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The Guardian en español

La buena gestión de la pandemia empuja a Jacinda Ardern en las elecciones de Nueva Zelanda

La Primera Ministra de Nueva Zelanda, Jacinda Ardern, en un acto de campaña en el Centro Michael Fowler de Wellington, el domingo 11 de octubre de 2020.

Eleanor Ainge Roy

Auckland (Nueva Zelanda) —

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Los llaman los comicios de la COVID-19, con la estabilidad a la orden del día. Pero lo cierto es que los neozelandeses están viviendo las elecciones generales más extrañas de su historia. En un año sumamente atípico, una mayoría de la población solo quiere que pasen de una vez para recuperar algo parecido a la normalidad.

Con un mes de retraso debido a un brote de coronavirus en Auckland, la mayor ciudad del país, los neozelandeses finalmente acuden este sábado a las urnas. No será un día especialmente animado: más de un millón de electores, una cifra récord, ya ha votado por adelantado en un país en el que viven cinco millones de personas.

El escaso entusiasmo y lo apagado del ambiente tienen que ver con la COVID-19 y con el abrumador éxito de la primera ministra, Jacinda Ardern, en la lucha contra la pandemia. Los que tienen problemas de empleo y la incertidumbre las elecciones son un bache para recuperar cuanto antes sus vidas.

Ventaja en las encuestas

Hace meses que las encuestas de opinión otorgan una amplia ventaja al Partido Laborista sobre el Partido Nacional. La formación de Ardern las lidera con un 46% de la intención de voto, 15 puntos por delante de su rival. Ardern también es la primera en los sondeos que preguntan por el primer ministro favorito.

Después de pasar por tres líderes en seis meses, el Partido Nacional se tambalea. Ni siquiera la indomable Judith Collins, también conocida como ‘Trituradora’ Collins, consigue suscitar entusiasmo y da un paso en falso detrás de otro. Como cuando sugirió que el problema de las personas con obesidad tenía que ver con una falta de responsabilidad individual, o como cuando la acusaron de colocar a simpatizantes en lugares que luego recorrería durante su paseo con las cámaras.

“Tengo muy claro que no voy a poder y adelantar a Jacinda Ardern usando sus armas”, dijo Collins. “A veces tengo un sentido del humor irreverente y perverso que de vez en cuando me mete en problemas. En realidad, me suele meter en problemas”.

Ardern ha mantenido el optimismo en todo momento. Aunque los analistas políticos critican a su partido por vaguedad en el mensaje, por no cumplir con un mandato claro y por falta de definición en un plan de recuperación pos-COVID-19, la popularidad personal de la primera ministra ha hecho que los laboristas se mantengan en máximos históricos en las encuestas. Haber liderado el Gobierno durante una serie de grandes desastres es el argumento más convincente de Ardern.

Según Jennifer Lees-Marshment, experta en elecciones y en comunicación política de la Universidad de Auckland, estamos ante “unas elecciones muy, muy extrañas, muy singulares”. “Transcurren en medio de una crisis global, por lo que es muy difícil para la opinión pública y para los políticos centrarse en ninguna otra cosa”. Los comicios irán acompañados de dos referéndums sobre la legalización de la marihuana recreativa y de la eutanasia.

Política de la amabilidad en tiempos de incertidumbre

Cuando Nueva Zelanda cerró la frontera a mediados de marzo y entró en confinamiento poco después –con apenas un centenar de casos de COVID-19–, Ardern instó a los neozelandeses a “ser amables” unos con otros. “Estén pendientes de sus vecinos”, dijo. “Llamen a sus abuelas”.

El país ha registrado menos de 2.000 personas contagiadas con COVID-19 y 25 fallecidas. La Organización Mundial de la Salud (OMS), entre otros, ha elogiado a Nueva Zelanda por su éxito en la gestión del virus. Con su estilo de liderazgo tranquilo, Ardern se ha ganado la simpatía incluso de votantes del Partido Nacional.

Según los analistas políticos, en tiempos de incertidumbre el votante se aferra al statu quo y, en este momento, las políticas de compasión y amabilidad que defiende Ardern son el refugio que buscan los neozelandeses.

“Las elecciones van a reducirse a la confianza, y eso, por supuesto, favorece a la actual primera ministra”, dice Carl Ebbers, un pequeño empresario de Auckland. “Lo ha hecho muy bien con todas estas emergencias que hemos tenido”.

Según los comentaristas, los últimos dos años de política en Nueva Zelanda parecen haber sido olvidados y los últimos nueve meses son los únicos que importan a los votantes.

Collins ha asegurado “no creer en las encuestas” y ha acusado a Ardern de incumplir sus promesas y de “palabrería”. También ha dicho que tras la pandemia mundial, la primera ministra solo proponía a los votantes “amor y abrazos”, mientras que un gobierno liderado por ella se centraría en ofrecer “esperanza y trabajo” con una respuesta económica más consistente.

Pero varios analistas coinciden en que el laborismo está acercándose a un segundo mandato solo gracias a la fama mundial de Ardern. Con los constantes pasos en falso de Collins, las posibilidades de gobernar del Partido Nacional se reducen cada día.

Los grandes errores del Partido Laborista parecen haberse esfumado para la opinión pública, como el fracaso del proyecto KiwiBuild para construir 100.000 viviendas en 10 años, la incapacidad para aplicar un impuesto a las ganancias del capital o los crecientes niveles de exclusión social. El Partido Nacional ha subrayado todas estas críticas, pero no ha tenido mucho eco.

¿Logrará Ardern la mayoría absoluta?

Muchos expertos dan por descontado que los laboristas y Ardern ganarán el 17 de octubre pero se preguntan si serán capaces o no de conseguir la mayoría absoluta que les permita gobernar solos, algo que el diseño del sistema electoral neozelandés pretende evitar.

“Es una elección realmente atípica, en un contexto simplemente extraño”, dice el comentarista político Morgan Godfery. “Tengo muchas ganas de que termine. No soy precisamente prolaborista, pero quiero que repitan por la simple razón de que son los más indicados para dirigir el país durante una pandemia mundial”.

Se puede acusar a los laboristas de dejarse llevar; y a los nacionales, de desunión, pero estas elecciones de 2020 tienen mucho menos que ver con la política que las de ningún otro momento de la historia.

Antes que nuevos hospitales, impuestos sobre la riqueza o ríos más limpios, los neozelandeses necesitan sentirse seguros en un momento de incertidumbre mundial. Tener a una líder nominada dos veces para el Nobel de la paz es claramente tranquilizador.

“No creo que el votante que pasa del Nacional al Laborista lo haga pensando en la ciencia [sobre COVID-19]”, dice Ben Thomas, un consultor de relaciones públicas que trabajó para un gobierno del Partido Nacional. “Lo hacen porque piensan que Jacinda está tomando buenas decisiones y cuidando de nosotros”.

Traducido por Francisco de Zárate

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