Juan Pujol, lugar de encuentro
Poca gente sabe el nombre de la, paradójicamente, popular plaza. Hasta 1969 se la conoció simplemente como Plaza del Espíritu Santo, denominación que nunca fue oficial, los vecinos la llamaron siempre Plaza del Rastrillo y para toda una generación de jóvenes que allí bebieron muchos “minis” era la Plaza del Madroño (como San Ildefonso fue también la Plaza de El Grial).
Su nombre se lo debe a un periodista murciano, director de Informaciones y fundador del Diario Madrid; literato, poeta y diputado en la República.
No cabe duda que son méritos suficientes para tener plaza en Madrid, pero hubiera sido más bonito que el topónimo se debiera al otro Juan Pujol (Garbo), agente doble español que convenció con falsas informaciones a Hitler de que el Desembarco de Normandía sería más tarde, por lo que redujo el número de efectivos alemanes y ayudó a la victoria aliada.
La plaza antes…
Fernando Fuente, cuya pescadería está en el tramo de Espíritu Santo que cierra la Plaza de Juan Pujol cuenta que la plaza siempre se conoció como “del Rastrillo” porque en ella se vendía de todo. “En verano estaban los horchateros, ahí estaba el quiosco de Consuelo, que voceaba el Ya, el Arriba, el ABC y el Marca y continuamente venían los traperos con sus sacos de rayas blancas y rojas”.
Los dos negocios de la plaza propiamente dicha son una farmacia y una pizzería con una concurrida terraza donde hubo en su día una lechería y aún antes una imprenta donde se dice que el socialista Pablo Iglesias imprimía panfletos clandestinamente. Además, está el quiosco de la ONCE de María del Carmen Santibáñez, vecina del barrio de toda la vida que lleva 17 años despachando suerte en esta ubicación.
Antes, cuando la plaza era más pequeña, una escalera la comunicaba con la calle del Tesoro, que hoy corre dirección San Bernardo separada de la placita.
En el tramo de Espíritu Santo que forma un único espacio con Juan Pujol están, además de la pescadería de Fernando, el antiquísimo Radio Gorines -que lleva reparando radios desde que sustituyera en 1932 a la jabonería que allí había entonces-, una papelería, la panadería de Amparo, un conocido restaurante moderno y un bar que durante años fue santo y seña de la plaza y hoy tiene otro nombre: “el Madroño”.
Y la plaza ahora…
Actualmente – como antaño – la plaza se percibe como un espacio muy social, pese a los esfuerzos municipales por poner un mobiliario urbano absurdo como barrera de la reunión.
Crecen en la placita unas sillas individuales, claramente pensadas para evitar que los indigentes hagan de los bancos su hogar y que, según nos cuenta Fernando, son del agrado de los comerciantes de la zona.
Juan, padre de familia ecuatoriano que ha bajado con sus dos niños a la zona infantil cuenta que “se siente a gusto en esa plaza porque se respira mucha vida, gente que viene y va, gente mayor, gente joven, amiguitos para los niños”.
La plaza es puro trajín y reunión, especialmente con el buen tiempo y la terraza de la pizzería.
Sentado de espaldas a los dos únicos comercios que en realidad pertenecen a la plaza – pizzería y farmacia – se pueden contemplar al frente un buen número de zapatillas colgadas del alumbrado público. Es el 'shoefiti' con el que comienza la calle de San Andrés.
En idéntica posición y mirando a la izquierda vemos lo que no hace mucho fue un mural glorioso, hoy emborronado por multitud de graffits de baja cuna. El mural, en realidad dos, se llevó a cabo por iniciativa de la Empresa Municipal de la Vivienda con la ejecución de gente de la Escuela de Arte La Palma e Hispania Nostra.
Quizá la oficialidad del mural, impresa en una de las esquinas de la obra, le ha restado el respeto de quienes han plantado sus firmas encima.
¿Vives o trabajas en la Plaza de Juan Pujol? Cuéntanos algo sobre ella
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