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The Guardian en español

Catorce millones de brasileños sufren la amenaza del coronavirus en barrios de favelas

Una mujer lleva mascarilla este 10 de abril en la favela de Santa Marta, en Río de Janeiro, desinfectada por iniciativa propia de los residentes

Dom Phillips

Río de Janeiro (Brasil) —

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Renato Rosas conoce la miseria de primera mano. El músico y comercial biomédico creció en una de las comunidades de favelas más extensa de Brasil, en la ciudad amazónica de Belém. Sus parientes todavía viven en las favelas de madera que rodean los oscuros y contaminados ríos que desembocan en la Bahía de Guajará.

“Es la pobreza más extrema”, afirma en referencia al barrio Baixadas da Estrada Nova Jurunas. Las serpientes sucuri que acechan en la basura, cuyas picaduras son letales, y las bandas armadas de narcotraficantes son algunos de los muchos peligros.

En marzo, cuando la pandemia de coronavirus comenzó a azotar al país, los gobernadores de los estados brasileños cerraron las escuelas, las empresas y las tiendas. Para los habitantes de las favelas, esta medida supuso la pérdida de sus ingresos y la disminución de los suministros de alimentos.

Más de la mitad del millón y medio de habitantes de Belém vive en favelas, y los niños que normalmente comen en la escuela ahora pasan hambre en sus casas. “La gente carece de lo básico”, explica Rosas, de 38 años. Él y sus compañeros del Proyecto educativo y musical Farofa Black han empezado a recaudar dinero para entregar paquetes con comida, conocidos como “la cesta básica” en Brasil. “Cuando llegamos a una de estas comunidades, la gente se acerca corriendo. Nos quedamos sin existencias en un momento”, explica.

Escenas como la que describe Rosas se repiten a lo largo y ancho del país. En Brasil, un territorio profundamente desigual, casi 14 millones de personas viven en comunidades de favelas densamente pobladas. Este jueves, según la Universidad John Hopkins, los casos de coronavirus en Brasil superaban los 29.165 y los muertos ascendían a 1.764, aunque probablemente las cifras reales sean mucho más altas.

El hambre comienza a hacer mella en estas comunidades y los líderes comunitarios, los activistas y los organizadores de proyectos sociales en las favelas de São Paulo, Belém, Río de Janeiro, Salvador, Manaus, Belo Horizonte y São Luís han estado entregando alimentos y kits de higiene a los desesperados residentes.

Les preocupa que en estos contextos de hacinamiento el coronavirus pueda propagarse con gran rapidez. A menudo, estos barrios carecen de saneamiento y tienen servicios de salud precarios. Otras enfermedades, como la tuberculosis y el Zika, han conseguido abrirse camino por los callejones repletos de gente.

La pandemia ha dejado al descubierto la profunda ignorancia de las autoridades en lo relativo a sus comunidades más pobres. Tras sopesarlo durante semanas, el Gobierno finalmente ha aprobado un pago mensual de emergencia de 116 dólares durante tres meses para 25 millones de trabajadores “informales” y desempleados. El martes pasado lanzó una aplicación que permitirá materializar esta medida. También ha decidido congelar las facturas de electricidad de las personas con bajos ingresos durante tres meses.

Quienes no pudieron acceder al pago mediante la aplicación hicieron cola en las oficinas de la agencia tributaria y en los bancos gubernamentales en ciudades de todo el país. Algunas carecían de los números de seguridad social correctos y además, tal y como señalaron varios activistas, no todos tienen un teléfono móvil o acceso a Internet.

Las favelas se organizan ante el abandono institucional

Las favelas de todo el país ya habían comenzado a organizarse. Algunos activistas, como Rosas en Belém, forman parte de la red nacional de favelas G10, creada por Gilson Rodrigues, presidente de la asociación de residentes de la enorme favela Paraisópolis de São Paulo. La G10 celebró una cumbre en Paraisópolis en noviembre pasado, a la que Rosas asistió. Ahora, las favelas de todo el país están adoptando sus métodos organizativos.

Como Rodrigues señaló en un vídeo ampliamente difundido en las redes sociales, la palabra favela ha brillado por su ausencia en la estrategia de comunicación del Gobierno. “Es como si no fuéramos brasileños y no existiéramos”, explica a The Guardian.

Paraisópolis ha distribuido 15.000 paquetes de alimentos, ha puesto en marcha una cocina comunitaria y un plan para que la gente “adopte” a las empleadas domésticas que trabajaban en casas de barrios residenciales de lujo, los primeros que registraron casos de coronavirus.

Los llamados “presidentes de la calle” explican a la comunidad la importancia de mantener la distancia los unos con los otros y de lavarse las manos con frecuencia. Además, son los que gestionan las donaciones y a un equipo que han contratado, formado por dos doctores, tres enfermeras y tres ambulancias. Incluso están construyendo un hospital de campaña. “Estamos levantando una estructura de guerra porque creemos que hemos sido abandonados a nuestra suerte”, lamenta Rodrigues. “Creemos que el coronavirus pronto entrará en nuestras comunidades”.

Cristiane Pereira, presidenta de su asociación de vecinos de la favela Aglomerado da Serra de Belo Horizonte, explica que 45 voluntarios han distribuido 3.500 paquetes de comida. Copiaron el modelo de “presidentes de la calle” del G10. “Aprendimos la forma correcta de movilizar a la comunidad”, afirma Pereira.

En la extensa favela del Complexo do Alemão, en Río de Janeiro, Raniele Batista, de 38 años, acaba de recibir un paquete con comida. “Somos nueve, tenemos siete hijos y a mi marido lo acaban de despedir, la situación empeora por momentos”, relata. “Gracias a Dios que hoy nos han dado un paquete con comida, pero ignoro qué pasará mañana”.

El paquete de comida fue donado por Abraço Campeão, un proyecto de artes marciales dirigido por Alan Duarte, un vecino de esta comunidad que ahora entrega paquetes de comida a unas 400 familias. “Tenemos mucho miedo a que el coronavirus nos azote”, explica Duarte. Ya se han registrado muertes por coronavirus en las favelas de Rocinha, Maré y Manguinhos, en Río de Janeiro.

Un estudio realizado por el Instituto de Investigación Locomotiva de São Paulo y la organización nacional Favelas Central (CUFA), reveló que el 80% de los residentes de las favelas que trabajaban ya habían perdido sus ingresos debido a la crisis del coronavirus. La mitad de los habitantes de las favelas tenía suficiente comida para, como máximo, una semana.

“Los habitantes de las favelas se preguntan cómo van a sobrevivir”, afirma el fundador de CUFA, Celso Athayde. CUFA, una red de más de 400 favelas, ha distribuido miles de toneladas de alimentos, así como jabón donado por la población y las grandes empresas.

Según el estudio, aunque el 71% de los residentes de las favelas está a favor de que no se ponga fin a las medidas de confinamiento, muchos simplemente no tienen la opción de dejar de trabajar. “Cuando vas a la gasolinera... es un vecino de la favela quien te atiende”, subraya Athayde. “Cuando vas al supermercado, el cajero es un residente de la favela, los trabajadores del almacén, el encargado de la limpieza, el guardia de seguridad, todos viven en las favelas”.

El presidente de Brasil, Jair Bolsonaro, ha criticado duramente las medidas de confinamiento impulsadas por los gobernadores de los estados del país, y ha instado a los brasileños a que vuelvan al trabajo e interactúen los unos con los otros en Brasilia, contradiciendo a su propio ministro de Salud, Luiz Mandetta, a los gobernadores de los estados del país y a la Organización Mundial de la Salud.

“Estos mensajes contradictorios hacen que la gente vuelva a las calles”, señala Ricardo Fernandes, actor de la compañía teatral Arteiros en la favela Ciudad de Dios (Cidade de Deus) de Río de Janeiro. El grupo forma parte del Frente Ciudad de Dios (Frente CDD), que esta semana ha distribuido 1.000 paquetes de comida.

La falta de unidad en el Gobierno contrasta con la colaboración entre las distintas organizaciones y comunidades de favelas. “Todos han dejado sus diferencias y sus rivalidades al margen”, afirma Fernandes.

Sin embargo, cada vez son más los brasileños que siguen las indicaciones de Bolsonaro, socavando el confinamiento. Además, la órdenes del presidente están siendo reforzadas por los pastores evangélicos de la favela Coroadinho en São Luís, en el estado nororiental de Maranhão.

La profesora Christiane Mendes explica que, la semana pasada, tres vecinos estuvieron en cuarentena domiciliaria después de que presentaran síntomas de coronavirus. Pese a ello, las calles estaban abarrotadas de gente y las tiendas, abiertas. En referencia a los comercios del barrio, ha indicado que “se trabaja por la mañana para poder comer por la tarde. No pueden cerrar”.

Mendes es parte de una asociación educativa que distribuye comida y productos de higiene a los residentes más pobres, algunos de los cuales viven en casas de madera y ladrillos de barro, que carecen de agua corriente. Ella ha podido registrarse en la aplicación del Gobierno para cobrar la ayuda de emergencia, tampoco nadie de su familia.

“Esta crisis ha dejado al descubierto las carencias que ya teníamos, todas se han intensificado: los problemas de abastecimiento de agua, la falta de alimentos, la inseguridad”, afirma. “Ha hecho que el mundo oiga las voces de la favelas”.

Traducido por Emma Reverter

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