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La ilusión de la vuelta al cole en Madrid choca con la preocupación: “La gestión de Ayuso ha sido rocambolesca”

Un profesor toma la temperatura a un alumno de 3º de Primaria del colegio Jaime Vera en Tetuán, Madrid

Mónica Zas Marcos / Víctor Honorato

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Detrás de la mascarilla a rayas blancas y azules de Estefanía, de 8 años, se reconoce una amplia sonrisa. Es su primer día de colegio después de seis largos meses, tres de ellos de confinamiento, y sus ojos orbitan de un lado a otro buscando a sus mejores amigas. Un poco más arriba, la mirada de su madre se torna bastante más preocupada por culpa de las últimas noticias: la Comunidad de Madrid alcanzó el pasado fin de semana un récord histórico de 10.500 contagios y esta situación epidemiológica dista de ser un calmante para los nervios de los progenitores que hoy dejan a sus criaturas a las puertas del colegio público Jaime Vera, en el distrito de Tetuán.

“Tengo miedo por ellos y porque la abuela vive con nosotros”, reconoce Carla, de origen ecuatoriano y madre de dos pequeños de 3 y 7 años. “Pero el confinamiento ha sido muy fuerte, los niños se desesperan y yo con ellos. Necesitaban salir de casa”, concluye. Opina igual la madre de Patricio, que este martes comienza 1º de Primaria en el centro. “Tengo confianza absoluta en este colegio, lo han hecho fantástico durante la cuarentena y nos han prometido que tienen todas las medidas de seguridad”, manifiesta.

Los artífices de ese protocolo sanitario y educativo no son otros que los profesores y profesoras del centro, que flanquean las puertas del Jaime Vera a las 9:10 de la mañana cargados con unas pistolas de temperatura. Algunos entran asustados. “No te preocupes, cielo, es de juguete”, les dice Sara, enfermera, a los alumnos de los tres primeros cursos de Primaria.

El acceso es escalonado y en el amplio patio los profesores hacen grupos de máximo 20 niños que desfilan hacia las aulas haciendo el zombie para respetar la distancia de seguridad. Estas medidas básicas, pero también algunas más complejas como la creación de las aulas burbuja, la gestión del comedor o de las clases especiales, han recaído como una losa sobre los hombros de la dirección del colegio.

“Hemos echado de menos algo más de tiempo, ya que tuvimos que adaptar las directrices contradictorias de la administración en las últimas semanas de agosto”, reconoce Manuel Cánovas, director del colegio. “La gestión de Ayuso ha sido rocambolesca”, comparte Sara, nombrada coordinadora COVID-19 y encargada de seguir muy de cerca los posibles síntomas de alumnos y profesores, así como las patologías graves de compañeros y pequeños que podrían complicarse en caso de contagio.

“Hay gente mayor con enfermedades crónicas que están aquí dando el callo a pesar del riesgo”, aplaude la sanitaria. En una esquina la espera Fátima, madre de un niño de 4 años con diabetes a quien Sara responde con paciencia para que ella pueda irse a trabajar tranquila.

Esta serenidad hace aguas, en cambio, cuando habla del trato de la presidenta de la comunidad más azotada por la segunda ola de contagios a sus docentes y sanitarios. “Llevo todo el verano tomando precauciones porque sabía que iba a trabajar con menores y van y nos hacinan tres días antes para hacernos la prueba serológica”, dice en referencia a una de las últimas ideas de Isabel Díaz Ayuso. No obstante, elude hablar de la huelga convocada por los sindicatos para dentro de dos semanas en Madrid. “No es el momento, aunque todos los profesores tienen libertad absoluta si quieren secundarla”, comenta su director.

La ratio de 20 alumnos que han concedido al colegio Jaime Vera permite que los grupos burbuja se mantengan en las clases, el recreo y el comedor, aunque Cánovas reconoce que en el caso de Infantil serán mixtos, es decir, de varias edades a la vez. “Eso me facilita el rastreo”, concede Sara, que se siente afortunada por trabajar en un centro grande y con buenas instalaciones en las que la distancia está asegurada.

No ocurre así en el colegio San Isidoro, en el distrito de Retiro, que se las ingenia para empezar el curso con lo justo. El centro es relativamente pequeño, con unos 300 alumnos. “Cumplimos los protocolos a rajatabla, pero hemos tenido que sacar espacio de las piedras; la sala de profesores, la biblioteca, el gimnasio”, dice la directora. “Estamos un poco desbordados”, admite una de las profesoras, ya que cuatro docentes recién contratados no llegarán hasta que superen la prueba PCR.

La madre de María está tranquila. “Yo sí me fío”, dice. La familia se está mudando a Rivas, pero no ha querido que su hija pierda la plaza en un colegio con el que están muy satisfechos. Otra madre relata la incertidumbre de los últimos días. “Ha ardido Troya en los grupos de padres”, bromea, e indica que la información sobre el comienzo de las clases ha llegado muy tarde, solo ayer. “Pero no es culpa del colegio”, convienen ambas.

Ni una ni otra están al corriente de la huelga que posiblemente emprendan los profesores en dos semanas. “No veo las noticias, porque me agobian”, reconoce una. “La que está en una burbuja [en alusión a la separación de clases] soy yo, por la ansiedad”, coincide la segunda. Una docente del colegio José Calvo Sotelo, también en Retiro, es muy clara al criticar a la Comunidad: “Ha sido una improvisación total, un descontrol”. El centro debería de tener nueve profesores de refuerzo, pero todavía no se sabe si aparecerán hoy. “Cuando el día 17 vengan los demás alumnos, nos quedaremos sin servicio de comedor, porque la empresa no tiene personal”, añade. Ella sí secundará la huelga convocada para dentro de dos semana: “Es la manera de presionar. Sabían lo que iba a pasar desde mayo”.

Tampoco tiene mucha confianza en las medidas de higiene y distancia emprendidas. “Este colegio está pegado a Vallecas, donde hay muchos contagios, y los padres van a traer a los niños asintomáticos. El contagio es inevitable”, augura. En el exterior, los padres tienen distintas perspectivas. Un hombre joven ha venido a informarse del grupo de su hijo, que hoy aún no ha venido. “Mi mujer y yo estamos en el paro, así que nos podíamos quedar con él”. Otro, con tres vástagos, dos de ellos adolescentes, está tranquilo: “Esto es temporal y lo superaremos”.

En el colegio Francisco de Quevedo, en el distrito de Retiro, los alumnos de educación Infantil y los de Primaria entran por dos puertas distintas. Una abuela es pesimista sobre el respeto de las medidas de seguridad. “¿Cómo les vamos a decir que no compartan? Los hemos educado para que lo hagan”, se lamenta.

La directora sale por la puerta reservada a los alumnos de Primaria, que entrarán escalonadamente cada 10 minutos. “Tenemos que tomar la temperatura a todos y tengo que ir a por otro termómetro”, anuncia. Una madre dice: “Yo se la he tomado en casa”. La directora insiste: “Pues se la volvemos a tomar”. Sobre sus impresiones sobre el inicio del curso rechaza hablar, y llama a un policía municipal para que eche al intruso. El agente se encoge de hombros y pide comprensión: “El miedo es libre”.

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