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Bosco de lobos hambrientos

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Malasaña a Mordiscos

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O a régimen, no sé, bueno, ya os voy explicando. Tras la recomendación de un amigo de M. y la necesidad de este último de tomar una vera pizza napoletana, nos vamos a conocer el bosco y a los lobos. Para acompañar nuestra experiencia gastronómica os pongo esta canción de David Byrne y señalo particularmente estos versos: glass and concrete and stone; it is just a house not a home; ya lo entenderéis.

El Bosco de Lobos pertenece a una especie de cadena, disfrazada de modernez, interiorismo muy cuidado y exclusividad, denominada En Compañía de Lobos, con restaurantes de cocina principalmente mediterránea y de mercado en México, España (Madrid y Barcelona) y Colombia. Parece que están continuamente abriendo nuevos restaurantes, les va bien, sí, sí. Yo, a pesar de ser cadena, tenía ganitas de conocerlo, por el enclave, y M. ¡quería pizza y la quería YA!

La terraza del establecimiento se sitúa en lo que quiso ser un “jardín silente” y acabó siendo un barrizal en invierno y un secarral en verano… tal vez con alguna intención, tal vez para que algo que debía ser de disfrute público se convierta en una terraza de moda; os dejo aquí un articulito por si os interesa el tema.

El interior forma parte del edificio de la sede de COAM (el Colegio de Arquitectos de Madrid): cocina moderna a la vista con barra alrededor, horno de leña de hierro forjado sin nadie que lo atienda (¿dónde está el pizzaiolo?), estética neoyorkina (o lo que se supone como tal), todo muy cuidado, todo muy moderno, todo muy in, el público, empresarial y/o pijo y todo de diseño, hasta el personal.

Después de esperar un ratito intentando que alguien nos lleve a nuestra mesa (habíamos reservado, sabiendo que el local estaba teniendo éxito) conseguimos que una chica nos atienda y nos lleve a una zona tipo biblioteca, que consiste en una sala acristalada, la cual da a lo que queda de jardín y permite observar el excelente diseño del edificio. Hay otras salas antes, el restaurante es amplio. Sillas, unas de cuero, otras de tela, todas de formas simples y rectas, líneas puras. La mesa que nos toca, algo pequeñita, servilletas de papel (¡qué manía!) y copas vulgares (¿por qué no me ponéis unas copitas buenas? Ah, será porque tampoco tenéis vinos decentes, ya lo entiendo).

En la selección de vinos españoles prevalece la estética sobre el contenido, vinos Zutanita, Menganito, Fulanito… de etiquetas chulas y carentes de fundamento. Y más rosados y blancos que tintos, la carta lo requiere. Entre los italianos, no se han atrevido a poner el típico Lambrusco pero sí que nos han obsequiado con “grandes vinos”, véase el que elegimos nosotros: Paiara (18 €, según la carta viene de una región supuestamente llamada Pugglia; ¡¿caray, tanto dinero en estética y no tenemos un revisor que nos diga que se escribe Puglia?!). Un vino blanco simple, sin ningún tipo de gracia, diría insípido. Me imagino que están cobrando unas 4 veces el precio real del vino, ¿no es demasiado? El chico que nos atiende, muy amable y encantador pero cero formación en hostelería (me hace probar el vino sirviéndome media copa). Nos gusta la cubitera colgante de la mesa, es guapis.

Elegimos para compartir una pizza margherita (10,00 €), que es la pizza en la que realmente puede uno reconocer si alguien sabe hacer pizza o no. Nos llega con el borde quemado, está claro que no tienen pizzaiolo, sino que están todos a todo. La masa central es finita y blanda, como debe ser, no crujiente, a pesar del negror del cornicione. Mozzarella de la rallada, salsa de tomate excesivamente dulce y una mísera hoja de albahaca la decora. No se puede decir que sea exactamente como la napolitana pero está bastante decente en comparación con lo que uno se encuentra por estos mundos. Eso sí, la ración es pequeña si uno va a comer pizza.

Después, una fritura de calamar, zamburiñas y salmonetes con lima (11 €). Dos chipironcitos, dos salmonetitos (espinas incluidas) y dos zamburiñas: frescos, muy bien fritos y con lima rallada por encima. Sabroso, bien presentado pero escasísimo.

Nos decidimos por probar una pasta, tenemos hambre. Elegimos pappardelle al nero di sepia (14 €, la última palabra del plato han preferido ponerla en español, visto que es muy diferente del término italiano, seppia… juis, juis). Salsa de tinta de calamar bien hecha, con sabor fresco y marcado, trocitos de calamar en su punto de cocción, muy rica y los pappardelleal dente. Una vez más, el problema son las cantidades. Realmente nos presentan un plato con, como mucho, 50 g de pasta… Creo que ya ha pasado la moda de ir a los restaurantes a no comer, ¿no? Ya no estamos en la época de aquella famosa nueva cocina en la que acababas siempre con hambre. Si nuestro referente estético es NYC, ¡en Nueva York se come, se come bien y las cantidades justas! No me vengáis ahora con el tópico de que si en EE. UU. se come mal y enormes cantidades y todo ese rollo. NYC es otro mundo y, en esa ciudad, la cantidades son las adecuadas (ni por defecto ni por exceso) y la calidad, en general, está muy cuidada (evidentemente si vas a Times Square y no sales del circuito turístico comerás mucha mierda, pero aquí es lo mismo, sino vete a tomar una relaxing cup of coffee a Plaza Mayor o una racioncita de calamares fritos en petróleo). Por Dios, ¡que uno va a un restaurante a comer!, ¿o no? ¿O nuestros cerebros han sido abducidos por la famosa “operación biquini”? ¿O, en realidad, aquí, a este restaurante sólo viene uno a dejarse ver? Ya voy entendiendo.

Bueno, M. y yo seguimos con hambre, así que aprovechamos y pedimos 2 postres. Tiramisú (6 €), bien hecho, nada de sabor terribilis a Amaretto di Saronno, las soletillas bañadas con el toque justo de café y de licor y la crema de mascarpone lograda, suave y esponjosa. El tamaño de este postre, por suerte, es el adecuado. Sin embargo, la mousse de chocolatemousse (5,50 €) consiste en un culín de mousse, con sabor a chocolate amargo, en la que destaca especialmente la textura “polvorienta”, es decir, o la hacen con polvos o utilizan huevos liofilizados o no sé qué pasa pero el tacto es como el de las mousses terribles que compras en el supermercado. Por encima lleva una especie de gelatina de mermelada de naranja y tiritas de cáscara de naranja confitadas, estas últimas le van bien, la gelatina me parece que le quita protagonismo a la mousse (aunque, bueno, tampoco importa).

Uh, se me olvidaba, Humbert I y Humbert II me aparecieron en un plato vacío, debía ser una forma de protesta por la escasez, no sé. Siempre sonrientes, siempre durmiendo, siempre diciendo máximas, esta vez nos soltaron la siguiente: “menos lobos” y, como siempre, se fueron por donde vinieron. 

Recomiendo este restaurante para quien quiera dejarse ver, para el que esté a régimen, para quien quiera disfrutar de significante con escaso significado. La calidad de los platos es correcta, la cantidad escasísima, el precio es alto en relación a la cantidad, la estética del local excelente, el personal amable pero insuficiente y poco formado. Como la canción del principio, tiene los elementos para constituir un restaurante, pero le falta el alma y se nota. Creo que la estrategia de negocio es muy patente y está excesivamente volcada en las apariencias en detrimento de un gasto consistente en personal, vajilla, copas, vinos, mayores raciones, etc.

P.S. Una vez más, cobran el servicio, en este caso el pan, 3 rodajas de pan de leña, bueno, 1 €/persona.

P.S.1 Lo siento por las fotos, tenía poca luz…

P.S.2 Me disculpo por el exceso de extranjerismos.

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