Rosa Chacel escribió otros barrios de Maravillas
Chacel fue una vallisoletana muy madrileña que se vino a los nueve años con su abuela a vivir en el barrio. Aquí estudió con su madre – que era maestra – en casa, y vivió sus aventuras infantiles - las que su frágil salud le dejó– en el chaflán entre San Vicente y San Andrés. Posteriormente, en 1910, estudió dibujo en la Escuela de Artes y Oficios de la calle de la Palma, antes de ingresar en la Escuela de Bellas Artes de San Fernando.
Rosa Chacel no pararía quieta a lo largo de su vida. Residió en Italia, colaboró con la prensa republicana durante la guerra e hizo de enfermera voluntaria en la misma, vivió exiliada en Francia, en Grecia, Brasil, Buenos Aires o Nueva York.
Sin embargo, sus primeros años de vida le marcarían definitivamente y lo plasmó en Barrio de MaravillasBarrio de Maravillas, recreación de su infancia que, curiosamente, vio la luz en 1976, cuando el barrio empezaba a vivir una profunda transformación como sede del underground postfranquista.
Barrio de Maravillas no es una novela de largas descripciones, es más bien un ejercicio de introspección. Sin embargo, capta el ambiente del Madrid de la época, un ambiente de balcones y máquinas Singer:
“Ariadna llegaba de su paseo vespertino, ya encendidas las luces de la farmacia y la pollería. La calle en su silencio crepuscular – breve compás de espera – la miraba entre dos luces. Desde la farmacia la miraban don Luis y Luisito, desde la pollería, la mujer ruda que repelaba pollos a diario se asomaba a verla. Se quedaba en la puerta hasta verla entrar en el portal porque, una vez desaparecida Ariadna en la escalera, todavía quedaba algo digno de ser visto. Queda un joven paseante que va hasta la esquina y vuelve y torna y mira al balcón del tercer piso... ”
[...] “Ciertas noches no eran las pensativas notas, sino los compases de algún maestro antiguo, los que se escapaban del balcón abierto -abierto para que los compases se escaparan, para que deambulasen por la acera de enfrente, de esquina a esquina-, fugas, fugaces y persistentes, aprovechaban la libertad del gabinete porque el maestro era ciertas noches distraído de su trabajo por otros temas ajenos a toda armonía. Dejaba su estudio y acudía a algún sótano en el que retumbaban los trompetazos de la discordia: profusas y restallantes las clásicas interjecciones. España estaba afectada por un mar de fondo; no sólo la península, sino también las tierras de ultramar”
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