El motín de Esquilache: una revuelta espontánea y popular
Metro de Tribunal (salida Barceló). Mucha gente espera a otra gente -es lugar de encuentro- de espaldas a la verja del Hospicio, sin reparar en una preciosa fuente de piedra imaginada por el arquitecto Pedro de Ribera. La fuente, que hoy se retira inaccesible a los vecinos tras la valla metálica, nos sirve de punto partida para rememorar los acontecimientos del famoso Motín de Esquilache.
El Domingo de Ramos de 1766 la Fuente de la Fama, que aquel entonces vivía en la plaza de Antón Martín, fue escenario de los primeros enfrentamientos entre un grupo de embozados, con capas y sombreros redondos, y soldados de un cuartel cercano. A partir de ahí, las calles de Madrid vivirían la agitación del levantamiento más importante todo el siglo XVIII en la ciudad.
Después de que se iniciaran los primeros enfrentamientos, el 23 en la zona de la Calle Toledo y Antón Martín, entre las cuatro y las seis de la tarde ocho cuadrillas procedentes de los barrios de Lavapiés, Maravillas, Barquillo y San Francisco, empezaron a confluir a la Puerta del Sol y la Plaza Mayor a través de las calles Toledo, Atocha, Ancha de San Bernardo, Fuencarral y Hortaleza. Eran 20.000 al caer la noche. Uno de los grupos más nutridos se dirigió a la Casa de las Siete Chimeneas (residencia de Esquilache, en la calle Infantas), asediada desde las siete a las nueve de la noche por la multitud, que se enfrentó a la guardia del marqués. Murieron dos amotinados y hubo heridos por armas de fuego en ambos bandos.
Al día siguiente, Lunes Santo, todo Madrid estaba tomado por una multitud de rebeldes de ambos sexos que empuñaban palos, piedras, pistolas, navajas…Eran entre 30 y 50.000 personas. Las mujeres de los arrabales, tijera en mano, transformaban los sombreros de tres picos de los cortesanos que encontraban a su paso, algunos de ellos extranjeros. Los sublevados se lanzaron contra la Guardia Valona gritando que les daba igual morir “de hambre o a balazos”. Liberaron presas de la Galera (cárcel de mujeres) y de las Recogidas de San Nicolás de Bari. Las majas tuvieron una gran presencia en el levantamiento: siendo como eran las encargadas de la economía doméstica poseían el mejor termómetro para notar los primeros envites de la carestía.
La Sala de Alcaldes, la guarnición de Madrid y Carlos III fueron incapaces de controlar la situación y se vieron abocados a negociar con una comitiva de gente humilde, que acudió al encuentro ataviada con los trajes de sus oficios. El rey tuvo que aceptar todas las peticiones del pueblo, que incluían el destierro de Esquilache, que sólo hubiera ministros españoles, que cada uno vistiera a su gusto, la rebaja de precios de comestibles, la retirada de la tropa o la supresión de la Junta de Abastos (relacionada con la carestía).
Esa noche, pese a la solución alcanzada, Carlos III, atemorizado, huyó por la la noche a Aranjuez, lo que fue interpretado por el pueblo como una ruptura de los compromisos. Se envió a Aranjuez la exgencia de confirmación del acuerdo – a lo que el rey accedió- y la vuelta del mismo a Madrid, a lo que el borbón hizo oídos sordos. A pesar de ello, el pueblo se dio por contento y entregó las armas. La agitación, aún así, tardaría en apagarse, y sólo durante el mes de abril se han registrado 70 motines en toda España.
Los motivos del motín
El motín de Esquiache ha pasado al saber popular como el que se produjo por la prohibición de llevar capa esapañola e ir embozado, sin embargo -siendo ciertas las implicaciones simbólicas de la prohibición- otorgar a esto todo el peso de la ira del pueblo madrileño es una gran simplificación.
En España se acumulaban en aquel momento varios años de malas cosechas, agravadas por la de 1765. Durante el Antiguo Régimen fueron muy comunes los motines de subsistencia. Estos se desencadenaban tras una mala cosecha, que desembocaba en carestía de alimentos, y a su vez incidía en otras instancias de la economía como en la bajada de salarios. Repercutía sobre todo en el precario equilibrio vital de las clases populares. Durante los primeros meses de 1766 el pan subió de 0,7 reales a 1,4 (el jornal de muchos trabajadores era de 4 reales). Lo mismo sucedió con el tocino, el vino, la leña y otros productos de primera necesidad. El viraje librecambista de Esquilache, que incentivó la libertad de venta y precios del trigo, no alivió, sino que más bien agravó la situación por el proceso de especulación, lo que le convirtió en culpable de la carestía a ojos del pueblo.
Pese a todo, entre las exigencias de los motines que se producen en las postrimerías del Antiguo Régimen encontramos algunas que hacen referencia al precio justo, al bien común o al buen gobierno (en este caso Esquilache simboliza el mal gobierno), demandas políticas que, a la vista de lo que sabemos hoy, elevan estos levantamientos por encima del mero motín de subsistencia.
Es de especial incidencia en los motivos del motín, también, el plan urbanístico que se había emprendido en Madrid, que incluía la construción de pozos sépticos, alcantarillado, iluminación, la prohibición de que los cerdos deambularan por las calles... Estas medidas, que hoy se presentan a nuestros ojos como provechosas para el pueblo, no lo fueron siempre. Por ejemplo, se obligó a los dueños de las casas a hacer muchas de las mejoras...y se les autorizó también a repercutir los precios en los alquileres. La instalación de farolas propició una gran subida del aceite y la inexistencia de velas de sebo. Total, que fueron muchos los madrileños que no pudieron afrontar el alquiler de su cuarto y muchas las viviendas populares quedaron a oscuras.
El asunto de las capas y los sombreros, con no ser determinante, fue también importante porque se entendió como una intromisión en las costumbres del pueblo, además de ser la gota que colmó el vaso.
Represión
La represión del motín fue importante y, además abrió la espita de una etapa de mayor control social en Madrid y en España. El Conde de Aranda, nuevo hombre fuerte y encargado de la investigación del Motín, trajo a gran parte de las tropas peninsulares a la capital (15.000 hombres), aún con la corte residiendo en Aranjuez. El 15 de abril sitia la ciudad y publica un auto que permitió el arresto arbitrario de mendigos, pobres , vagos, parados, locosvagoslocos... Se prohibió a los pobres acudir a los cafés, en cambio debían presentarse voluntariamente en el hospicio de la calle Fuencarral. Muchos fueron expulsados de Madrid, otros encarcelados, abocados a trabajos forzados (como aplanar los terrenos del Paseo del Prado), o ahorcados. Tras el motín se comienza a construir una nueva casa de corrección de San Fernando, ya fuera de la ciudad – en Vicálvaro- para evitar la liberación de los presos durante los motines.
Mucho se ha hablado del carácter inducido del motín, negándole al pueblo la capacidad de organizar un levantamiento de semejantes características, sin embargo, estudiosos del motín como el historiador José Miguel López García, han puesto de manifiesto el carácter eminentemente popular y espontáneo del mismo. Las pesquisas demostraron que en la organización estaba la plebe, lo que asustó a los Aranda y Campomanes ¡la hez de la plebe! Se articuló entonces otra explicación según la cual estos habían sido instrumentalizados por otra clase más hábil: una sector de la nobleza afín al Marqués de la Ensenada (damnificado por la llegada de Esquilache) y el clero. El relato oficial es incluso enviado a las embajadas para que se difundiera en el extranjero. Es cierto que la llegada de los italianos, con Carlos III, había quitado parcelas de poder a lgunas instancias de la nobleza local, y que se habían recortado ciertos ingresos del clero, pero su oposición se libró más a través de la sátira y el libelo caricaturesco que de la conspiración y, si bien pudieron subirse tímidamente a la ola del levantamiento popular, la subversión del orden establecido que representaba un motín de aquella magnitud era ajenas a sus intereses.
Resulta, por otro lado, paternalista pensar que aquellas gentes, acostumbradas a agremiarse, o a participar marcialmente de desfiles y otros actos de los festejos populares no tuvieran capacidad de organización. No es casualidad que el motín estallase durante la Semana Santa, como decía Álvaro París en la entrevista que publicamos aquí la semana pasada “las fiestas, los juegos, las tabernas, la música y las conversaciones en los mercados o plazuelas, alimentaban la vida de unas comunidades populares que aún no habían sido sometidas a la disciplina y la moral capitalistas. Por eso la protesta (como se observa en el motín contra Esquilache) estaba inserta en los ritmos de la fiesta y la cultura popular ”
Tribunal (salida Barceló). Nos gustaría pensar que después de este paseo breve por los hechos del motín de Esquilache la Fuente de la Fama y los muros del Hospicio -hoy Museo de Historia de Madrid- nos evocarán los hechos de los que fueron testigos, y a grupos de mujeres y hombres del pueblo bajando en algarabía por la calle de la Palma.
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