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Las negociaciones de Ginebra traen pocas esperanzas para la paz en Siria

Las consecuencias del ataque a una cárcel de Damasco, que dejó al menos 9 muertos y 53 heridos

The Guardian

Ian Black – Ginebra —

Salvo retrasos de última hora, las negociaciones sobre Siria impulsadas por la ONU echarán a rodar en Ginebra. Será la tercera ocasión en que esta ciudad suiza acoge gestiones diplomáticas para acabar con la guerra y afrontar la peor crisis humanitaria del mundo. Pero las perspectivas de éxito son probablemente incluso más escasas que en los dos intentos anteriores.

El enviado de la ONU, Staffan de Mistura, ni siquiera puede estar seguro de quién se sentará en la mesa, ni de cuándo. La oposición siria anunció en la noche del jueves que sus representantes no irán mientras no se les garantice el final de los ataques aéreos y los asedios del Gobierno. Sí se espera a los representantes de Bashar Al Asad en el Palacio de las Naciones, aunque puede que no se reúnan con sus enemigos.

“Nos tomamos en serio participar, pero quien está obstaculizando el comienzo de las negociaciones es quien está bombardeando a civiles y matándolos de hambre”, ha defendido Salem Al Muslet, el portavoz de los negociadores de la oposición reunidos en la capital de Arabia Saudí, Riad.

Las conversaciones estaban programadas inicialmente para empezar el lunes pasado. Los diplomáticos presentes en Ginebra manifestaron que la ONU estaba ansiosa por no volver a posponerlas. Sin embargo, aún no se ha organizado ninguna inauguración formal del encuentro.

Aunque hay mucho en juego, De Mistura está manteniendo las expectativas bajas y preparando un proceso largo. Este sueco-italiano, un veterano de la ONU, pretende mantener seis meses de “diálogos de proximidad”: reunirse por separado con uno y otro bando y hacer de intermediario entre ellos porque no hay suficientes puntos en común para que se puedan sentar en la misma mesa sin un fracaso inmediato. Ninguno se ha comprometido a detener las hostilidades.

Las prioridades para la primera ronda son explorar las perspectivas de posibles treguas locales, redoblar esfuerzos para luchar contra el Estado Islámico y mejorar el acceso humanitario a las zonas asediadas. Es significativo que no hay planes para hablar de las cuestiones clave del futuro de Asad o de formar un órgano de gobierno transitorio que pueda incluir a sus oponentes.

Esas ideas estaban en el corazón del comunicado publicado en Ginebra en junio de 2012, que hasta hace poco era la base sobra la cual se fundamentaban las gestiones diplomáticas para garantizar la paz. En la segunda sesión de Ginebra, en enero de 2014, los sirios se reunieron, intercambiaron insultos y se fueron. Aquel fiasco llegó tras el uso de armas químicas por las fuerzas de Asad y precedió a los avances del ISIS en Irak del verano pasado.

Protagonismo de Irán y Arabia Saudí

El hecho de que se estén desarrollando estas conversaciones se debe más a la desesperación y la impaciencia de la comunidad internacional que a cualquier disposición de los protagonistas sirios a hablar entre ellos, para poner fin a un conflicto que se ha llevado entre 250.000 y 300.000 vidas, ha dejado a millones de personas sin hogar y ha desestabilizado Oriente Medio. La intervención militar rusa del pasado otoño, que supuestamente se dirigía a contrarrestar la amenaza creciente del ISIS pero en realidad atacó a los principales grupos rebeldes que luchan contra Asad, fue un detonante para lanzar el proceso de Viena, cuyo resultado es esta negociación de Ginebra.

La novedad que aportó Viena fue la participación de Irán y de Arabia Saudí, enemigos acérrimos entre sí y principales partidario y rival de Asad, respectivamente. Ambos países se sentaron en la mesa de negociación por primera vez, aunque sus propias relaciones han empeorado dramáticamente desde entonces. La tarea, en palabras del secretario de Estado estadounidense, John Kerry, es “trazar el camino para salir del infierno”.

Casi cinco años después de que irrumpiera la crisis siria, la iniciativa pasa ahora por Rusia e Irán más que por Estados Unidos, Reino Unido, Francia y los países del Golfo, que pidieron la retirada de Asad por primera vez en el verano de 2011.

Se dice que Kerry, cuando se reunió el sábado pasado con el comité de negociaciones de la oposición en Riad, les dijo abiertamente que ellos no eran una alternativa viable a Asad y que tendrían que aceptar las propuestas que les llegaran de Moscú y Teherán, incluyendo el derecho de Asad a presentarse a la reelección, o perderían el apoyo de Washington. Estados Unidos se quejó después de “tergiversaciones intencionadas” de lo que ocurrió y dijo que el futuro de Asad tenía que decidirse “por consentimiento mutuo”.

Riyad Hijab, que desertó tras ser primer ministro sirio y ahora encabeza el comité de negociaciones de la oposición, tuvo una reunión tensa con Kerry y se enfrentó a presiones saudíes para que se presentara en Ginebra. Los grupos armados se oponen a las conversaciones con líderes políticos exiliados que, según consideran, han pasado demasiado tiempo en hoteles de lujo, lejos del frente del conflicto.

“Kerry no calculó bien el estado de ánimo de la oposición, y eso le ha llevado a poner en peligro todo el proceso”, valora una fuente siria independiente. “Por otro lado, la oposición se ha echado a perder. Se han acostumbrado a que la gente se porte bien con ellos y consienta su narrativa. Ahora las cosas son diferentes y es bastante devastador”, señala.

La desconfianza mutua no podría ser mayor. El Gobierno sirio no está de acuerdo con la elección de Mohammed Alloush –del grupo Jaysh al Islam (JAI), apoyado por Arabia Saudí–, como jefe de las negociaciones en el lado opositor. Lo ven como un terrorista, al igual que a su hermano y líder del JAI, Zahran Alloush, que murió hace poco en un ataque aéreo cerca de Damasco.

De Mistura ignoró las peticiones de Rusia de que se invite a los kurdos sirios a las negociaciones –en parte por la fuerte oposición de Turquía–. Sin embargo, aceptó presionar para que estén presentes los moderados sirios apoyados por Rusia, aunque en calidad de “asesores”.

Los opositores que reciben el apoyo de Occidente temen que las cosas se estén volviendo contra ellos. “Vivimos en una época en la que las cosas se vuelven del revés: un criminal se convierte en víctima y la víctima en verdugo”, lamenta Burhan Ghalioun, expresidente del Consejo Nacional Sirio. “Todo esto se esconde tras una cortina de conversaciones cordiales pero falsas sobre una solución política, sobre paz y reconciliación”, afirma.

La realidad militar sobre el terreno no ayuda. Esta semana ha caído Sheikh Miskeen, una ciudad estratégica cerca de la frontera con Jordania que era de los rebeldes, con ayuda de los ataques aéreos rusos. La ciudad de Salma, en la zona de Latakia, en el noroeste de Siria, también ha sido reconquistada por las fuerzas de Asad.

De Mistura parece estar siguiendo el modelo de las conversaciones de Oslo entre Israel y la Organización para la Liberación de Palestina. En ese conflicto, el acuerdo inicial de 1993 fue dramático pero precedió a pactos temporales. Los asuntos más espinosos sobre el “estatus final” se dejaron para el final de un “proceso de paz” que fue vaciado de contenido hasta que se interrumpió.

Aplicando ese paralelismo, no afrontar el futuro político de Siria ahora significa que será aún más difícil hacerlo en el futuro. Dejarlo sin resolver no va a restaurar la estabilidad necesaria para que los millones de refugiados vuelvan a casa. “Las negociaciones tienen que empezar, de buena voluntad”, pide el enviado estadounidense a la oposición Siria, Michael Ratney, “y solo entonces el mundo podrá saber con claridad quién es el responsable de su éxito o de su fracaso”.

Traducción de: Jaime Sevilla

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