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Teatro Barceló, la joya racionalista y testigo de la modernidad que Madrid ha declarado Bien de Interés Cultural

En la imagen se aprecia la peculiar forma aerodinámica del edificio

Luis de la Cruz

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El imponente edificio racionalista del Teatro Barceló (en la calle del mismo nombre) está desde hoy un poco más protegido que ayer tras la declaración de Bien de Interés Cultural (BIC), en la categoría Monumento, que la Comunidad de Madrid ha aprobado el 18 de mayo en Consejo de Gobierno.

Para su puesta en valor se ha destacado “la buena utilización del espacio, mediante la adaptación en diagonal de su planta a un pequeño solar en esquina, la ordenación del espacio interior y las circulaciones, y el acierto compositivo de la fachada en chaflán curvo y rematado por un torreón”, así como “los elementos diseñados por el arquitecto que se conservan actualmente, entre otros, las marquesinas, molduras, carpinterías de acero con herrajes originales y barandillas en la fachada; las escaleras con las barandillas y zócalos y techos con molduras en el interior; y en la planta de cubierta el trazado original del cine de verano, con su pendiente y su pavimento de baldosín”.

El icónico edificio de la calle Barceló fue construido por el arquitecto Luis Gutiérrez Soto en 1930 como cine, con sala de fiestas y cine de verano. Su sistema de luces –que se encendía progresivamente–, resultó una innovación en el Madrid de la época.

Gutiérrez Soto es uno de los nombres más sonoros de nuestra arquitectura. Su vida, por cierto, también resulta fotogénica en las reseñas biográficas: futbolista del Real Madrid, aviador y, también, excéntrico y vividor. En el campo de la arquitectura, fue introductor de ideas innovadoras, como demuestra el elegante racionalismo del Barceló, que también encontramos en el Europa de Bravo Murillo. De esta primera época son además el Edificio Zúrich, el Cine Callao o el bar Chicote.

Sin embargo, su instinto de supervivencia profesional hizo que dejara a un lado sus convicciones estéticas de la etapa republicana para casarse con el reflujo estético del nuevo régimen y sus querencias herrerianas, que quedan bien identificadas en su Ministerio del Aire. Poco a poco, se permitió volver a un diseño más moderno (la Unión y el Fénix de la Castellana, hoy Mutua Madrileña) a la vez que se acomodaba como arquitecto de la alta sociedad franquista.

Barceló y Pachá: testigos de la historia

Además de sus dechados arquitectónicos, el Barceló también ha albergado grandes acontecimientos que hacen que sus elegantes muros atesoren un gran valor como patrimonio inmaterial de nuestra ciudad. El coso, que se estrenó en diciembre de 1931 con la película El Cantor Desconocido (Victor Tourjansky), fue durante décadas un cine de barrio hasta que en 1975 se convierte en teatro. Desde el principio, y como era costumbre en la época, vivió el griterío entusiasta de los mítines políticos.

Durante los años setenta se programaron obras más pegadas al gusto sainetero de la España de la época, pero también otras radicalmente transgresoras. En 1975 se estrenó Los chicos de la banda, versión de un Off-Brodway de Mart Crowley que se convirtió en hito de la lucha por la diversidad sexual. En 1977 se estrenó El cementerio de automóviles, de Fernando Arrabal, y fue escenario de la huelga de gentes del teatro tras el encarcelamiento de Albert Boadella. Y la música: cómo olvidar el paso de Siouxsie and Banshees, entro otros mitos de la Nueva Ola.

El teatro se convertiría en 1980 en la sucursal madrileña de Pachá, marca cosida a su piel durante más de tres décadas de juerga nocturna de famoseo y niños bien. Pachá pasó a ser de nuevo Teatro Barceló en 2013, pero más allá de la desaparición del célebre logo de las cerezas en su fachada, poco cambió en la discoteca, que retomó el nombre clásico que hoy sigue en vigor.

Desde entonces, el Barceló, dirigido por la familia Trapote, ha albergado cientos de conciertos y sesiones de baile, aunque su nombre ha salido también a relucir por polémicas, algunas asociadas con la derecha política, como la maniobra de cubrir su fachada con una bandera de España gigante (veterana de la plaza de Colón) durante la crisis catalana o albergar un mitin de VOX; y otras con fiestas sin medidas de seguridad durante la pandemia. Hay que decir también que, tras las polémicas, la fiesta LGTBI Tanga! Party abandonó el teatro, pero volvió un tiempo después con la promesa de los gestores de no permitir más presencias homófobas en el local, y hasta una gran bandera arcoíris cubrió la fachada del mismo modo que antes lo había hecho la rojigualda.

Teatro Barceló es una de las grandes discotecas de la capital y un monumento (ahora literalmente) de la arquitectura racionalista de los años treinta. Dentro del catálogo de bienes culturales de su género –teatros considerados monumentos– encontramos el Edificio Capitol, el de la Zarzuela, el María Guerrero y el Teatro Monumental de la calle Atocha, cuya declaración está aún en trámite. Es, por tanto, una rara avis cuya nueva naturaleza urbanística celebramos.

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