Dos de Mayo, la plaza
En lugar de ubicarla respecto a las otras calles, cabría ubicar Malasaña entera con respecto a la plaza: el lugar es el corazón del barrio, el sitio más reconocible de Maravillas y, probablemente, uno de los escenarios que reúne más historias.
Reina en el centro el arco de lo que fue primero el Palacio de Monteleón y luego Cuartel de Artillería. En realidad la plaza entera ocupa el solar del que fue el palacio de los duques de Monteleón y Terranova, provenientes del linaje de Hernán Cortés. El palacio, que se construyó a finales del XVII, era un enorme complejo con un gran jardín, huerta y edificios anejos. Un inmueble lujoso como pocos en el Madrid de la época. En 1807 Godoy le dio su destino más conocido por la historia, el de parque de Artillería.
La entrada al parque, que seguía siendo un complejo enorme, se hacía por el arco que hoy contemplamos en el centro de la plaza y que estaba en la calle de San Miguel (hoy las calles de Daoiz y Velarde, héroes que el arco cobija ahora en forma de estatuas).
Fue durante el gobierno revolucionario de 1868 cuando se decidió utilizar el arco de Monteleón como elemento conmemorativo. Un año después se inauguró la Plaza del Dos de Mayo sobre el solar del antiguo parque de Artillería (y palacio) y hasta 1932 no aparecieron en escena Daoiz y Velarde. El grupo escultórico neoclásico fue esculpido en mármol de Carrara por Antonio Solá durante su estancia en Roma, en 1822, y viajó a España para conocer distintas ubicaciones hasta recalar en su hogar actual: estuvo frente al Museo del Prado, en El Retiro, entre las calles Carranza y Ruiz y en Moncloa.
Los héroes de la Guerra de Independencia han visto pasar desde entonces las distintas vidas del barrio: cómo dejó de ser el barrio de Maravillas de Rosa Chacel para pasar a ser el barrio de Malasaña de la Movida, para la que sirvió de tramolla en una célebre fotografía de Félix Lorrio en la que un par de jóvenes desnudos se encaramaron a las estatuas en 1976 durante unas fiestas del Dos de Mayo, las mismas que el ayuntamiento quiso hurtar hace unos años a los vecinos, que decidieron organizarse para montárselas por su cuenta. Aún hoy, ya pasados los años del botellón más ruidoso de los noventa y primeros años del siglo XXI, la gente sigue recordando con humor el carácter festivo de la plaza coronando las manos de Daoiz y de Velarde con “litronas' vacías que hacen las veces de espadas o antorchas.
La Iglesia de San Justo y Pastor y Nuestra Señora de las Maravillas, con entrada entre la Palma y la callecita del Dos de Mayo, le da la espalda a la plaza, a la que pertenece su parte trasera. Se desconoce quién construyó la iglesia hacia 1646, aunque una vieja historia asegura que la mandó edificar Felipe IV para honrar a la Virgen de las Maravillas tras haberse salvado de una estocada recibida cuando andaba por las inmediaciones del lugar, concretamente en la calle del Espíritu Santo.
La Virgen de Nuestra Señora de las Maravillas tiene también una historia ajetreada, que contaremos con detalle cuando hablemos de la calle de la Palma, pero baste decir que a ella se encomendaron los defensores del parque de artillería en los sucesos de 1808 que tanto han marcado la historia y la toponimia del barrio.
La plaza cumple su función de ágora como pocas en la zona, es más recogida y cómoda que otras vecinas, con su banco corrido – en el que también descansa una peculiar vecina de bronce – sus parques infantiles y los chavales del colegio Pi y Margall en corros y los del vecino instituto Lope de Vega, quién sabe si saltándose alguna clase. El colegio es la antigua escuela Modelo, que abriera en 1875 en el lugar donde antes estaba parte del convento. De la Modelo fue director el abuelo del que esto escribe, muchos años antes de que se convirtiera en el colegio electoral al que acude a votar Esperanza Aguierre.
Hoy en la plaza se pueden comprar libros de segunda mano, comer pizzas en una terraza viendo pasar arriba y abajo a la gente por la calle San Andrés, leer el periódico o jugar a la pelota -a pesar de que un letrero impreso en una pared lo prohíbe.
Siempre fue así más o menos. Un vecino del barrio que entra en la sesentena nos cuenta que la plaza siempre fue
centro de reunión, recuerda la tarima
en la que se celebraba, en la entrada del colegio, la misa que daba la bienvenida a las fiestas del Dos de Mayo “que eran unas fiestas increibles, con una verbena magnífica y atracciones”. Recuerda también con cariño los bocadillos de sangre y de anchoas del Maragato, las noches en la plaza con el quiosco, que cumplía la función de las actuales terrazas pero “con tortillas en lugar de pizzas” y sobre todo a las piperas de la plaza, que vendían chucherías a los niños. La más conocida, la señora Ino,
muy conocida en el barrio.
Como se ve en la Plaza del Dos de Mayo se escenifica la vida del barrio que, tal y como lo conocemos hoy, creció alrededor de ella.
0