio de venta al público. Y además, sufren la presencia y la influencia de los gigantes del azúcar de caña, que han forjado su imperio en Florida, que tienen capacidad de deslocalizar la mano de obra y cuya capacidad de influencia sobrepasa lo puramente empresarial.
Empresas como las gigantes azucareras Florida Crystals o United States Sugar inyectaron entre 1994 y 2016 más de 57 millones de dólares en diferentes campañas electorales en Florida, según The Miami Herald.
“Te lo digo de primera mano: la industria azucarera está involucrada en todas las decisiones del poder legislativo”, asegura Eric Eikenberg, exjefe de gabinete de un gobernador republicano de Florida y que hoy dirige una fundación para la defensa medioambiental de las marismas de los Everglades, el entorno natural sobre el que se desarrolla el gran cinturón turístico desde Orlando hasta Miami.
De hecho, en la cultura local, ese eje tiene un padre: Henry Flagler, el magnate del petróleo que construyó la primera línea de ferrocarril sobre la costa este de Florida. Su gran mansión de Palm Beach, que alberga el vagón privado en el que viajaba el señor Flagler, es hoy un homenaje a la personalidad de los multimillonarios que fundaron el estilo de vida de la Florida de hoy. En Miami, la calle Flagler que atraviesa el centro de la ciudad es, especialmente los domingos, un reguero de vagabundos que duermen a la sombra de los rascacielos.