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¿Te consideras un buen chico? Cultura de la violación y estrés postraumático a propósito de 'Una joven prometedora'

Fotograma de 'Una joven prometedora'

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Jia Tolentino en su ensayo Falso espejo nos recuerda que “durante siglos, la violación ha sido entendida como un delito contra la propiedad, de ahí que al criminal se lo castigase a menudo con la imposición de una multa, que debería pagar al padre o al marido de la víctima. Hasta los años ochenta, la mayoría de las leyes de Estados Unidos relativas a la violación especificaban que el marido no podía ser acusado de violar a su esposa. La violación, hasta hace poco parecía la norma.”

Lo triste es que se sigue normalizando esta brutalidad, las víctimas siguen indefensas y las consecuencias son terribles, como se retrata maravillosamente en Una joven prometedora (Óscar 2021 para Emmerald Fennell al Mejor Guión Original).  Nina no pudo sobreponerse al trauma de la violación y se quitó la vida como única vía para evitar tanto sufrimiento. Mientras tanto, su amiga Cassandra vive el resto de su vida atrapada en el día en que su mejor amiga fue violada ante el silencio ensordecedor de todos los demás.

Cassandra está viva, pero no tiene capacidad para establecer relaciones íntimas y está disociada. Tenemos a una niña rendida, con una innegable indefensión aprendida que vive en casa de sus padres y que no tiene ninguna aspiración laboral. Y tenemos a una mujer de armas tomar, llena de furia, que se pone manos a la obra para explicar a quien sea necesario el sufrimiento por el que tuvo que pasar su amiga.

Ante un trauma, es muy común el sentimiento de culpa, pero cuando sentimos culpa también pensamos que podemos hacer algo para enmendar “lo terrible”. 

En el trastorno de estrés postraumático el acontecimiento que causó tanto dolor se convierte también en la única fuente de significado, es lo único que hace estar vivos a quienes lo padecen, lo que da sentido a sus vidas. Yo no pienso que el plan de la protagonista de esta película sea la venganza, creo que más bien que emprende una misión pedagógica: quiere que sus víctimas vean la situación con otros ojos. Hacer que algo normalizado, transparente e increíblemente injusto sea comprendido como la barbarie que es y el sufrimiento que desencadena. 

Disonancia cognitiva

Festinger habla de disonancia cognitiva, de esa tensión interna que tienen, por ejemplo, los “buenos chicos” cuando lo que hacen, dicen o piensan no está en concordancia con sus valores y principios. Y aquí es cuando en el filme entra en juego Cassandra, que pone a esos “buenos chicos” un espejo que hace imposible la reducción de la tensión interna. 

Desde el día que violaron a Nina, Cassandra no volvió a ser la misma. El oscarizado guion lo deja claro cuando su padre le dice algo así cómo: “Queríamos mucho a Nina y la echamos de menos, pero te echamos más de menos a ti.” El día que violaron a su mejor amiga algo se rompió en Cassandra. Ahora sabemos gracias a la neurociencia que sí, que hechos como los que se relatan en esta película pueden hacer que un cerebro cambie para siempre.

“No existe ningún otro delito que sea tan frustrante y tan punitivo como la violación. Ningún otro delito violento viene con una coartada incorporada que, de forma inmediata, exonera al delincuente y desplaza la responsabilidad a la víctima. No hay ningún tipo de conducta interpersonal que puede usarse para justificar un robo o un asesinato del modo en que el sexo puede ser utilizado para justificar la violación. El mejor escenario para una víctima de violación, en términos de credibilidad, es el peor posible en términos de experiencia: para que la gente crea que mereces justicia tienes que quedar destruida. El hecho de que el feminismo ya se acepte y vaya en aumento no ha cambiado esa dinámica. El mundo en el que creemos, el que intentamos que sea real y tangible, no es todavía el mundo que existe.” Así lo cuenta Jia Tolentino.

Emerald Fennell da voz a quien no la tiene, escribiendo esta historia desde el lado de las perdedoras y las “locas”. A la autora hay que darle las gracias por generar una nueva narrativa con la que identificarse, porque a fin de cuentas somos monas que nos contamos historias y llevamos mucho tiempo intentando encajar en historias escritas por monos, que no son las nuestras y que no nos representan. 

Porque literalmente, las víctimas traumatizadas no tienen voz. Citando a Bessel Van Der Krolk, en su libro El cuerpo lleva la cuenta: cerebro, mente y cuerpo en la superación del trauma, “Nuestro hallazgo más sorprendente fue una mancha blanca en el lóbulo frontal izquierdo de la corteza cerebral, en una región llamada área de Broca. En este caso, el cambio de color significaba que había una importante disminución de esa parte del cerebro. El área de Broca es uno de los centros del habla del cerebro… Todos los traumas son preverbales… Las víctimas de ataques y accidentes permanecen mudas y paralizadas en las urgencias… Incluso años después, a las personas traumatizadas les cuesta muchísimo contar a los demás lo que les ha sucedido. Su cuerpo revive el terror, la rabia y la impotencia así como el impulso de luchar o huir, pero estos sentimientos son prácticamente imposibles de articular”.

No puedo terminar este artículo sin despedirme de “los buenos chicos”. Tengo una enorme curiosidad por saber qué han hecho con su disonancia cognitiva después de ver la película.

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