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The Guardian en español

OPINIÓN

Liz Truss no es una anomalía: la culpa del caos en Reino Unido es de todos los 'tories'

La primera ministra británica, Liz Truss, durante una rueda de prensa el 14 de octubre.

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Es innegable que Liz Truss era la persona menos adecuada para dar la cara por sus propias políticas económicas: mostraba la misma seguridad en su comportamiento que un ciudadano aleatorio al que de repente hubiesen nombrado director de la escuela local.

Tras convertir en ratas de laboratorio a sus propios conciudadanos para un experimento diseñado en la sala de juntas de los think tanks de la derecha financiados de manera opaca, ahora le prohíben el acceso a su propio laboratorio. La primera ministra está herida de muerte, sepultada por los mismos “mercados” a los que en otra época adoró y al frente de unas políticas que hace apenas unos días habría denunciado como diseñadas por la “coalición anticrecimiento”.

Exigir la destitución de Truss es una idea abstracta porque, en gran medida, la primera ministra ya no está en el poder. Pero hay que prestar atención a lo que ocurra en estos próximos días y semanas: no podemos permitir que el Partido Conservador culpe a Truss de todo esto, consagre a su sucesor, cierre filas y vuelva a comenzar como si todo regresara a la normalidad.

Rehabilitar a los monstruos –o, al menos, no hacer que los villanos rindan cuentas– es uno de los motivos por los que Reino Unido se encuentra en medio del caos actual. Gracias a eso los tories han mantenido su habilidad para reinventarse y han sobrevivido, hasta ahora gestionando la época más desastrosa que se recuerde de cualquier gobierno británico, según un montón de parámetros.

No olvidemos lo que ocurrió con Theresa May. Tras perder descuidadamente la mayoría parlamentaria de los tories, su propio partido la condenó a seguir en el cargo con la esperanza de que fuera ella la que absorbiera un fuego de mortero que de otro modo se habría dirigido contra todo el Partido Conservador. Una vez cumplido el propósito, despidieron de forma segura a May y anunciaron a Boris Johnson como el líder de un gobierno nuevo, inocente de los pecados cometidos por su predecesora.

Los culpables

No hay más que ver la forma en que George Osborne, ministro de Economía entre 2010 y 2016, acude a una entrevista en el principal programa político de la cadena Channel 4 en calidad de testigo, y no como acusado en el banquillo. No hay un político más culpable que Osborne de este caldero hirviendo en que se ha convertido la sociedad británica: su política de austeridad, cargada de ideología, está en el origen del mayor recorte salarial visto en los tiempos modernos, responsable de alimentar un descontento fundamental para el triunfo del Brexit en el referéndum de 2016. Ahora Osborne protesta contra políticas económicas que desafían imprudentemente las reglas del mercado, como si la deuda británica no hubiera perdido la calificación AAA durante su gestión económica.

Pero más relevante es observar a Jeremy Hunt, el nuevo primer ministro de facto de Reino Unido, sobre el que un analista político ha dicho: “Escuchar a Hunt en las entrevistas de esta mañana era como llegar a un mar azul y en calma tras semanas con una tormenta de fuerza 10”. Es difícil no concluir que muchos de los autodenominados moderados entienden la política como una cuestión de sensaciones, no de sustancia. El historial de un político importa menos que la tranquilidad que generan sus dotes de comunicación.

El propio Hunt admitió que como ministro de Sanidad fue demasiado lento a la hora de aumentar la plantilla del Servicio Nacional de Salud (NHS, por sus siglas en inglés). Un eufemismo sobre cómo desatendió una escasez grave de personal en el NHS, que nos dejó mal preparados para la pandemia. ¿Cómo puede argumentar de manera creíble que ofrecerá una alternativa a la Trusseconomía cuando era él quien pedía un impuesto de sociedades aún más bajo de lo que Truss había soñado? Su nuevo “consejo asesor económico” está compuesto por banqueros y gestores de fondos de inversión, dos de los pocos grupos de la sociedad británica que pueden decir que se han beneficiado de los últimos funestos años.

Hunt es un hombre ideológicamente comprometido con la austeridad. En 2019, alabó “el genio de David Cameron y George Osborne” por la forma en que “convencieron al país para que aceptara los recortes del gasto público más agresivos de nuestra historia en tiempos de paz, sin que se produjeran revueltas por el poll tax [en referencia a las protestas de 1990 que siguieron a la introducción por parte del Gobierno de Margaret Thatcher de un nuevo impuesto per cápita]”. Por ello no tendrá ningún reparo en imponer otra ronda de recortes, que estrangulará el crecimiento y agravará la crisis del coste de la vida.

Luego está Rishi Sunak, al que ahora presentan como un profeta reivindicado por haberse opuesto a la Trusseconomía antes que nadie. Pero darse cuenta de que un conductor acelerando hacia el acantilado va a provocar una carnicería no te convierte en adivino. Sunak es el hombre que se jactaba de llevar dinero de comunidades urbanas pobres hacia los distritos ricos de los tories y pedía que se tratara como extremistas a todos los que “vilipendian” a Reino Unido, el tipo de autoritarismo desquiciado que se podría esperar de Viktor Orbán.

Como ministro de Economía, Sunak defendió con éxito a los escépticos del confinamiento y en el otoño de 2020 se aseguró de retrasar unas restricciones que terminarían imponiéndose con más dureza y durante más tiempo cuando los contagios se salieron de control. Sunak no es el adulto en la habitación sino otro de los culpables del establishment.

Penny Mordaunt y Ben Wallace, los otros dos tories que ahora figuran entre los posibles sucesores de la primera ministra, podrán ser presentados como “caras nuevas” pero también apoyaron la economía de quema y tala que ha empobrecido a Reino Unido en medio de una crisis de productividad, con infraestructuras que chirrían y servicios públicos tambaleantes.

Por eso no podemos dejar que presenten a Truss como una anomalía o como una abominación. Esto no ha sido un espasmo ni una fuga ideológica, sino un punto final coherente para 12 años nefastos. Ha sido un esfuerzo conjunto llevado adelante por el equipo productor del Partido Conservador, los conservadores de Cameron y los euroescépticos, los espartanos y los johnsonistas, desde los One Nation Conservatives (Conservadores de Una Nación) hasta el European Research Group (Grupo de Investigación Europea). Por acuñar una frase, estaban todos unidos en esto. Y no habrá ninguna esperanza hasta que sean destituidos todos y cada uno de ellos, y el partido tory sea inelegible durante una generación.

Traducción de Francisco de Zárate

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