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“Estos son muy buena gente”: Trump refuerza con su gestión del coronavirus el vínculo con la ultraderecha

Un manifestante armado en el Capitolio de Michigan el pasado 30 de abril durante las movilizaciones contra el confinamiento.

Javier Biosca Azcoiti

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Donald Trump dedicó hace unas semanas un “these are very good people” [estos son muy buena gente] a los manifestantes que entraron en el Parlamento de Michigan para protestar contra las medidas de confinamiento por el coronavirus. Muchos iban protegidos con chalecos antibalas, equipamiento militar y fusiles de asalto, pero no mascarillas. La expresión recuerda al “very fine people” del presidente en referencia a la manifestación supremacista celebrada en 2017 en Charlottesville en la que uno de los participantes asesinó a una manifestante antifascista.

La gestión de la crisis sanitaria del presidente ha reforzado su vínculo con los seguidores más radicales. Ambos infravaloraron la amenaza y acusaron a sus rivales de exagerarla a propósito para expulsar al presidente. “Los medios de noticias falsas MSDNC y CNN están haciendo todo lo que pueden para describir el coronavirus lo peor posible, incluido generando miedo en los mercados”, tuiteó el presidente el 26 de febrero. Quedaban tres días para que el virus se cobrará la primera víctima mortal en el país. Hoy supera los 90.000 y acumula un 28% de los muertos en todo el mundo.

Durante este tiempo, Trump se ha mostrado reticente a usar mascarilla para prevenir la enfermedad, pero a su vez dice tomar un medicamento cuya efectividad no está probada. Ha defendido a manifestantes armados que protestaban contra el confinamiento a pesar de violar la ley. Ha afirmado que el virus fue creado en un laboratorio en China. Ha acusado a la OMS de ser una “marioneta” de Pekín y de no hacer lo suficiente. Y ha asegurado que su dura política migratoria ha limitado el impacto de la crisis en el país.

“Realmente creo que el presidente Trump es muy consciente de que no debe enemistarse con su base durante la pandemia del coronavirus. Por eso se le puede ver ofreciendo directrices sobre protocolos sanitarios específicos e inmediatamente después contradiciéndolos en Twitter instando por ejemplo a la gente a 'liberar' sus estados”, señala Colin Clarke, analista del think tank The Soufan Center, el cual se ha especializado en asuntos de extrema derecha. “Estas provocaciones son peligrosas dado que acaban normalmente con un aumento en el número de individuos armados que acuden a sus capitales de estado para protestar. Peligroso en términos de expansión del virus, pero también porque cuanta más gente armada haya en una protesta, mayores son las posibilidades de que haya un error o falta de comunicación. También suponen una amenaza a los agentes de seguridad por esa retórica antigubernamental”, añade.

Cuando la crisis aún no se había declarado en EEUU, Trump mostraba una actitud bien diferente. “China ha estado trabajando muy duro para contener el coronavirus. EEUU aprecia enormemente sus esfuerzos y transparencia. Quiero dar las gracias al presidente Xi en nombre del pueblo estadounidense”, tuiteó el presidente a finales de enero. Y como ese, varios más.

Han pasado cuatro meses y ahora China se ha convertido en el mayor enemigo y el culpable de la pandemia. El virus pasó a llamarse “el virus chino”. A pesar de las recomendaciones de la OMS para evitar esa expresión, Trump la utilizó más de 20 veces entre el 16 y el 30 de marzo, según Factbase.

Trump ha afirmado que tiene pruebas de que el virus no emergió del mercado de Wuhan, sino de un laboratorio en la misma ciudad. Su secretario de Estado, Mike Pompeo, ha afirmado que “China tiene un historial de infectar al mundo”. Este discurso va en la línea con el de muchos de los más infames seguidores del presidente, como Alex Jones, que afirma que el coronavirus es un arma biológica creada por China para desestabilizar el mundo. En este sentido, Trump ha amenazado con retirar para siempre los fondos de la Organización Mundial de la Salud (OMS) e incluso con salirse de la agencia de la ONU por ser una “marioneta” de Pekín.

El fin de semana pasado, Eric Trump, hijo del presidente, repitió una de las teorías de la conspiración más sonadas, el confinamiento es una estrategia para entorpecer la reelección del presidente en las elecciones generales de noviembre. “Después del 3 de noviembre, el coronavirus desaparecerá de forma mágica y todo el mundo podrá reabrir”, afirmó.

Lo cierto es que el presidente ha apoyado las marchas ultras contra el confinamiento como las celebradas en Michigan. “Son muy buena gente, pero están enfadados. Quieren volver a recuperar sus vidas de forma segura”, afirmó Trump tras la irrupción en el capitolio del estado de decenas de manifestantes, algunos de ellos armados con fusiles de asalto. Unos días antes, un periodista le preguntó al presidente si aconsejaba a estos manifestantes escuchar a las autoridades locales, a lo que Trump contestó: “Creo que me están escuchando a mí. Parece que les gusto y respetan esta opinión”. En muchas de estas protestas se ven carteles y pancartas a favor de Trump.

La mascarilla parece ser otro de los elementos de la discordia. Una instantánea de un manifestante gritando a la cara a los agentes de policía sin mascarilla se publicó en medios de todo el país. Durante una entrevista posterior, el hombre afirma que no cree que las mascarillas protejan y que “nunca” se pondrá una. En una curiosa paradoja, Trump visitó la semana pasada en Phoenix, Arizona, una planta aeroespacial reconvertida para producir equipos de protección, entre ellos, mascarillas. Un grupo de seguidores del presidente se congregó a las puertas de la planta y, según relató la periodista Brieanna Frank, que estaba allí, los periodistas con mascarilla fueron acosados por incitar “miedo y pánico” a la población.

Dentro de la fábrica Trump no llevó mascarilla y es que el presidente ha mostrado su reticencia a este elemento protector recomendado por su propia agencia de Control y Prevención de Enfermedades (CDC). Trump ya había afirmado a principios de abril que era una recomendación voluntaria que él no tenía pensado cumplir. “No creo que lo haga. Me siento bien. No quiero sentarme en el Despacho Oval detrás de ese maravilloso escritorio  llevando una mascarilla mientras recibo a presientes, primeros ministros, dictadores, reyes, reinas... No sé, no lo veo para mí”.

Sin embargo, el presidente ha anunciado que lleva dos semanas tomando un medicamento para no contraer la enfermedad. La hidroxicloroquina es un medicamento para la malaria que se está probando como posible tratamiento contra la COVID-19. La Administración de Alimentos y Medicamentos de EEUU ha autorizado su uso de emergencia para un programa de prueba en hospitales, pero ha asegurado que “no ha demostrado ser segura y efectiva para tratar o prevenir la COVID-19”. La agencia advierte también de que el uso de estos medicamentos combinado con otros utilizados en pacientes de COVID-19 puede causar ritmos cardíacos anormales que pueden ser mortales.

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