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Orígenes de la guerra cultural ultraconservadora con la que Putin justifica la invasión de Ucrania

Imagen de archivo del presidente ruso, Vladímir Putin

Javier Biosca Azcoiti

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Los argumentos del líder ruso, Vladímir Putin, para justificar la invasión de Ucrania no son únicamente cuestiones de historia –“Rusia y Ucrania son el mismo espacio histórico y espiritual”–,  de seguridad –“Rusia no puede sentirse segura, desarrollarse y existir con una amenaza constante que emana de Ucrania”– o geopolíticas –“las élites occidentales pretenden transformar el conflicto local en una confrontación global”–. Cada vez que ha tenido la oportunidad, el presidente ruso ha presentado la invasión como una guerra cultural ultraconservadora contra la “degeneración” de un Occidente que abraza el “satanismo”.

En su discurso del 24 de febrero de 2022 en el que anunciaba el inicio de la “operación especial” –invasión–, Putin afirmó: “[Occidente] pretendía destruir nuestros valores tradicionales e imponernos sus falsos valores y actitudes que han estado imponiendo de manera agresiva en sus países. Actitudes que llevan directamente a la degradación y degeneración porque son contrarias a la naturaleza humana”.

Desde entonces, ha repetido la idea una y otra vez. “[Occidente] se ha dado cuenta de que es imposible derrotar a Rusia en el campo de batalla y están aumentando ataques de información agresivos contra nosotros y, sobre todo, contra la generación más joven. Atacan a nuestra cultura, a la Iglesia ortodoxa rusa y otras organizaciones religiosas tradicionales”, dijo en su discurso en el primer aniversario de la invasión. “Miren lo que están haciendo a su propio pueblo. Se trata de la destrucción de la familia, de la identidad cultural y nacional, la perversión y el abuso de los niños, incluida la pedofilia, todo ello se ve como algo normal”.

La homosexualidad es uno de los elementos más recurrentes en los discursos ultraconservadores del presidente. “Miren las Sagradas Escrituras y los principales libros de otras religiones del mundo. Lo dicen todo, incluso que la familia es la unión de un hombre y una mujer”, dijo en esa misma intervención. “La Iglesia anglicana está planeando explorar la idea de un Dios de género neutro ¿Qué se puede decir? Padre, perdónales porque no saben lo que hacen”. Putin califica esta situación de “desastre espiritual” y asegura que protegerá a los menores rusos de la “degradación y degeneración”.

“¿Queremos que aquí en Rusia tengamos progenitor número uno, progenitor número dos y progenitor número tres en lugar de madre y padre? ¿Queremos que nuestras escuelas impongan a nuestros hijos perversiones que conducen a la degradación y la extinción? ¿Queremos meterles en la cabeza la idea de que existen otros géneros además de hombres y mujeres y ofrecerles cirugía de reasignación de género? ¿Es eso lo que queremos para nuestro país y nuestros hijos? Todo esto es inaceptable para nosotros. Nuestro futuro es otro”, afirmó Putin durante su discurso tras anunciar la anexión de las regiones ucranianas de Donetsk, Lugansk, Zaporiyia y Jersón en septiembre de 2022.

Según el presidente, “la dictadura de las élites occidentales” ataca a todas las sociedades. “Esta renuncia completa a lo que significa ser humano, la deposición de la fe y los valores tradicionales y la supresión de la libertad empiezan a parecerse a una religión al revés; a puro satanismo”.

Los orígenes del giro ultraconservador

“Ahora el lema es que ellos son el bien porque no caen en los vicios de la moral decadente de Occidente”, explica Carmen Claudín, investigadora del CIDOB especializada en Rusia. “Este discurso empieza a aparecer realmente en el segundo mandato de Putin, a partir de 2012, pero se ha intensificado su uso con la guerra. No solo en los discursos de Putin, sino también en los de aquellos que crean opinión, sobre todo, en televisión, que es lo que consume la mayoría”, añade. 

Mark Galeotti, director ejecutivo de Mayak Intelligence especializado en Rusia y autor del libro 'Tenemos que hablar de Putin: por qué Occidente se equivoca con el presidente ruso', coincide. “Creo que hubo dos puntos de transición fundamentales. El primero fueron las protestas de 2011-12 contra su regreso al poder, que cree que fueron instigadas por la CIA. Desde entonces cree que está en una guerra no declarada contra Occidente. El otro punto de transición fue la pandemia: su gran aislamiento hizo que su círculo se estrechase a un puñado de ultranacionalistas que solo le decían que sí y que le convencieron de que no tenía que escuchar a nadie más”, dice Galeotti a elDiario.es.

“Como la mayoría de los líderes autoritarios, con el tiempo Putin se ha convertido en una caricatura de sí mismo, exagerando cada vez más los rasgos que mostró desde el principio, incluidas sus actitudes nacionalistas y conservadoras”, añade.

Claudín añade un tercer momento clave en esta transición: las protestas del Euromaidán en Ucrania a finales de 2013. Junto con las movilizaciones en Rusia de de 2011-12, dice la experta, se avivan los temores de una revolución de color en Rusia y el ensalzamiento del patriotismo y la identidad por oposición a Occidente era una buena estrategia de defensa.

En búsqueda de la identidad rusa

Una de las primeras y más claras señales de esta deriva fue su discurso de 2013 en el think tank ruso Club Valdai, donde suele participar anualmente. Aquel año, Putin describió una Rusia sin una identidad clara, lo que consideraba fundamental para sobrevivir en la batalla global. “Encontrar y fortalecer la identidad nacional es fundamental para Rusia”, dijo. “Es imposible avanzar sin una autodeterminación espiritual, cultural y nacional. Sin ello no podremos hacer frente a los desafíos internos y externos ni triunfar en las competiciones mundiales”, dijo. 

Había que reconstruir y redefinir esa identidad y Putin se erigió como la persona para liderar el cambio. “Necesitamos nuevas estrategias para preservar nuestra identidad en un mundo cambiante que se ha vuelto más abierto, transparente e interdependiente, lo que en la práctica confronta a todos los países y todos los pueblos”, dijo. “Hemos dejado atrás la ideología soviética y no habrá retorno. Los defensores del conservadurismo fundamental que idealizan la Rusia anterior a 1917 parecen estar igualmente alejados de la realidad, al igual que los partidarios de un liberalismo extremo de corte occidental”. 

Putin afirmó entonces que la “identidad nacional rusa no solo está experimentando presiones de la globalización, sino también las consecuencias de las catástrofes nacionales del siglo XX, con el colapso del Estado en dos ocasiones”. “El resultado fue un golpe devastador para los códigos culturales y espirituales de nuestra nación; nos enfrentamos a la ruptura de las tradiciones y la consonancia de la historia, a la desmoralización de la sociedad y a un déficit de confianza y responsabilidad”, dijo, añadiendo que tras 1991 existía la falsa ilusión de que “aparecería una nueva ideología nacional por sí sola”. 

“El Estado, las autoridades y las clases intelectuales y políticas rechazaron en la práctica emprender esta tarea”, señaló el presidente. “Otro grave desafío a la identidad rusa está relacionado con los acontecimientos que tienen lugar en el mundo. Muchos de los países euroatlánticos están rechazando sus raíces, incluidos los valores cristianos que constituyen la base de la civilización occidental. Están aplicando políticas que equiparan las familias numerosas con las parejas del mismo sexo y la creencia en Dios con la creencia en Satanás”.

“Los excesos de lo políticamente correcto han llegado al punto de que se habla seriamente de registrar partidos políticos cuyo objetivo es promover la pedofilia. En muchos países europeos, la gente se avergüenza o tiene miedo de hablar de sus afiliaciones religiosas. Las fiestas se suprimen o incluso se llaman de otra manera; su esencia se oculta, al igual que su fundamento moral. Y se intenta agresivamente exportar este modelo a todo el mundo”, decía Putin. “Estoy convencido de que esto abre un camino directo hacia la degradación y el primitivismo que desembocará en una profunda crisis demográfica y moral”.

En este sentido, Putin elevó la confrontación contra EEUU y Europa a una lucha religiosa que debía formar parte de la identidad del pueblo ruso. “Un mundo unipolar no requiere Estados soberanos, sino vasallos. En un sentido histórico, esto supone rechazar la identidad de uno mismo en la diversidad otorgada por Dios”. Tan solo unos meses antes de aquel discurso, Rusia había aprobado la infame ley contra la “propaganda LGTB”.

“Más instrumental que ideológico”

En su libro, Galeotti sostiene que realmente no hay una firme ideología o filosofía que modele el comportamiento de Putin, sino que utiliza estos principios como herramientas para su política cuando le conviene. “Cree más en el poder y el pragmatismo que en la filosofía”, dice.

“Le gusta representar el papel de defensor de los valores sociales tradicionales, de un tiempo pasado en el que los hombres eran hombres, las mujeres sabían cuál era su lugar y nadie había oído hablar jamás de personas trans”, escribe Galeotti. “Pero es una actitud más instrumental que ideológica. Le gusta sacar partido de las fracturas que dividen actualmente a Occidente y presentar a la UE como víctima de un ultraliberalismo degenerado”.

Esas posiciones fueron precisamente las que acercaron a Putin con grupos de extrema derecha europeos y estadounidenses. “Todo tiende a hacer ver a Putin desde la extrema derecha europea como un aliado estratégico y viceversa, ya que estos movimientos son uno de sus ejércitos secretos para la división de los Estados miembros”, opina Claudín. Esa aproximación entre ambos, sin embargo, se ha visto erosionada y debilitada con la guerra, dada la unidad que existe en el bloque occidental contra la invasión.

“Existe un malestar generalizado con Rusia y los partidos de extrema derecha europeos tienen que ser sensibles a ello. Algunos han tenido que moderar sus discursos porque hay unas realidades muy pesadas”, añade la experta.



Una encuesta de Pew Research de septiembre de 2022 muestra el deterioro de esa imagen positiva que algunas formaciones de la derecha radical populista tenían de Putin. Mientras que un 62% de los votantes de la Liga en Italia decían tener confianza en Putin en 2021, la cifra tras la invasión se redujo al 10%. En el caso de la Agrupación Nacional, de Marine Le Pen, la cifra pasó de un 39% a un 17%. En el caso de Vox, ese apoyo se redujo 19 puntos, del 25% al 6%.

“Los seguidores de la derecha radical populista, en muchos casos, vuelven a ser más propensos a tener confianza en Putin que aquellos que no apoyan esos partidos”, señala el estudio. Mientras el 36% de los seguidores de Alternativa por Alemania ven favorablemente al presidente, solo el 9% de aquellos que no apoyan al partido ultra comparten esa visión. En el caso de Hungría el apoyo pasa del 28% entre los seguidores de Fidesz (el partido de Viktor Orbán) a solo el 4% en el resto.

“Los europeos que apoyan a los partidos populistas de derechas han sido históricamente más propensos que otros europeos a expresar una opinión positiva de Rusia y de su presidente, Vladímir Putin”, señalaba el estudio. En 2021, por ejemplo, mientras el 62% de los seguidores de la Liga de Salvini mostraba confianza en Putin, el porcentaje se reducía al 26% entre aquellos que no apoyan al partido ultra. En el caso alemán, mientras el 49% de los seguidores de Alternativa por Alemania veían favorablemente al presidente, solo el 24% del resto de alemanes compartía esa visión.



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