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De los tres murales hechos en este lado de la plaza solo queda el bodegón

Luis de la Cruz

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Este martes nos dejó el diseñador gráfico, escultor y pintor Alberto Corazón. De sus manos salieron algunos de los logotipos más conocidos de las últimas décadas (ONCE, Paradores, Renfe Cercanías, UNED, Casa del Libro, Mapfre o el Círculo de Bellas Artes), pero nosotros hoy nos acordamos de sus seis murales de la Plaza de Puerta Cerrada (varios de ellos ya desaparecidos, como veremos), que llegaron a convertirse en un icono internacional de la ciudad.

Fueron pintados por Corazón en 1983, coincidiendo con una reforma de la zona en la que se cerraron al tráfico dos de las calles que confluyen en la plaza. Pagaron a medias Coca Cola y el Ayuntamiento de Madrid. Otros murales hechos en la época fueron los de la Plaza de Cascorro de Enrique Cavestany o el de Alfredo Alcaín, en la calle de Embajadores (junto al Teatro Pavón).

Cuando el proyecto empezaba a andar, hacia 1981, los rectores municipales de aquel Ayuntamiento -eran los tiempos de Tierno- sacaban pecho con lo que suponían de integración en las tendencias de las capitales del mundo “avanzado”. De igual forma que Corazón modernizó la imagen de las grandes empresas e instituciones españolas, también lo hizo con los rincones del Madrid más viejo, que se caía a cachos.

A pesar de ello, las pinturas también presentaban elementos muy sujetos al espacio. El bodegón y el gallo carnicero hacían referencia a las antiguas huertas. La cabeza del gallo, además, estaba inspirada en el motivo de un envoltorio de un puesto del cercano Mercado de la Cebada.

Lo cierto es que aquellos murales revestían de dignidad una característica muy madrileña: el muro medianero ocasionado por el derribo de los inmuebles colindantes, heridas que estaban especialmente frescas en el centro de la ciudad de aquellos primeros ochenta y que hoy siguen sangrando, sobre todo, en otras partes de Madrid.

En 1995 los vecinos del número 3 de la plaza taparon, por su cuenta y riesgo, el icónico gallo carnicero. Probablemente el más conocido de los murales, que había sido elegido por la revista Newsweek para la portada dedicada al Madrid de la Nueva Ola. Según los vecinos (que habían accedido a que se pintara su fachada), justo después de que se hiciera el mural habían comenzado a producirse filtraciones de agua. Al parecer, el que parte de la financiación de la obra hubiera provenido de empresas privadas hizo que no tuviera presupuestado dinero para su mantenimiento. O al menos eso dijeron los rectores municipales del momento.

En un principio, el Ayuntamiento instó a la comunidad de propietarios a rehacer la pintura. Corazón guardaba los planos y bocetos, y la pintura hubiera costado en torno al millón de pesetas. Finalmente, la Junta Municipal de Centro cejó en su intención de hacer pagar la reintegración de la obra a los vecinos...y no hizo ademán de ocuparse de ello tampoco. Recientemente, llegó un nuevo mural al muro: el de la artista  Hilda Palafox, que representa la sororidad y hermandad entre mujeres, y recupera el espíritu colorista venido a menos de la Plaza de Puerta Cerrada.

En 2011 desapareció otro de los murales de Corazón de la zona de la plaza colindante a la Cava Baja: el paisaje. Si el gallo carnicero se fue por la reparación de una pared, este otro cayó con la demolición del edificio que adornaba. Hoy, solo queda de la terna el bodegón de frutas, bien visible sobre el edificio bajo del bar La Terraza, y junto al nuevo mural de Palafox.

De los murales del otro lado de la plaza, el trampantojo desapareció porque se hizo real. Es bien sabido que un trampantojo es una pintura que simula un elemento arquitectónico. Sobre la pared en la que se habían dibujado ventanas simuladas (con un pintor de brocha gorda y su gato colgados) se abrieron otras de verdad. 

Quedan allí, mal que bien, la celosía con una enredadera y el que imprime sobre fondo violáceo Fui sobre agua edificada, mis muros de fuego son, junto a una piedra de sílex. La frase, un viejo lema heráldico olvidado de la ciudad, hace referencia a las aguas subterráneas de Madrid, que pudieron ser decisivas para su fundación musulmana; la piedra es una referencia a las murallas y al empleo de pedernal en su construcción.

Queda, en Puerta Cerrada, un poco del espíritu colorido de aquel Madrid de los primeros ochenta, transmutado hoy en fondo para instagramers necesitado de filtros. Y queda, en el centro de Madrid, un poco de la obra de Alberto Corazón.

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