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Mussolini, Videla o Putin: los otros anfitriones del Mundial que tampoco respetaban los derechos humanos

Foto de archivo del 19 de junio de 1938, el equipo de fútbol italiano realiza el saludo fascista antes del inicio de la final de la Copa Mundial de fútbol contra Hungría, en el Estadio Colombes, París (Francia)

Laura Galaup

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La celebración de eventos deportivos para legitimar regímenes que no respetan los derechos humanos no es una novedad que ha llegado con la elección de Qatar como sede del Mundial de fútbol. Rusia acogió la edición anterior de esta competición. Y Arabia Saudí ha celebrado, y volverá a celebrar el año que viene, la Supercopa de España. Incluso, regímenes militares han sido anfitriones de este torneo. La dictadura de Jorge Rafael Videla en Argentina albergó esta competición en 1978. Unas décadas antes, en 1934, fue Benito Mussolini el que acogió este campeonato en Italia. 

El papel del fútbol como un factor más que influye en la geopolítica mundial es una de las tesis que sostiene una corriente de la academia universitaria. No solo para blanquear a regímenes totalitarios, también para otorgar visibilidad a reclamaciones políticas. “El fútbol es una herramienta de resistencia política. Paradójicamente, Naciones Unidas no cuenta con tantos miembros como tiene la FIFA”, explica Xavier Brito-Alvarado, docente de la Universidad Técnica de Ambato (Ecuador), que considera que “el ejemplo más claro es Gran Bretaña”. “Es solo un país en Naciones Unidas, pero en la FIFA está Inglaterra, Gales, Irlanda del Norte y Escocia”, apunta. Palestina es otro de los ejemplos citados por el entrevistado, ya que al contar con una selección de fútbol propia se le concede “un estatuto de reivindicación social”.

El fútbol, como “brazo” de difusión del fascismo

En el caso de eventos futbolísticos vinculados a regímenes totalitarios, desde Amnistía Internacional defienden que ha habido una evolución en la digestión social de los lavados de cara de sistemas políticos que no respetan los derechos humanos. Para Carlos de las Heras, portavoz de la ONG, “hace 20 o 30 años” el blanqueamiento que realizaban estos torneos “era muchísimo más común y contribuía mucho a tapar la imagen de determinados países”. El torneo albergado por Mussolini, añade, fue “un altavoz” para el fascismo.

Por su parte, Víctor Gómez Muñiz, profesor de historia y autor de Victorias y Derrotas, la Historia a través del balón, sostiene que a través de las construcciones deportivas para albergar los partidos, el dictador italiano promovió “una propaganda brutal de un régimen fascista desde el propio estilo arquitectónico”. En esta misma línea, la del ensalzamiento del régimen, Brito-Alvarado considera que en ese momento, en el periodo de entreguerras, el fútbol era una herramienta para demostrar superioridad –“un brazo para difundir el fascismo italiano de Mussolini”– y no un elemento de blanqueamiento. 

Italia ganó el Mundial, tal y como Mussolini había requerido al presidente de la federación cuando la FIFA les eligió como sede. “Italia debe ganar este Mundial, es una orden”, aseveró el dictador. Y la petición se cumplió. No sin ayuda, ya que en algunos partidos la selección anfitriona contó con un trato de favor por parte de los árbitros. España fue uno de los equipos que pagó un arbitraje polémico. “Nos han birlado el partido”, lamentó el portero Ricardo Zamora, tal y como recoge la reconstrucción que ha realizado el periódico ABC de aquel partido gracias a su hemeroteca. 

Tres décadas después, en Argentina se repitió esta situación. Un régimen militar acogía un Mundial de fútbol. Era 1978 y el anfitrión, Videla. En este caso, sí que hay más unanimidad entre los entrevistados para concretar que este evento fue una acción de sportwashing, un lavado de cara de regímenes autoritarios por medio del deporte. Con este evento, la dictadura argentina aspiraba a demostrar cierta normalidad en el día a día del país. Se buscaba exportar una imagen de “país libre, donde se podía andar por la calle, que no detenía a nadie, cuando era todo lo contrario”, recuerda Gómez Muñiz. 

La final del Mundial de 1978, que fue ganado por Argentina, se celebró a escasos mil metros de la Escuela de Mecánica de la Armada (ESMA), uno de los centros más emblemáticos de detención, tortura y exterminio de víctimas de la dictadura. “Se estima que por allí, en el entonces Casino de Oficiales, pasaron aproximadamente 5000 secuestrados, permaneciendo la mayoría de ellos desaparecidos al día de hoy”, recuerda el Archivo Nacional de la Memoria en una publicación titulada ‘Dictadura, deporte y memoria’.

Además del carácter “distractivo” que tuvo esta competición para la sociedad, la celebración de este evento deportivo supuso un “intento de legitimación política por parte de las Fuerzas Armadas en plena represión feroz y un despilfarro de recursos estatales que”, según indica la institución memorialista argentina, “tuvieron dudosos sobreprecios y sospechosos destinatarios”. 

Desde Amnistía Internacional consideran que en esa época, el Mundial servía para “ocultar la violación de los derechos humanos”. “En ese sentido, la sociedad ha ido aprendiendo que no todo vale y que el deporte no sirve tampoco para tapar ese tipo de violaciones”, insiste De las Heras. Ante el escaparate que suponía este torneo, Videla realizó un discurso inaugural “completamente político”, apunta Gómez Muñiz. Y añade: “Era un discurso hacia las masas, [sabiendo] que es la imagen del mundo”.  

Paralelismos entre los mundiales de 1978 y 2022

Este profesor de historia ve ciertos paralelismos entre el Mundial de Argentina y el que se está celebrando actualmente. “En Argentina se sabía los muertos que había en los vuelos de la muerte, los desaparecidos y la existencia de centros de tortura. Aquí, en Qatar, sabemos todos los miles de muertos que ha habido en la construcción de esos estadios”, añade Gómez Muñiz.

La utilización del sportwashing por parte de países autoritario se ha convertido con el paso de los años en una estrategia que puede desencadenar consecuencias mediáticas no deseadas por los regímenes anfitriones. En el caso de Argentina, por ejemplo, el Mundial también sirvió para que “los exiliados y los propios organismos de derechos humanos recientemente creados –como Madres y Abuelas de Plaza de Mayo–” contasen con atención social para denunciar públicamente “las atrocidades cometidas por la dictadura”, reseña el Archivo Nacional de la Memoria.

“Este Mundial [en alusión a Qatar] ha sido el que más recorrido mediático ha tenido desde su concesión en 2010”, explica Xavi Ginesta, profesor de la Universidad Central de Catalunya y autor del libro ‘Las multinacionales del entretenimiento’ editado por la UOC (Universitat Oberta de Catalunya). Este docente lleva una década estudiando cómo el emirato de los Al Thani está utilizando el deporte “como elemento de construcción de marca-país”. 

En la comparación de estos dos eventos, Gómez Muñiz destaca que tanto Argentina como Qatar han utilizado “el fútbol como una pantalla política de limpieza y de propaganda internacional”, ante la inactividad de “todos los estamentos internacionales, desde la FIFA a las federaciones nacionales”, que no hicieron nada por impedir que un Mundial se celebrase en países con regímenes que vulneran los derechos humanos. 

La elección de la sede del Mundial hace cuatro años también fue polémica. Se celebró en Rusia. “Es cierto que quizá no tuvo mucha repercusión, pero también hubo una ola de represión salvaje, sobre todo, contra miembros del colectivo LGBTI y activistas en favor de derechos humanos. Muchos de ellos fueron, incluso, encarcelados”, apunta el portavoz de Amnistía Internacional. 

“¿Por qué el Mundial de 2018 se desarrolló en la Rusia occidental? Para enseñar que Rusia no es el enemigo”, explica Brito-Alvarado ahondando en la geopolítica de estos eventos. Se trató de mostrar “una Rusia moderna, abierta al comercio, a las grandes fábricas”, donde había grandes corporaciones internacionales como “McDonalds” y “Ferrarri”. “No mostraron esa Rusia musulmana de Chechenia y esa Rusia rural”, apunta. 

No solo la FIFA se ha decantado por dar visibilidad a estados autoritarios: la Real Federación Española de Fútbol (RFEF) también se ha apuntado a esta tendencia al conceder a Arabia Saudí la sede de la Supercopa de España. El acuerdo supone un reembolso económico de 40 millones de euros por temporada para el fútbol español, según las distintas informaciones que han abordado estas relaciones económicas. También jugó un papel importante en esas negociaciones Kosmos, la empresa del exfutbolista del Barcelona, Gerard Piqué, tal y como reveló El Confidencial.  

Ante la controversia de elegir a un país ampliamente denunciado por las infracciones de los derechos humanos, y cuyo príncipe heredero Mohamed bin Salmán ha sido responsabilizado por la CIA del asesinato del periodista Jamal Khashoggi, la delegación española de Amnistía Internacional trató de contactar por la federación española “para evaluar qué papel podía jugar” esta institución deportiva y “cómo se podría utilizar” ese evento –apunta De la Heras– “para introducir mejoras de derechos humanos” en el país del golfo Pérsico. A pesar de esas comunicaciones, no habido respuesta por parte de la institución liderada por Luis Rubiales: “La Federación ha hecho caso omiso”.

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