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Los riojanos son los que más creen en mitos y leyendas urbanas

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Los mitos y las leyendas existen desde el propio origen de la humanidad. Estas ficciones tienen un denominador común: se refieren a personajes o productos muy populares y, con el tiempo y la aportación de muchos, se van adaptando y se les van añadido nuevos elementos. Afectan a todos los campos, desde la historia y la política a la salud.

Desde tiempos inmemorables, los alimentos y bebidas también se han visto afectados por mitos sin fundamento que pueden confundir y crear prejuicios. Entre ellos, destacan los que giran en torno a los refrescos, ya que son una de las bebidas más populares.

Por eso, coincidiendo con que se celebran 175 años de la elaboración de las primeras bebidas refrescantes en España, ANFABRA (Asociación Nacional de Fabricantes de Bebidas Refrescantes) ha realizado el 'Estudio sobre mitos y leyendas urbanas', a partir de 2.000 entrevistas realizadas por toda España por la empresa de estudios de mercado TNS, en el que se da a conocer la actitud y opinión de los riojanos ante los bulos que circulan en nuestro país.

Los mitos y leyendas tienen su origen en el desconocimiento, que lleva a dar crédito a todo tipo de rumores que oímos o nos cuentan. En ocasiones, cuanto más inverosímil es el tema más puede llamar la atención y difundirse.

De hecho, algunos de los rumores más extendidos en La Rioja afirman que el subsuelo de Nueva York está realmente plagado de caimanes y que Walt Disney está congelado hasta que haya un remedio que le devuelva a la vida.

Muchos de estos temas son anecdóticos, el problema es que la mayoría de los riojanos, según el estudio, tiene ideas falsas que, además, pueden poner en riesgo su propia salud.

De hecho prácticamente el 100 por 100 piensa que los alimentos pueden consumirse hasta dos semanas después de la fecha de caducidad que indica el envase, cuando lo cierto es que la fecha está puesta específicamente para garantizar la fecha límite hasta la que el producto está en condiciones óptimas.

Otro ejemplo del gran desconocimiento que hay sobre alimentos y bebidas es la desconfianza que existe en torno a los aditivos, que son de los ingredientes más controlados por las Autoridades sanitarias.

Los riojanos son los españoles que menos consideran los aditivos perjudiciales para la salud, pero, aún así, es una idea que sostiene el 26 por ciento.

Los habitantes de La Rioja también creen otros prejuicios sin fundamento. Que mezclar hidratos de carbono y proteínas engorda o que el azúcar engorda más que la grasa o el alcohol, cuando lo cierto es que 1 gramo de azúcar contiene sólo 4 calorías, frente a las 7 del alcohol o las 9 de la grasa, son sólo algunos ejemplos.

LOS MÁS CRÉDULOS

A lo largo de su historia, los refrescos, al ser uno de los productos más populares en todo el mundo, también han sido víctimas de falsos mitos y leyendas urbanas. Los riojanos destacan por ser los españoles que más creen estos bulos.

De hecho, el 100 por 100 piensa que tienen muchas calorías y sitúan su aporte energético muy por encima de otros alimentos o bebidas con un número similar de calorías (como por ejemplo una manzana o un zumo).

Otro de los falsos mitos que más cree la práctica totalidad de los riojanos es que el gas engorda, cuando en realidad el anhídrido carbónico es un gas sin aporte energético, muy por delante de navarros, asturianos y cántabros.

Los riojanos no sólo creen mayoritariamente los mitos que existen sobre las bebidas refrescantes, sino que también están entre los españoles que más consideran ciertas las leyendas urbanas sin fundamento científico sobre estos productos. Piensan que los refrescos desatascan tuberías (69 por ciento), que quitan el óxido de los metales (62 por ciento), o incluso, que tomados con aspirina “colocan” (37 por ciento)

Por otro lado, hay ciertas realidades que pueden parecer mitos porque resultan difíciles de creer. Es el caso de los refrescos light, que no tienen apenas calorías -tan sólo entre 0 y 7 por cada 100 mililitros-. Sin embargo, los habitantes de la Rioja se equivocan al pensar que tienen un alto contenido calórico, una idea errónea que comparte prácticamente el 100 por 100 de sus habitantes.

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