Los últimos días del asesino de Canalejas: entre el chismorreo y la realidad
El martes 12 de noviembre de 1912, a las once y veinticinco de la mañana, José Canalejas, Presidente del Consejo de Ministros, se detuvo frente al escaparate de la librería del Sr. San Martín, en la Puerta del Sol. Se dirigía al Ministerio de la Gobernación. De repente, un joven se acercó al político, escurriéndose entre la multitud, sacó su Browing y le descerrajó tres disparos. Solo acertó el tercero de ellos y de rebote (pues impactó primero en el escaparate) pero la bala resultó ser letal. Según la versión oficial, el asesino se disparó la pistola en la sien derecha, aunque no faltaron quienes aseguraban que había sido reducido y ejecutado en el momento por los guardias.
¿Quién era aquel joven magnicida que moriría unas horas después en la Casa de Socorro de la Plaza Mayor? El misterio se resolvió muy rápido, pues se encontró al cadáver una partida de nacimiento. Además, llevaba el retrato de una mujer con dedicatoria (“A mi inolvidable Manuel”), un fragmento de Astronomía Popular, de Flamarión, un folleto anarquista, una pluma, un ejemplar del ABC -que compraba religiosamente--, algo más de 25 pesetas y su cédula personal. Algunos testigos del suceso declararon que Manuel Pardiñas, así se llamaba, iba acompañado de una mujer momentos antes de dirigirse hacia Canalejas. Nunca se supo si tal misteriosa dama existió y, de ser así, cuál era su identidad.
Reconstrucción de los hechos en un cortometraje de 1912. Como curiosidad, Pardiñas es interpretado por un joven Pepe Isbert de 26 años.Pepe Isbert
Durante los días que siguieron al magnicidio, se dijo en la prensa que Pardiñas había estado la noche del domingo anterior en el Café Mercantil (en la calle Ancha de San Bernardo), donde,según fuentes de Diario Universal, “pidió vermú francés, y, al entrar, al cerillero, Susinis de la mejor calidad”. Decía el periódico que rechazó el vermú por no ser la delicia francesa que había reclamado y estuvo tomando varios coñacs mientras departía con la clientela y los miembros de la banda. ¿Quién era aquel hombre que hacía ostentación pública y hablaba de sí mismo al personal de en un café poco antes de cometer un atentado?
Hay informaciones que le sitúan como abstemio y vegetariano, algo muy coherente con cierta moral anarquista imperante en la época pero poco con el relato periodístico ¿Estamos ante un hecho deformado o ante el último capricho de un mártir?
Pardiñas (26 años) era hijo de jornaleros, no jugaba ni bebía, era vegetariano, estaba interesado por las ideas espiritistas y había tenido una novia santanderina, cuyos tíos en Madrid eran porteros del Palacio Real. Durante los meses que había estado en Madrid había ido en varias ocasiones a verles a Palacio. Recibía correspondencia de Francia y París, países donde había vivido emigrado. También vivió en Tampa (Estados Unidos), donde fue para evitar las quintas, o en Argentina. Durante los cuatro meses que había estado en Madrid trabajó como pintor decorador en las obras del Hotel Palace.
Sin duda, sus continuos viajes, la correspondencia y hasta la financiación que, probablemente, tuvo, nos hablan de las redes transnacionales del anarquismo del momento, muy tupidas precisamente en los países que dibujan las huellas de su biografía.
Nuevo Mundo
Las pertenencias de Pardiñas se limitaban a su gorra y una maleta. Es lo que se encontró en la casa del pintor decorador Emilio Coronas, en la barriada de Tetuán. Manuel y Emilio se habían conocido muy jóvenes en Zaragoza y, tras un reencuentro fortuito, Pardiñas se había hospedado con él parte de los cuatro meses que vivió en Madrid, hacia el verano anterior. Tras una estancia en Francia, Pardiñas acababa de regresar el día 10. Aquellos dos días anteriores al atentado los había pasado comiendo con la familia de Coronas, buscando libros – llevó el de astronomía que luego le encontrarán a la casa de Tetuán– o en el Luminoso, uno de los pocos cines que había en el extrarradio norte. También tuvo tiempo, probablemente, de ir a un mitin en memoria de Ferrer y Guardia en la Gran VíaFerrer y Guardia. Hay quien habla de la muerte de Ferrer, tres años antes, como detonante del asesinato.
Lo cierto es que es difícil saber qué testimonios, de entre los de quienes dijeron verlo aquí o allá, y que salen en la prensa o en el proceso, son reales. Por ejemplo, no hemos encontrado en prensa uno en el que un testigo aseguraba haber visto al anarquista paseando y charlando a Pablo Iglesias con Pardiñas por la calle de San Andrés y la Plaza del Dos de Mayo, incluido en un informe elaborado desde la Universidad. La propia presencia de Pardiñas en el Café Mercantil la noche del domingo cuadra poco con lo declarado a la prensa por Emilio Coronas. Según él, Manuel había invitado ese día a su familia al cine en Cuatro Caminos y luego habían vuelto todos a acostarse.
Pardiñas llevó una vida tranquila y pública en Madrid, a pesar de estar fichado por la policía e, incluso, el día 11 escuchó a Canalejas hablando en el congreso – está contrastado que estuvo en una tribuna – . El día del asesinato, desayunó un par de huevos, nueces y pan y ya no volvió a casa.
Pardiñas es uno de los últimos de una línea de magnicidas anarquistas que habían poblado el mundo desde 1890. Podríamos echar cuentas: en 1894, el presidente de Francia, Carnot; en 1897, el presidente del consejo de ministros de España, Cánovas del Castillo; en 1898, la emperatriz Isabel, SisiSisi, de Austria; en 1900, el presidente de los Estados Unidos, Mckinley; o en 1901, el rey de Italia, Humberto I. Lo habitual era que estos episodio de propaganda por el hecho, anécdoticos en el orbe anarquista pero muy sonados, como se ve, desencadenaran episodios indiscriminados de represión que, a su vez, realimentaban la vía del magnicidio.
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