El pueblo francés ecológico que lucha contra la entrada de McDonalds y su “consumo masivo e insostenible”
Dentro de un edificio en ruinas que alguna vez fue un club de vacaciones en la pintoresca Isla de Oleron, en la costa atlántica de Francia, un grupo de personas estampa en camisetas viejas eslóganes contra las hamburguesas inspirados en la protesta estudiantil de Mayo del 68. En ellas se pide a los “camaradas” que escojan un bando en la batalla de la isla contra McDonalds.
“Oleron es un sitio precioso, es importante protegerlo”, afirma Nicolas, un informático de 36 años que es voluntario en un proyecto local que fabrica muebles utilizando viejos palés de madera. “No necesitamos McDonalds en un sitio que es líder en comida orgánica, desarrollo sostenible y gestión de desechos, todas formas de vida alternativa alejadas del consumo masivo”.
La Isla de Oleron, que tiene una extensión de 30 kilómetros, es la segunda isla más grande de Francia después de Córcega. Es un destino turístico importante, donde la población pasa de 22.000 personas en invierno a más de 300.000 en agosto.
El próximo mes concluirá una batalla legal de cuatro años de duración sobre si McDonalds puede abrir un local en la isla. El líder de la lucha contra la cadena de comida rápida es Grégory Gendre, alcalde del pequeño pueblo de Dolus de Oleron, que tiene una población de 3.000 personas en invierno. Gendre rechazó por primera vez la solicitud para establecer un McDonalds en 2014.
El pasado otoño, un tribunal de Poitiers sentenció que el pueblo no tiene base legal para impedir la apertura de un McDonalds y que debe otorgarle los permisos para construir o, de lo contrario, enfrentarse a multas de 300 euros por cada día que pase. El alcalde apeló el fallo y se espera un veredicto final en septiembre. Mientras tanto, las tensiones han aumentado.
Gendre, extrabajador de Greenpeace, ha prometido promover una alternativa sostenible a McDonalds renovando un antiguo club de vacaciones. El alcalde afirma que cuenta con el apoyo de la mayoría para que McDonalds no entre a la isla. Pero algunos isleños piensan que todos deberían tener derecho a comer un BigMac si es lo que quieren.
La disputa es el último episodio de la compleja relación de Francia con la corporación estadounidense de comida rápida. Ya han pasado casi 20 años desde que el radical granjero José Bové llegó a los titulares de todo el mundo tras destruir un restaurante de McDonalds a medio construir en el sur de Francia en 1999. Pero el contexto actual es diferente.
En los años 90, el ataque de Bové contra la 'comida basura' de McDonalds era una respuesta a los impuestos que Estados Unidos le imponía al queso roquefort y a otros productos de granjas europeas. Desde entonces, McDonalds ha logrado un gran éxito en Francia, donde vende dos millones de comidas cada día y tiene mejores ventas que en muchos otros mercados.
“Esto no es una guerra, es sentido común”, afirma Gendre en su oficina del Ayuntamiento. “McDonalds representa una forma antigua de hacer las cosas, es como la minería de carbón de la gastronomía, algo totalmente anticuado”.
Gendre, que antes dirigía una empresa que convertía la grasa de las patatas fritas en combustible, fue elegido hace cuatro años y decidió convertir a Dolus en una especie de laboratorio de la vida sostenible, ofreciendo a los comedores escolares comida producida localmente, promoviendo bajas emisiones de dióxido de carbono y reducción los niveles de basura. “Para mí, McDonalds representa la Edad Media”, señala. “¿Cuál es el impacto ambiental de un restaurante de McDonalds en el que se compra desde el coche, en un momento en que estamos luchando contra el calentamiento global?”, añade.
Hijo de un médico local, Gendre indica que la Isla de Oleron sería la primera en verse perjudicada por un aumento del nivel del mar y por el incremento de los desechos plásticos que se arroja al océano. “Si queremos sobrevivir como isla, debemos hacer las cosas de forma diferente”, remarca.
La batalla para detener a McDonalds no es sólo estética. El restaurante de autoservicio desde el coche se construiría en una zona comercial lejos de los viñedos y playas de la isla, pero el mayor argumento legal del alcalde se centra en los problemas de tráfico y el potencial riesgo de accidentes. El terreno donde quiere construir McDonalds es propiedad de un antiguo teniente de alcalde que ahora lidera la oposición en el Ayuntamiento.
Gendre ha recaudado donaciones para cualquier posible coste legal. El dinero reunido también será destinado a construir una zona comercial alternativa para proyectos sostenibles y comida orgánica a la que llaman 'McDol'. Paralelamente, una petición contra la llegada de McDonalds a la isla ha conseguido más de 82.000 firmas.
Emilie Mariot, una mujer de 41 años propietaria de una granja orgánica que tiene 100 ovejas de una raza inusual en la isla, afirma: “Mi lucha contra McDonalds no se trata de declararle la guerra, sino de encontrar alternativas, buscando en nuestras tradiciones, aprendiendo cómo vivía antes la gente de la isla”.
El restaurante de McDonalds más cercano a Dolus se encuentra a 18 kilómetros, cruzando el puente que conecta la isla con el continente. En la peluquería, una artista de unos 40 años dice que prohibir McDonalds está mal: “Todos deberíamos tener el derecho de elegir qué comer”.
En una bolera cerca del sitio donde se quiere construir el restaurante de McDonalds, el gerente, Jean-Michel Arnaud, asegura: “No se puede impedir que la gente coma lo que quiera. McDonalds puede ser una oportunidad económica, puede generar empleo y traer dinamismo a la isla”. McDonald’s no ha hecho declaraciones sobre este tema.
El propietario de un restaurante en el norte de la isla teme que otros restaurantes de comida rápida más pequeños acaben cerrando si llega McDonalds, con la consecuente pérdida de empleos. El hombre está desconcertado por la disputa: “¿Por qué McDonalds quiere estar aquí? En invierno, la población es mayormente anciana. Si lo que quieren es colocar un enorme cartel con los arcos dorados para que la gente lo vea al llegar a la isla, debemos ponernos firmes”.
Traducido por Lucía Balducci