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Érase una vez un asalto sexual o por qué hay que modernizar los viejos cuentos de hadas

Imagen de La Bella Durmiente.

Stephanie Merrit

¿Cuándo es aceptable que un hombre acose a una mujer dormida? Puede que estés pensando que la respuesta correcta es “nunca”, a menos, claro, que seas el padre de Brock Turner, antiguo estudiante de la universidad de Stanford. El padre de Turner escribió una carta al juez para protestar por la larga condena impuesta a su hijo el año pasado por asaltar a una mujer inconsciente tras una fiesta.

La otra excepción a la norma de no iniciar contacto sexual con mujeres que no han dado su consentimiento por estar dormidas es si eres un príncipe de un cuento de hadas y ella está atrapada en un sueño encantado de 100 años. Si te has abierto camino a machetazos por un bosque de espinas, no se puede esperar que vaciles pensando en las sutilezas del consentimiento cuando tienes un hada malvada respirando en tu nuca. Y, en cualquier caso, a las princesas se las educa para que estén agradecidas.

Pero la vorágine de noticias sobre consentimiento o su ausencia implica que ni siquiera un príncipe azul puede escapar al escrutinio. La semana pasada, Sarah Hall, una madre de Newcastle, apareció en los titulares al pedir a la escuela primaria de su hijo de seis años que sacase el cuento de La Bella Durmiente de la clase de los más jóvenes porque transmite un mensaje de poca ayuda sobre besar a mujeres dormidas. Aun así, esta madre sugirió que el cuento se podría salvar para los estudiantes más mayores como parte de una discusión útil sobre el consentimiento.

Sus comentarios sobre este asunto publicados en las redes sociales fueron recibidos con la frivolidad que era de prever por parte de la brigada que denuncia lo “políticamente correcto” (“¿Sabes que los osos no comen papilla?”, decía un comentario), pero resulta que las preocupaciones de Hall fueron instintivamente apropiadas.

La versión de La Bella Durmiente con su beso de amor verdadero que la mayoría de nosotros recordamos de Disney o de los hermanos Grimm deriva realmente de un cuento italiano del siglo XVII llamado Sol, luna y Talia, de Giambarrista Basile, y basado en leyendas populares del siglo XIV. En estas versiones anteriores, un rey viola y deja embarazada a la Bella Durmiente, pero todo acaba bien porque tras despertarse y recuperarse del shock inicial al descubrir que tiene gemelos, él vuelve y se casa con ella. Se supone que eso es un final feliz.

Crecí con las versiones de La Bella Durmiente de Disney y de los hermanos Grimm y, de niña, ni yo ni nadie se preguntó si era apropiado que el príncipe besase a la mujer cuando ella no tenía ni voz ni voto. Ese era su papel, igual que el de ella era ser rescatada.

Si hubiésemos leído la versión de Basile hubiese sido otra historia; al final de esa historia, después de que la mujer original de rey intentase matar a la princesa Talia y cocinar a los bebés para servírselos de cena a su descarriado marido (spoiler: el cocinero los cambia por corderos), acabas apoyando a Talia para que termine feliz para siempre con su violador, que ya no es el malo de la película. Como en Atracción Fatal, es la mujer intensa y celosa la que se convierte en la destructora de la familia, no el hombre que no puede controlar su apetito sexual.

Pero así es cómo funcionan los cuentos. Generalmente se entiende que lo que consideramos aceptable o incluso deseable en el contexto de un mundo de ficción no es una moralidad que se pueda traducir a la vida real. Incluso los niños más pequeños son capaces de pillar esto, por eso les encantan las historias de antihéroes como Horrid Henry, aunque saben que nunca se saldrían con la suya comportándose como él.

Aun así, Hall no es la primera persona en reconocer que los cuentos felices, con sus preocupaciones centenarias y sus estructuras de poder, pueden ser especialmente problemáticos a la hora de formar el sentido de papel de género en los niños. Los efectos negativos en las chicas jóvenes de la “cultura de princesas” promovida por Disney y su marketing relacionado son ahora sujeto de numerosos estudios académicos. Disney, por su parte, ha intentado mitigar este efecto introduciendo en los últimos años en sus historias a heroínas combativas. Pero la chica blanca, pasiva, heteronormativa y con una cintura de medidas imposibles sigue dominando.

¿Pero es la respuesta prohibir todos los cuentos que anuncian una versión pasada de moda de las relaciones amorosas? Quizá la solución es reinventar esos viejos cuentos con un giro moderno. Angela Carter lo hizo, como lo hicieron las películas de Shrek. Ahora, tras el éxito de Good Night Stories for Rebel Girls, existe un mercado de libros en auge que ofrece modelos positivos.

Los cuentos felices han servido durante siglos como una forma de examinar nuestros miedos. Mientras los hombres como Brock Turner sigan viendo el consentimiento como algo opcional en un encuentro sexual, quizá no sea tan loco sugerir que hay que cuestionar algunas de las viejas metáforas.

Stephanie Merritt es autora y exeditora literaria adjunta en the Observer.

Traducido por Javier Biosca Azcoiti

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