El joven Jardiel en Malasaña
“Lo inverosimil es el sueño. Lo vulgar es el ronquido. La Humanidad ronca, pero el artista está obligado a hacerla soñar”
Genial, neurótico, gracioso, innovador, mujeriego, incomprendido...Novelista de tintes surreales y de aventuras, enemigo de la crítica, amigo bohemio del establishment... Bajito y de gesto malhumorado como buen señor español, y el alma de la fiesta, sin embargo. Autor de teatro del absurdo y de vodevil. Contradictorio: así era Enrique Jardiel Poncela.
Vecino del barrio y sus contornos casi desde el nacimiento a su muerte (también de otros muchos sitios, de Hollywood a Quinto de Zaragoza: no anduvo quieto aunque siempre regresó a Madrid), hoy nos vamos a ocupar de sus años de juventud, desde 1916 hasta la Guerra Civil, momento que él mismo consideró un cambio de etapa en su vida y en su carrera literaria.
Los primeros años creativos de nuestro autor fueron largas tardes de fumar en pipa y escribir a cuatro manos en su casa. El epicentro de aquella iniciación de bohemia y literatura era El bazar turco, en el entresuelo del número 15 de la calle de Churruca, el edificio con placa que recuerda que por entonces vivió allí Manuel Machado. La familia de Jardiel se había mudado en 1916 allí para que su madre, enferma de cáncer y que moriría ese mismo año, no tuviera que subir escaleras. Antes, habían vivido al lado, en el número 4 de Apodaca, y áun antes - entre otros sitios-, en Augusto Figueroa, donde nació Enrique Jardiel Poncela.
Jardiel estudió en La Institución Libre de Enseñanza– su padre era el periodista kraussista Enrique Jardiel Agustín -, la Sociedad Francesa y el vecino colegio de San Antón de la calle de Hortaleza. Cuenta que su infancia transcurrió entre paredes abarrotadas de libros y linotipias.
Al llegar a Churruca, el adolescente Jardiel encontró un compañero de andanzas literarias, Salvador Adame, el vecino del segundo izquierda, con el que escribió más de sesenta obras a cuatro manos. Ambos se enamoraron juntos por primera vez de una tal Amparito (fue Jardiel el que se llevó el gato al agua) y llegaron a estrenar alguna obra menor de atención subterránea, como La banda de Saboya, en el Novedades, o Mi prima Dolly, en Méjico. Su reunión se rompió en 1926, cuando Jardiel, que no estaba satisfecho con su voz literaria, le cedió sus cuarenta obras inéditas a cambio de que nunca se estrenaran con su nombre. Su amistad, definitivamente, al ritmo de los avatares de la política española: Adame era socialista y Jadiel Poncela un señor bastante de derechas.
Por aquellas calles del barrio frecuentó Jardiel a otros jóvenes creadores como José López Rubio, que luego le reclamaría para ir a trabajar a Hollywood. En verano se reunían en la glorieta de Bilbao, en la cervecería Vinces o en La Española, por las noches en el café El Europeo, donde empezó a escribir en cafés. Allí escribió, ilustró y publicó durante un tiempo una novelilla a la semana bajo el título de La novela misteriosa semanal.
La separación de Adame en el 26 coincide con tiempos difíciles económicamente, compartidos con Josefina, uno de sus grandes amores, con quien tiene a su primera hija:
“Para resolver mi terrorífico problema mensual hacía cuanto es capaz de hacer un mamífero con cédula que no tiene más que una estilográfica: cuentos, conferencias ante el micrófono, traducciones, folletines, historietas para niños, cuplés, recetas de cocina, escritos para propagandas: el delirio en cuartillas de 0,60 el ciento.” En aquellos años llegó a traducir del francés títulos tan poco jardielanos como La procreación y el parto, y trabajó en distintos diarios, a menudo recomendado por su padre. Y con todo esto no llegaba a fin de mes.
Pero Jardiel se aferra a su talento y a su costumbre de escribir en El Europeo y otros cafés de Madrid (llegaría a hacer un catálogo de sus obras por el café dónde habían sido gestadas), aprovecha un dinerillo inesperado que le llega por los derechos de unos cuplés y se centra en estrenar una obra de éxito. Pensó en el Teatro Lara y, muy resuelto él, escribió a su primera figura Emilio Thuillier, ofreciéndole el 50% de los derechos de su obra. Este aceptó ofrecerle ayuda pero no la paga extra. La obra gustó al empresario del teatro de la Corredera, aunque a punto estuvo de no estrenarse porque Jacinto Benavente, que tenía título en cartel allí, presuntamente no quería. Una noche de primavera sin sueño, aunque lejos de sus éxitos posteriores, empieza a poner su nombre en la lista de autores a tener en cuenta. Su suerte empezaba a cambiar.
Hacia 1928 empieza a frecuentar a Ramón Gómez de la Serna, convirtiéndose en el más joven de la terutulia del Pombo. Este le presento a un importante editor, Ruiz Castillo, que quería poner en marcha una colección de humor. Allí se estrena en la novela larga con Amor se escribe sin H, una parodia de las novelas de amor al uso porque, a decir del autor, “las novelas de amor en serio sólo pueden combatirse con novelas de amor en broma”. La novela triunfa, como las siguientes que publicaría (Espérame en Siberia vida mía y Pero...¿hubo alguna vez 11000 vírgenes, a continuación), aunque Jardiel sigue empeñado en el teatro, donde recibe un buen varapalo con pateo generalizado en su presentación en el Teatro de la Comedia.
En 1932 hace las maletas y se marcha a Hollywood a ganar 100 dólares a la semana traduciendo para las versiones españolas de la FOX. En esto del cine tuvo por entonces la ocurrencia de hacer sus celuliodes rancios, doblajes cómicos de viejas películas americanas mudas, con las que fue incluso de gira a Francia, y que tenían títulos tales como Cuando los bomberos aman o El calvario de un hermano gemelo. Estando allí, recibió el encargo de escribir una obra para representar en Broadway, pero como nunca llegó a recibir el dinero prometido, la obra tampoco llegó a estrenarse.
En Hollywood estuvo de nuevo en el 34, en medio escribió y estrenó también en España, por ejemplo, Un adulterio decente. En su segunda etapa americana recibió el encargo de adaptar su obra Angelina o el honor de un brigadier. Nadie antes había hecho una película en verso allí. Una de los máximos orgullos que se trajo a España Jardiel en las alforjas fue la satisfacción de haber tratado a uno de sus ídolos, Charles Chaplin.
Después vendrían la guerra – con episodio de interrogatorio de milicianos que el autor describe de una forma que se nos antoja más comediesca de lo que probablemente fue- éxitos de público (fracasos también hubo), una segunda hija, la censura del pacato fanquismo (pues Jardiel era de derechas pero escribía siempre de sexo), actrices que le abandonan por boxeadores, una adicción a las anfetaminas que casó bien con su temprana adicción al café, cuando ya no le era posible escribir de forma estajanovista, y, sobre todo, miles de páginas preñadas de ingenio y un puñado de obras de teatro que están entre lo mejor de la dramaturgia cómica del siglo XX, de Los habitantes de la casa deshabitada a Eloísa está debajo de un almendro.
No es el objeto de este artículo ir más allá de esta juventud cercana al barrio de Jardiel que, de todos modos, acabaría prematuramente su vida, un tanto olvidado, neurótico y enfermo, en su ático de la calle Infantas a los 50 años. Hasta el final de sus días, eso sí, siguió siendo el personaje ocurrente de siempre, acaso atrapado por el personaje.
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