“Si no se renegocian los tratados, estamos dispuestos a construir otra cosa distinta a esta Unión Europea”
Manuel Bompard, a sus 31 años, ha dirigido la campaña presidencial de Jean-Luc Mélenchon, en la que logró un resultado extraordinario en mayo de 2017 –20%– en una candidatura de confluencia con comunistas, ecologistas y exsocialistas, y que rozó la segunda vuelta, que al final se disputaron Emmanuel Macron y Marine Le Pen. Las legislativas de junio, en las que no se repitió la confluencia, les concedieron 17 escaños.
Bompard es uno de los nombres que suenan para encabezar la candidatura de la Francia Insumisa para las europeas de 2019.
Después del éxito de las presidenciales, vino algo de retroceso en las legislativas. ¿Cómo está ahora el movimiento?
En las legislativas hemos comprobado un proceso clásico en las instituciones francesas: el partido en el poder se beneficia de una tendencia legitimista. Nosotros estamos satisfechos con un movimiento de apenas dos años tener un grupo parlamentario, y hoy para los franceses la Francia Insumisa es el principal grupo de oposición.
Tenemos la responsabilidad de resistir a las políticas de Macron y la Francia Insumisa está comprometida en elecciones parciales, como la de François Ralle, y otras parciales en Francia para seguir aumentando el grupo parlamentario. La Francia Insumisa va bien, y espera el año que viene en las europeas confirmar su estatus de primera fuerza de oposición.
¿En las europeas se repetirá la confluencia que fue bien en las presidenciales, o se apostará por una fórmula más dispersa como en las legislativas?
No había diferencias estratégicas entre las presidenciales y las legislativas, hemos hecho campaña con el mismo programa, pero hay fuerzas políticas que nos habían apoyado en las presidenciales que decidieron presentar a sus propios candidatos en las legislativas.
En las europeas estamos dispuestos a trabajar sobre un acuerdo amplio y sobre el fondo de nuestras propuestas. La cuestión central es el Plan B, de fortalecer una correlación de fuerzas en las instituciones europeas. No seremos estrictos con los movimientos, asociaciones y partidos, mientras la clave sea cambiar la correlación de fuerzas en las instituciones europeas: en Francia hay mucha decepción con el proyecto europeo.
Por ejemplo, Hollande se comprometió a renegociar los tratados europeos y después no hubo nunca negociaciones. No existió nunca una estrategia de salir de los tratados europeos, pero nosotros sí seremos fieles a la necesidad de salir de los tratados.
¿Qué significa eso?
Hablamos de una estrategia Plan A y Plan B. El Plan A es la renegociación de los tratados, como el fin de la independencia del BCE, de las políticas de armonización fiscal hacia arriba y no hacia abajo, tomar en cuenta la urgencia ecológica, el fin de las reglas de los déficit públicos, pero sabemos que necesitamos cambiar la correlación de fuerzas.
Si después de una ronda de negociaciones no se consigue, estamos dispuestos a construir otra cosa que esta UE tal y como es.
¿Eso supone salir de la UE y el euro?
El problema hoy no es el euro, es la manera con la que se está gobernando con el euro. Por eso, uno de los puntos claves del Plan A es el control público de la moneda con el fin de la independencia del BCE. En el caso de que tuviéramos que pasar al Plan B, nuestro objetivo no es salir del euro, sino poner en marcha ese tipo de políticas.
¿La experiencia griega es una decepción para construir otra Europa?
Sí. Creemos que el Gobierno griego, en un contexto complicado, cortó las aspiraciones populares. Tal vez habría podido, pero no estamos en su lugar, apoyarse más en la movilización popular para rechazar el diktat que le impusieron. Hoy en día trabajamos con quien lo rechazó, el partido Unidad Popular y la antigua presidenta del Parlamento griego Zoe Konstantopoulou.
Con esos objetivos, ¿cabe la posibilidad de una candidatura unitaria con PCF y ecologistas?
Tal y como van las primeras conversaciones, hay desacuerdos sobre el fondo. La cuestión es preguntarles cómo contestan a la necesidad de cambiar las instituciones europeas.
¿Cuáles son los desacuerdos?
Sobre la necesidad de imponer una correlación de fuerzas, sobre el Plan A y el Plan B, en lugar de estar en una posición mágica, meramente declarativa. Desde hace 30 años, los partidos de izquierdas afirman que hay que cambiar Europa, pero creemos que no se emplean los medios suficientes. Al final, siempre los resultados son diferentes a lo que se dice en las declaraciones. Estas organizaciones no presentan un plan claro para que las intenciones se materialicen.
Dani Rodrick publicaba en el New York Times que el New Deal podría considerarse populista y que, en ese sentido, el “populismo honesto” de hoy es la oposición a las políticas económicas dominantes. ¿Lo creen así?
La palabra populismo cubre realidades muy diferentes en Francia. Nosotros hablamos de populismo como una política con vocación de encarnar las reivindicaciones populares. A veces se usa como sinónimo de demagogia, pero nosotros creemos que lo demagogo es la política que se pone en marcha hoy en día, políticas que sólo benefician a una pequeña parte de la población.
Por ejemplo, Macron acaba de quitar el 80% del impuesto sobre las grandes fortunas y ha distribuido 5.000 millones de euros a las 1.000 personas más ricas, lo mismo que costaría la gratuidad de los comedores escolares. Eso es la prueba de que está al servicio de una ínfima parte de la población y cuando reivindicamos el populismo es para representar a gran parte de la población.
Claro que hay una política que responde a las aspiraciones populares, que no es demagógica, que se puede poner en marcha y está del lado del sentido común. Del sentido común de decir que cada uno tiene que vivir de su trabajo, que hay que preservar el ecosistema en el que vivimos todos y que todos necesitamos participar en la deliberación colectiva de nuestra democracia. Son los diferentes ejes de nuestro programa.
¿Ejes de sentido común que ya no son izquierda-derecha?
Consideramos que nuestro programa es de izquierdas. Pero hemos observado que pueden encontrarse en estas posiciones gentes que no se sitúan en una escala derecha-izquierda necesariamente. Hay que hablar primero a la gente desde posiciones concretas en lugar que desde campos políticos determinados.
En la campaña presidencial hemos elegido temas que no son necesariamente tradicionales de la izquierda: por ejemplo, la lucha contra el maltrato animal, que no se inscribe necesariamente en la izquierda-derecha, pero a partir de él se puede concienciar a la gente. Si se banaliza el sufrimiento de los animales, se banalizará también el de los seres humanos.
Los partidos franceses, a diferencia de los españoles, tienen más facilidad para ser transversales con los símbolos nacionales. La Francia Insumisa puede poner la Marsellesa muchas veces en sus actos, pero Podemos o IU lo tienen más complicado con el himno español.
Tampoco era tan evidente hace cinco años, porque la extrema derecha había intentado apropiarse de los signos populares. Pero hemos decidido retomar esos símbolos e inscribir nuestro proceso en un relato histórico que nace de la revolución francesa. Los símbolos de igualdad, libertad y fraternidad son nuestros, y opuestos a los de la extrema derecha.
Ha sido un combate en nuestro campo porque algunos consideraban que la batalla ya se había perdido porque otros ya se habían quedado con esos símbolos. Desde este punto de vista, la campaña ha invertido la correlación de fuerza y hoy la gente está orgullosa de las banderas francesas y cantar la Marsellesa.
Suena su nombre como candidato a las Europeas.
Aún no hemos elegido los candidatos, pero hay un grupo que estará en primera línea como el eurodiputado Younous Omarjee, la responsable de Programa, Charlotte Girard, y yo mismo.
La Francia Insumisa, heredera del Parti de Gauche y el Front de Gauche tiene una estructura más líquida. ¿Eso es una ventaja para llegar lejos rápido pero es un problema para perdurar?
No lo creo. La modalidad de organización de la Francia Insumisa no responde a una moda, sino a un análisis de la sociedad. Una sociedad menos estructurada, por tu trabajo, tu profesión, es una sociedad con una paradoja: cada vez más individualizada pero en la que los individuos tienen más vínculos que antes.
El movimiento tiene en cuenta esta realidad y propone modos de acción menos codificados, estructurados. Es un movimiento amplio en el que cada uno viene con sus formas de acción, sorprendente para militantes tradicionales, pero estamos evaluando la fuerza de esta forma. Cada día se organizan iniciativas sin impulso desde fuera, y justo cuando la gente empieza a actuar conjuntamente emerge una conciencia colectiva y para nosotros el movimiento tiene que ser una herramienta para que el pueblo se organice. Esta forma de acción es óptima.
¿Se consigue ese movimiento nacional popular o al final a las reuniones semanales en las asambleas van los militantes tradicionales?
Está claro que es el reto. Pero creemos que la participación a la reunión semanal ya es una forma de militancia que no queremos privilegiar en relación a otros tipos de militancia. En la Francia Insumisa hay gente que va a las reuniones, gente que actúa en internet, gente que pide material para actuar y montar un movimiento en su barrio, gente que decide montar acciones de solidaridad concreta: derechos digitales, médicos, los sin techo, una forma más social de acción.
La vocación es ser un movimiento total, político, de campañas electorales, también en las acciones inmediatas y concretas. Hay grupos especializados en el método Alinsky de autoorganización popular, y la ventaja del movimiento permite articularlo todo y que cada uno adopte lo que le conviene.
¿Puede funcionar sin un líder fuerte como Jean-Luc Mélenchon?
Está claro que para federar esas formas de acción se necesitan elementos que los federen: el programa L'avenir en commun es uno de ellos; y figuras mediáticas reconocidas, también. Está Jean-Luc Mélenchon, pero también otras figuras, como el grupo parlamentario.
El movimiento no puede ser sólo una agregación de acciones locales, se necesitan elementos que den coherencia nacional, y está claro que Mélenchon contribuye a ello. ¿Se puede funcionar sin él? No en el sistema de la V República francesa, un sistema muy personalizado en torno a individuos, y como queremos cambiar la sociedad participamos en sus marcos. Siempre digo que si quieres ganar un partido de fútbol no puedes jugar con un balón de rugby.
El ministro de Economía español va a ser vicepresidente del BCE, en una jugada de reparto de cargos entre países del norte y del sur, y ahí siempre parece que todo pasa por la alianza francoalemana, y en Alemania hay una gran coalición. ¿Cómo se puede reequelibrar eso?
El presidente de la república francesa ha lanzado una iniciativa para una nueva etapa europea conducida por la pareja francoalamena, llamado nuevo tratado del Elíseo [el original fue firmado en 1963 entre el presidente Charles de Gaulle y el canciller Konrad Adenauer]. Para Francia es una manera de encerrarse en un cara a cara; las transformaciones que queremos en las instituciones europeas necesitan un pulso a Alemania, y creemos que España, Italia, Portugal, tienen objetivos parecidos.
Aspiramos a una nueva alianza con los países que miran al Mediterráneo para lograr una nueva correlación de fuerzas y que se muevan las líneas europeas. Aspiramos a que en las elecciones Europeas haya un eje claso entre Francia Insumisa, Podemos, el Bloco, los italianos de Potere al Popolo.
¿Cómo ven los movimientos de Varufakis para crear candidaturas en los países para las europeos?
Tenemos un problema de fondo, y es que Varufakis ha dicho que se podían mover las líneas con los mismos tratados, sin modificarlos, y que podíamos cambiar las cosas con Macron, así que no nos podemos encontrar ahí. Puede expresar aspiraciones de salir del cierre de la UE, pero el método no está a la altura del desafío.